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Tema: Fritz Lang: revisando sus películas

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  1. #11
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    Predeterminado Re: Fritz Lang: revisando sus películas

    Das indische Grabmal. 1. teil: Die Sendung des Yoghi (1921), de Joe May



    [Por cierto, Alcaudón, el título alemán dice “Yoghi”, no “Yogui”, me temo que cierto famoso plantígrado te haya despistado. No obstante, acudiendo a un conocido diccionario alemán, el DUDEN, que seguro que el amigo Alex conocerá, las formas que recoge son “Yogi” o “Jogi”, sin hache intercalada.]

    Me encanta este hilo dedicado a Lang et altri, porque los comentarios de Alcaudón me ahorran la a menudo pesada tarea de hacer la sinopsis del film.

    Como ya ha dicho nuestro “Führer” (dicho en sentido literal, y obviando las ominosas connotaciones históricas ), la película se divide en un prólogo y cinco actos, forma muy habitual de estructurar los films durante la época muda. Y, ciertamente, lo mejor del film se nos muestra en el prólogo: la secuencia de la vuelta a la vida del yogui Ramigani (espléndido Bernhard Goetzke), me parece uno de los momentos más fascinantes y terroríficas que he visto nunca, me hizo recordar la escalofriante vuelta a la vida de la momia interpretada por Boris Karloff en The Mummy, de Karl Freund, pero mucho más detallada. Ese retorno al mundo de los vivos ata al yogui al que lo ha despertado, el príncipe de Eschnapur, Ayan (magnífico también Conrad Veidt, aunque su personaje tenga un comportamiento un tanto desconcertante).



    La forma como Ramigani abandona la escena, volatilizándose, y su posterior materialización, ya en el primer acto, en casa del arquitecto Herbert Rowland (un soso Olaf Fønss), me parecen momentos inolvidables, dignos de aparecer en cualquier antología del cine de terror. A partir de entonces el film adopta un aire moroso, lento, demasiado contemplativo, en donde parece que pesa más el decorativismo, el despliegue ciertamente espectacular de decorados y vestuario, que la acción del film. Ya se ha dicho que Mia May, como Irene, la prometida de Herbert, no tiene el magnetismo que le debería corresponder a una heroína que se embarca rumbo a la India, para luego sobrevolar el reino de Eschnapur en avioneta y, finalmente, meterse en la misma boca del lobo (o del tigre), todo ello siguiendo los pasos de su novio. Hubiera preferido el descaro de la Ressel Orla de Die Spinnen, o una actriz mucho más atractiva, como Lil Dagover.

    De la parte europea, lo más destacable viene siempre de la mano (nunca mejor dicho) del yogui: desde su aparición en casa del arquitecto a la manipulación del cable del teléfono, pasando por el accidente que provoca en el coche de Irene o, un momento genial, cuando “su mano” se lleva la carta que le había dejado Herbert a Irene, ya en el inicio del segundo acto.



    Durante el segundo acto conocemos a otro de los protagonistas, Mac Allan (Paul Richter), el amante secreto de la princesa Savitri (Erna Morena), personajes ambos con muy poco interés a lo largo de las dos partes. También se nos presentan los fieles amigos del príncipe: los feroces tigres.

    En el tercer acto ya estamos situados del todo en la India. Ayan recibe a Herbert y le muestra la ciudad de Eschnapur, sus grandiosos edificios (que supongo que provocaban la fascinación de los espectadores de la época; aún hoy en día me parecen fastuosos) e incluso sus mortíferas aguas, plagadas de cocodrilos.

    El largo viaje al lugar donde se ha de emplazar la tumba para la cual Ayan ha hecho viajar a Herbert a la India supone uno de los momentos culminantes de la primera parte, con la imagen de los elefantes subiendo una pronunciada pendiente o la contemplación del Valle del Silencio (“der Tal des Schweigens”), imagen donde resuena la obra de Caspar David Friedrich.





    Sorprende el signo de extrema debilidad que muestra Ayan cuando confiesa los motivos que le llevan a construir la tumba para Savitri, sus lloriqueos. No nos transmite la impresión de poder y fuerza de un maharajá indio, amigo de los tigres. Rencoroso y vengativo, sí, pero sin la grandeza que se le supone a un personaje como él.

    En el cuarto acto Irene irrumpe en Eschnapur, cautivando, de manera bastante inverosímil, al “pobre” príncipe, que le pone ojos de cordero degollado. Cuando Mirrjha (Lya de Putti, esta sí, actriz de dulce belleza) busque su colaboración para ayudar a un “hombre blanco” en apuros (en realidad, el amante de la princesa, Mac Allan), Irene, que creerá que la criada se refiere a Herbert, iniciará la búsqueda de su prometido por el laberíntico palacio, descubriendo la cueva de los penitentes (otra secuencia propia de un film de terror, en especial el penitente enterrado hasta el cuello, que parece el responsable de la infección de lepra que sufrirá Herbert, aunque no me quedó claro si por efecto de una maldición o por el contacto: está a punto de pisarle la cabeza), mientras que tras sus pasos, como si hubiera visto un fantasma, la sigue su prometido.



    Irene entrará por error (y ya es equivocarse, le pasa por metomentodo) en el foso donde viven los tigres del príncipe. Afortunadamente, el yogui la salvará, una muestra más de sus poderes extraordinarios. ¡Ponga un yogui en su vida!



    Del quinto acto poco a destacar, me parece el más flojo, porque el asedio a la cabaña de Mac Allen tiene poca garra, nada que ver con los momentos culminantes de la lucha en el templo inca de la primera parte de Die Spinnen. Aquí May muestra sus límites a la hora de sacar partido de las secuencias de acción. Quizá el momento más impactante es cuando Irene recibe un escabroso regalo: un cofre que contiene el cadáver de la paloma mensajera que ha querido enviar al cónsul en Bombay, un detalle de la refinada crueldad de Ayan (claro que uno se pregunta: ¿y cómo iba a saber la paloma la dirección del cónsul?).



    Así, de forma un tanto anticlimática, termina esta primera entrega, dejando todos los cabos sueltos de cara a la segunda (que, por cierto, ya he visto ), a diferencia del díptico languiano de 1959, en el que el director utilizó un cliffhanger muy efectivo.

    En resumen, May se muestra mejor como productor, ofreciendo unos magníficos decorados y una ambientación tenebrosa en los momentos más logrados, así como un suntuoso e imaginativo vestuario (aunque el modelito bananero de la princesa se las trae),



    pero carece de la capacidad de mantener un ritmo vivo en un relato que se adormece en exceso. Por otro lado, el reparto es muy irregular: si bien Göetzke y Veidt dan el tipo, o Lya de Putti aporta belleza y sensibilidad,



    las dos parejas protagonistas, Mia May y Olaf Fønss por un lado, y Erna Morena y Paul Richter por el otro, no me convencen.

    La conclusión de la historia, Alcaudón mediante, la semana que viene.
    Última edición por mad dog earle; 06/05/2021 a las 13:41

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