Spione (1928)



Como ya avancé en algún post anterior, Spione me parece un film que mejora lo que Lang nos ofreció en su díptico dedicado al Dr. Mabuse. Se nota que es un director mucho más maduro y que cuenta detrás con un equipo técnico que ha llegado a un nivel óptimo. Además, lo que en Dr. Mabuse era una acumulación, brillante pero un tanto reiterativa, de temas pulp fiction sobre archicriminales y bajos fondos, aquí se trata de un guion, coescrito con su esposa Thea von Harbou (sobre el cual publicó una novela, no sé si antes o después de la película), que, sin dejar de centrarse en ese material de novela de entregas que tanto atrajo siempre a Lang (y a Hitchcock), afina mucho más los personajes y las situaciones.

Haghi, el villano de la función, es una especie de Dr. Mabuse, pero más poderoso: controla un banco (Haghi Bank), está infiltrado en el servicio secreto (como el agente 719), y aún tiene tiempo de salir al escenario como el payaso Nemo. Sus esbirros no son aquel grupo de inútiles que rodeaban a Mabuse, sino un grupo bien organizado y militarizado (con uniformes y fuertemente armados), una sociedad criminal que se ampara detrás de una estructura perfectamente legal y respetada. Sus intenciones son menos evanescentes que las del extraño Dr. Mabuse: también quiere poder, pero sin necesidad para ello de pisar los bajos fondos y sentarse en las mesas de juego. Su partida es de mayor altura: se trata de conseguir un tratado comercial secreto entre una potencia europea y el imperio japonés, cuyo conocimiento puede alterar la geopolítica asiática y llevar a una guerra. Por cierto, ese tratado, según la copia de que disponemos, se firma por parte de Gran Bretaña y Japón, tal como se puede apreciar en uno de los planos del film (1:39:15): “Treaty between Great Britain and the Empire of Japan”, aunque todo apuntaría a que debería ser entre Alemania y el Imperio del Sol Naciente (me parece que junto al ministro que lo firma se encuentra el jefe del servicio secreto, como Matsumoto acompaña al ministro japonés), lo cual me suscita la duda si se trata de un plano para las versiones en lengua inglesa, ya que el resto de notas, cartas, telegramas… aparecen escritas en alemán.

El inicio del film es vibrante: se atenta contra el ministro de comercio y un hombre dispuesto a denunciar al responsable del crimen es asesinado. Detrás se encuentra Haghi (Rudolf Klein-Rogge), la poderosa mano que mueve los hilos.



Tras ese inicio trepidante se nos presenta al protagonista “positivo”, el agente 326 (magnífico Willy Fritsch), un simpático personaje, tocado en su disfraz con un bombín que le permite realizar algunos movimientos chaplinescos.



La presentación del servicio secreto nos puede recordar la forma como Hitchcock solía presentar a la policía: el jefe del servicio (el actor británico Craighall Sherry), un personaje dado a la histeria, un tanto grotesco, recibe un dosier con recortes de periódico que recogen las burlas y caricaturas a las que se ve sometido por su incompetencia (puesta de relieve porque tiene espías hasta dentro del despacho).

[IMG]https://images.moviefi*****/p/o/298243-craighall-sherry.jpg[/IMG]

Lang se sirve de toda la panoplia de recursos típicos de este tipo de historias: tinta invisible, una minicámara fotográfica, escuchas ilegales, y ya en la sede del banco Haghi, habitaciones secretas, sistemas de control visual, micrófonos, pasadizos, etc., un despliegue de tecnología puntera al servicio del mal. Haghi se nos describe como un inválido (falso, recurso que también utilizará en Die 1000 Augen des Dr. Mabuse), confinado en una silla de ruedas, asistido por una enfermera sordomuda, que mueve todas sus intrigas desde detrás de la mesa de su despacho.

Una de las personas que hay al final de esos hilos es Sonja, una espía de origen ruso (su padre y hermano fueron asesinados por la policía zarista), interpretada por la atractiva Gerda Maurus, un personaje con mucha más entidad que la Cara Carozza de Dr. Mabuse.



Su forma de introducirse en la vida del agente 326, irrumpiendo en su habitación del hotel, es, sin duda, uno de los aspectos más forzados del film, especialmente por lo que supone de “flechazo a primera vista” que se establece entre la experimentada espía y el agente, que, tal como se nos ha presentado, hemos de pensar que es uno de los más brillantes del servicio secreto (claro que, vistas las burlas, quizá eso no quiere decir mucho). Aquí, como también a veces en Hitchcock, Lang no duda en apostar por la historia romántica, aunque sea a costa de la verosimilitud. En su primer encuentro privado, para “tomar el té”, en la que se supone es la casa de Sonja (en realidad, en un puro decorado montado para la ocasión), la joven le entrega una medalla que luego jugará un papel clave en el desenlace del film.

De hecho, Sonja está jugando, al mismo tiempo que intenta tener bajo control a 326, con el coronel Jellusic (el siempre inquietante Fritz Rasp), que le ha de proporcionar una información vital sobre planes del ejército.



Mientras, otra espía de Haghi, Kitty (la seductora Lien Deyers, que se relame los labios, literalmente, ante la misión) ha de engatusar al jefe del servicio secreto japonés, y garante del tratado comercial, el Dr. Matsumoto (el actor y director nacido en Rumanía Lupu Pick, del que no he tenido la ocasión de ver ninguno de sus films).



Alcaudón apuntaba aquí una comparación con el célebre falso flashback de la hitchcockiana Stage Fright, cuando Lang ilustra lo que le cuenta Kitty a Matsumoto, disfrazada de pobre chica tirada en la calle, respecto a sus padres. Creo que la intención del director y el efecto sobre el espectador de esas imágenes no tiene nada que ver con lo que hizo Hitchcock. Aquí sabemos desde el primer momento que Kitty está mintiendo, que su misión es engañar a Matsumoto, por lo que lo que pueda decir (y se ilustre con imágenes) no tiene ninguna trascendencia, forma parte de la mentira, no así la falsa historia del film hitchcockiano que se nos sirve como verdadera.

Jugadas todas las cartas por parte de Haghi (y de Lang) es curioso constatar que vamos a asistir a hasta cuatro suicidios: el de Jellusic, denunciado ante las autoridades militares, que le conceden la posibilidad de que se mate con una pistola (en una escena elíptica de gran brillantez); el de Matsumoto, cuando descubra que Kitty lo ha engañado para robarle el tratado comercial; el de otro de los esbirros (Alfie Bass), que ingiere un veneno cuando es detenido por la policía;



y, finalmente, el del propio Haghi, vestido de payaso Nemo, en el escenario, cuando (en otro momento tal afín a Hitchcock), comienza a ver policías por todas partes, en el foso de la orquesta o entre bambalinas. Aquí hay que “recriminar” a Lang uno de esos detalles completamente excesivos a los que a veces también recurrió el director londinense, cuando después de dispararse a la cabeza Haghi/Nemo todavía tenga tiempo de pedir que baje el telón (“Vorhang herunter!”).



Hay algunos pequeños detalles más que merecen destacarse: la aparición de los tres fantasmas de los agentes japoneses asesinados a Matsumoto;



el engaño que Haghi, como agente 719, realiza ante las mismas narices del jefe del servicio secreto cambiando los telegramas, escena en que Lang filma de espalda al villano para que no descubramos su identidad; o el juego que da la medalla entregada por Sonja a 326, primero cayendo sobre el dormido agente, gracias a lo cual descubrirá que se encuentra solo en un vagón de tren parado en medio de un túnel, y luego cuando sea su mano empuñándola lo que atraiga la mirada de Sonja y le permita así rescatarlo de debajo de los restos retorcidos del vagón accidentado.

Lang cierra el film con un rescate “en el último momento” de Sonja y con la citada escena del suicido de Haghi. Un film completísimo, probablemente uno de los más equilibrados de toda su época muda. No nos dejará en la memoria imágenes tan poderosas como las de Metropolis o Die Nibelungen, pero sí la sensación de haber asistido al visionado de un film plenamente maduro.