You Only Live Once (1937)



Finalmente, he conseguido sacudirme de encima la pereza navideña, fruto de un exceso de alcohol, dulces y grasas, y ponerme al día con el ciclo Lang, ahora que Alcaudón anuncia como inminente el comentario de You and Me.

Qué mejor manera de empezar el año que hablando de un film que se titula You Only Live Once, como si de un memento mori barroco se tratase. Y es que el film de Lang es una brillante película romántica, teñida de negro, con la muerte cerniéndose sobre las cabezas de dos enamorados en fuga. Es fácil establecer paralelismos entre este film y otros que han tirado del hilo argumental de la famosa pareja formada por Bonnie Parker y Clyde Barrow, abatidos por la policía poco tiempo antes del rodaje, en mayo de 1934. Ponemos ponerla en la misma lista que componen films como: They Live by Night, de Nicholas Ray (que fue comentada en su día en la revisión que dedicamos al director); Gun Crazy, de Joseph H. Lewis; Bonnie and Clyde, de Arthur Penn; Badlands, de Terrence Malick; e incluso, en el terreno ya del esperpento, Natural Born Killers, de Oliver Stone.

De todas ellas, la de Lang es la que me parece mejor, incluso superando Fury. Y eso que hay algunos huecos de guion, que luego señalaré, y que la interpretación de Sylvia Sidney me resulta por momentos sumamente cargante. El caso de Sidney es curioso: por un lado, su rostro, extremadamente expresivo, hace que sus interpretaciones no dejen indiferente, pero, por otro lado, ese exceso de expresividad en muchos momentos va en detrimento del resultado final.



Y es que, empezando por el primer agujero en el guion, se hace difícil de entender cómo Joan, esa eficiente y seria secretaria del defensor público, o sea del abogado de oficio (Barton Maclane, que bebe los vientos por ella), se ha enamorado de un convicto, Eddie (espléndido Henry Fonda), con tres condenas ya a sus espaldas (lo que quiere decir, como le recordará el alcaide en el momento de dejar la prisión, que una cuarta le acarreará la cadena perpetua). Y si esos amores a través de las rejas siempre me han sorprendido (aunque no resultan tan excepcionales, incluso Ted Bundy se casó estando en prisión y Charles Manson estuvo a punto de hacerlo), en este caso uno no tiene información previa, solo asistimos a la ilusionada preparación del matrimonio de Joan, con una sonrisa de oreja a oreja un tanto bobalicona que no casa bien con las circunstancias que envuelven el enlace.

La luna de miel da pie para una escena bellísima, de un romanticismo extremo, como es la de la charca de ranas a la luz de las estrellas. Pero tanta felicidad se adivina efímera desde el primer momento, cuando Joan y Eddie se abrazan, todavía en prisión, con las rejas interpuestas.



Aciaga premonición que se refuerza cuando el reflejo de Joan y Eddie en las aguas de la charca se enturbia, poco antes de que los propietarios de la pensión donde se han alojado les recuerden que el camino que les espera no será, precisamente, de rosas.

Eddie no tiene suerte con sus empleos (aunque, todo hay que decirlo, se muestra poco preparado para adaptarse a las condiciones de una vida laboral exigente, más teniendo en cuenta que arrastra un estigma que parece imborrable). Por eso, Lang juega un poco con la posibilidad de que Eddie se encuentre detrás del asalto al banco (ese Fifth National Bank, que al parecer existió, aunque por las fechas de la película se había fusionado con otro banco), al no mostrarnos en ningún momento el rostro del ladrón, el cual, como bien apuntó Alcaudón, resulta un tanto sorprendente que lleve a cabo toda la acción en solitario. Tampoco cuadra que se hable de diversos muertos, si es que lo que lanza es gas lacrimógeno, mucho más teniendo en cuenta que no le vemos disparar ni un tiro. Solo se apunta, en una imagen impactante, que en su huida su automóvil pasa sobre el cuerpo caído de un policía. Es más que probable que la secuencia fuera severamente alterada en el montaje debido a la censura y a las limitaciones que imponía el código Hays. A pesar de todo, o puede que incluso a causa de todo esto, la escena del robo al furgón me parece que adquiere un aire fantasmagórico, casi abstracto, que nos remite al cine de Lang en Alemania.

El desarrollo del guion acumulada fatalismos, muy languianos: desde el de Joan convenciendo a Eddie de quedarse y afrontar el juicio, lo que le ha de llevar a la silla eléctrica, pasando por el preceptivo embarazo (con su sublimación en la huida, cuando vemos que Joan da a un luz en una especie de establo, de claras resonancias cristianas), pasando por el descubrimiento en el último momento, muy a la Griffith, del coche accidentado con el botín, con el cuerpo del auténtico ladrón, algo que le ha de permitir librarse de la condena, pero que llega fatídicamente un poco demasiado tarde, aunque lo suficientemente a tiempo de evitar el suicidio de Joan (suicidio, no lo olvidemos, que hubiera supuesto la muerte de la criatura que está formándose en su vientre).

Con todo, el segmento en la prisión, mientras Eddie espera la hora de la ejecución y, más tarde, se fuga entre girones de niebla, me parece modélico, con un trabajo de fotografía (Leon Shamroy) e iluminación excelente.





La huida final refleja ese vínculo que, como les pasa a las ranas, une a los amantes ineludiblemente hasta la muerte. Uno y otro morirán abatidos por los disparos de los policías (que, ciertamente, lucen unos uniformes de lo más siniestro). La voz del padre Dolan (William Gargan) cierran el film con un apunte, nuevamente, de clara connotación religiosa: “You’re free, Eddie! The gates are open”. ¿Las puertas ... del cielo?

A pesar de las debilidades apuntadas, You Only Live Once me parece un film excelente, a lo cual contribuye de forma excepcional Henry Fonda, con una interpretación magistral,



y la labor de Shamroy tras la cámara. La siguiente, You and Me, que Lang consideró en alguna ocasión su peor film, nos ofrecerá un curioso experimento, bajo la sombra de Kurt Weill y Bertold Brecht.