The Woman in the Window (1944)
The Woman in the Window es una de las películas de Lang que más veces he visionado en mi vida, desde algún lejano pase televisivo visto en mi más tierna infancia. Con el tiempo, aunque no he dejado de considerarlo un gran film, me he ido decantando en contra del giro final, introducido al parecer por el propio Lang. Desconozco cómo finaliza la novela que adapta (aunque al parecer lo hace muy libremente), “Once Off Guard”, de J.H. Wallis, y tampoco sé cómo era el guion previsto originalmente, de Nunnally Johnson (que actúa además como productor), pero la película que conocemos hoy en día pierde fuerza con ese sueño que Lang (según declaró el propio director) se sacó de la manga.
Aclaro, de entrada, que hasta el momento en que se revela que casi todo lo visto ha sido un sueño (más bien una pesadilla), la película me parece estupenda, rozando la perfección, tanto en el capítulo interpretativo (Robinson, Bennett, Duryea y Massey están espléndidos, incluso un “secundario” como Edmund Breon, el afable doctor que comparte tertulia con Robinson y Massey en el club) como en el trabajo de cámara y de iluminación o de diseño de producción.
Y es que el problema, en mi opinión, no es que la trama argumental se resuelve apelando a un sueño, sino de qué manera se hace. Que se invoque un sueño, parece que tuviera que exigir que quien sueña estuviera más o menos presente en todas las secuencias “soñadas”, pero no es el caso. De hecho, el profesor adjunto Richard Wanley (Robinson) no comparte ningún plano con el chantajista que interpreta, de manera tan viscosa como era habitual en él, Dan Duryea (a pesar de lo cual lo reconoce al final como el portero del club), de manera que más que un sueño lo que pasa por la mente durmiente de Wanley es una "película" completa que transcurre a lo largo de varios días. Es cierto que el tono visual invita a lo onírico, como, por otro lado, pasaba en buena parte del cine negro de la época: la fantasmagórica aparición nocturna de Alice (Joan Bennett);
la irrupción de Claude Mazard; el extraordinario periplo automovilístico de Wanley para deshacerse del cadáver de Mazard; el personaje de Heidt (Duryea) y su final, tiroteado en un callejón;
la escenografía del piso de Alice, repleta de espejos y de figuras alegóricas…
Incluso el inicio del film, con esa clase de Wanley en el Gotham College (nombre de resonancias batmanianas), en la que podemos leer en la pizarra, destacado, el nombre de Sigmund Freud y la palabra “libido”, parece apuntar en esa dirección.
Pero, desgraciadamente, cuando la película se hubiera podido cerrar con el suicidio de Wanley, que se habría precipitado fatídicamente en autocastigarse avanzándose al final inesperado del chantajista, volvemos a la “realidad”.
También con el suicido se seguía la norma de que ningún crimen quedara impune, con un añadido de mala suerte. En cambio, al final, no solo todo ha sido el resultado de la fantasía de un Rodríguez pusilánime, incapaz de asumir el mínimo riesgo, sino que, además, como guinda, se recurre a ese momento final “humorístico” de lo más tosco, con Wanley saliendo por piernas ante la aparición de otra mujer, en este caso real (¿o no?). Podríamos jugar con la idea de un sueño encadenado, porque ¿quién nos garantiza que ese final no es también parte de un sueño?
The Strange Affair of Uncle Harry (1945), de Robert Siodmak
Por su parte, la película de Siodmak, notable, en especial en el capítulo interpretativo (tanto Sanders como Raines, como sobre todo una espléndida Geraldine Fitzgerald, la mejor del reparto),
recurre también al giro final en forma de sueño que desmonta lo visto anteriormente. La diferencia es que solo afecta a la parte final del film: la muerte, accidental, de Hester, el juicio y condena de Lettie y los remordimientos de Harry, momentos todos ellos que tienen a Harry como protagonista directo (aunque no quiere decir que esté todo el tiempo en pantalla).
En este caso, según leo, ese giro se introduce modificando el texto original de la obra teatral “Uncle Harry”, de Thomas Job, para evitar las objeciones del MPPC a que un asesino quedara sin castigo, a pesar de que el castigo, como bien dice la triunfante Lettie (poco antes de ser ajusticiada), se daba ya en el remordimiento que había de acompañar a Harry el resto de sus días, convertidos en un infierno en la Tierra. Una pena porque, además de lo decepcionante del recurso fácil del sueño, Siodmak (o quizá el guionista, Stephen Longstreet), no sé si porque la obligación de finalizar así la película le parecía un sinsentido, introduce una aparición de lo más ridícula de Deborah que permite supuestamente un final feliz, cerrando el film de una manera completamente inverosímil y, al menos para mí, insatisfactoria.
Con todo, la película consigue algunos momentos excelentes, en especial los que giran alrededor de la asfixiante y tóxica relación que mantienen Lettie y Harry.
Precisamente, por eso mismo la resolución in extremis con la aparición de Deborah me parece torpe, impropia de lo bien argumentada que está esa espesa trama, enfermizamente incestuosa, entre los hermanos.