Te podría contar muchas, pero por ahora te cuento dos. Una general: estaba en el hotel de una ciudad, en ambiente festivalero (no doy más datos concreto por aquello de), en el salón, atendiendo a unos periodistas. A cierta distancia de ellos, alguien estornudó en un par de ocasiones. Lee dijo con muy, pero que muy mal humor: "¿Cómo se le ocurre a la gente salir a la calle a contagiar sus virus a los demás?". Una particular: por mediación de alguien que no cito (trabaja para él), al que le interesan mucho las tonterías que escribo, le llegó un ejemplar sin maquetar de mi ensayo Christopher Lee. El regreso de las tinieblas. Como Lee lee (bonito juego de palabras, ¿eh?) el español perfectamente (al igual que otros cinco idiomas), se lo leyó de cabo a rabo. Por mediación de este intermediario (que es un pedazo de artista, por cierto) solicitó tres ejemplares de la obra cuando saliera al mercado. Uno para quedárselo él; los otros dos para dedicarlos al editor y al autor. Pensé que el destino se aliaba, y que sería una puerta para poder contar con él para los actos de homenaje que celebramos en mi Universidad y en mi ciudad. Pues bien, cuando vio la portada, con ese pedazo de foto de Cicatrices de Drácula dijo que nones. Que así jamás dedicaría nada. Que lo próximo que escribiera, me cuidara de no incurrir en fallos como ése. Que conste que yo no solicité nada de nada. Nos quedamos sin dedicatoria y él con una mosqueo más. No obstante, sigo admirándolo como actor, y su Drácula me parece inmejorable. Conste en acta.