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Mensaje desde el más allá
Miembros de los servicios de asistencia prepararon la identificación de sus cuerpos convencidos de que iban a morir
MERCEDES GALLEGO/ENVIADA ESPECIAL. SAINT LOUSI BAY
El día que el huracán 'Katrina' entró en Mississippi arrastrando consigo el mar, Joel Ellzie vio la muerte mucho más cerca de lo que hubiera podido imaginar a sus 31 años de edad. El supervisor local de American Medical Release (AMR) estaba de guardia a cargo del Centro de Emergencia, junto con otras 35 personas. «Sabíamos que los vientos huracanados serían terribles, pero nunca esperamos que el mar inundara nuestras instalaciones», reflexiona. Una asunción razonable a 15 kilómetros al interior.
La última comunicación que mantuvo con su superior en Gulsport (Mississippi) fue escalofriante. «¿Cuál es vuestra situación?», le preguntó éste. «No tenemos techo y el agua nos llega hacia la cintura, señor». Un silencio se apoderó de la línea. «Joel, ¿quieres dictarme un último mensaje para tu familia? Si lo prefieres, puedo llamar de nuevo y grabarlo». A Ellzie se le erizó la piel. Por primera vez entendió que podía estar viviendo sus últimas horas.
«Le dicté un mensaje para mi ex mujer en el que le pedí que le contase a mi hijo cuando creciera que morí haciendo lo que me gustaba, ayudar a la gente», dice con una risa nerviosa. «Que no le dejase que se olvidara de mí y de lo mucho que le quise».
Después de colgar el teléfono organizó a sus hombres, les asignó a cada uno un número que les tatuó en el cuerpo con un rotulador resistente al agua, y escribió una lista con sus nombres y los números correspondientes. Luego la metió en una bolsa hermética para bocadillos y la clavó en el palo más alto que quedaba en los juzgados, donde se había establecido el centro de emergencia. «Así podrían identificar nuestros cadáveres cuando nos encontrasen», explica con frialdad.
La interrupción del servicio telefónico sirvió para que dejasen de mortificarse. «¿Por favor, vengan a sacarnos! ¿Nos estamos ahogando!», recuerda que le gritaba la gente por el aparato en pleno huracán. No había nada que pudieran hacer. Cuando el incansable repicar de los teléfonos murió, se limitaron a aguardar su propia muerte en silencio, como la reflexión final de los condenados.
A Joel la vida le ha dado una segunda oportunidad para demostrarle a su hijo de 4 años cuánto le quiere, pero todavía ni le ha visto. Ni siquiera sabe si sigue teniendo casa en la localidad de Ocean Spring, a unos 50 kilómetros.
Desde hace nueve días, dos antes de que el huracán tocase tierra cerca de su «pequeña y tranquila localidad de Mississippi» el supervisor de emergencias de AMR trabaja sin descanso. «Fuimos los primeros en salir de allí. Cuando llegamos a Goulstort (Cuartel general de la organización), se quedaron blancos. Nos daban por muertos. Teníamos que decirles que allí quedaba gente viva y que nosotros sabíamos cómo entrar y salir.
Se creyeron inmunes
Por el noroeste, la Bahía de San Luis mira hacia Nueva Orleans. Por el sur, al traicionero golfo de México, donde el agua alcanza en esta época del año las altas temperaturas que alimenta de humedad a los huracanes. La referente local con la que todos crecieron aquí era Camila, que hasta el lunes pasado se consideraba el peor huracán de la zona, en 1968. Quienes les sobrevivieron y vieron a sus casas ganar la batalla, se creyeron inmunes desde entonces.
Un paseo por la zona deja en evidencia la magnitud de su error. «Todo está plano, no ha quedado ni una casa en pie», resume Joel ante el paisaje de destrucción absoluta. «Tardamos días en poder llegar hasta aquí. Los trozos de carretera habían volado hasta la autopista junto con los coches, los barcos y las casas». Todo eso sigue acumulado en la cuneta de la carretera 603. Las palas excavadoras han empujado árboles y escombros hacia los lados para abrir paso a los servicios de rescate. Cuando llegaron hasta la carretera hacia la playa se encontraron con los supervivientes del Colegio católico de St. Stanislaus, fundado en 1854 por los hermanos del Sagrado Corazón. En el tejado de lo que fueron dormitorios, 300 chicos de diferentes países habían sobrevivido a la monstruosa catástrofe en condiciones extremas. «Les salvó que la planta baja sólo era columnas», explica Joel. «El mar pasó por debajo sin necesidad de llevárselo por delante».
A unas cuantas manzanas hacia el interior se encuentra Old Spanish Trail, o 'El Viejo Camino Español', donde varios siglos después de que españoles y franceses se repartiesen esta colonias del sur, los anglosajones han instalado su refugios para empezar desde el principio. Las pocas casas que quedan en pie tendrán que ser derribadas. Algunas, por la debilidad de la estructura. Otras, por el moho que se ha instalado en los muros al remitir las aguas. La playa ha avanzado varios metros, cubriendo de arena lo que antes fueron parcelas multimillonarias. Los puentes que unían esta población con la de Pass Christian han desaparecido. La naturaleza recupera lo que le pertenece con la furia de un animal herido, y aún queda casi tres meses para que finalice la temporada de ciclones. «La próxima vez que venga un huracán no va a quedar un alma», vaticina Joel. «Se va a echar todo el mundo a las carreteras y más de uno no volverá».