Según los parámetros de "desgaste" artístico, Natalie Portman está ya en esa peligrosa franja de edad en la que las mujeres empiezan a espaciar lentamente su presencia en las grandes pantallas hasta desaparecer. Espero que ésto no ocurra en esta ocasiión porque es todo un placer ver a esta verdadera fiera de la interpretación encarnando cualquier papel. Le dota de una verosimilitud, de una consistencia que te arrastra irremediablemente a su campo de gravitación interpretativa, quieras o no.
Ella sola da un recital inconmesurable de lo que debe ser una interpretación dramática, ajustando gestos, lanzando miradas. Todo un espectáculo.
En sí la película no es una de aquellas que vayan a quedar en el recuerdo del gran público. Tiene, por formato y por la limitación de medios, todo el aspecto de una película de tv, pero sería imprudente quedarse en algo tan superfluo. Realmente el director consigue, con múltiples conversaciones cruzadas, reconstruir uno de los hechos que más conmocionaron al mundo durante el siglo XX, todo ello desde la perspectiva de quien fue el más cercano y dramático testigo. Y lo hace de una manera ágil a la vez que reflexiva, todo un logro.
Por mucho que haya visto películas y documentales sobre el suceso reconozco que las imágenes del magnicidio impresionan y conmueven por su verismo, lo mismo que me impresiona esa escena (real) que habré visto mil veces en la que Jackie Kennedy desciende del avión con las medias salpicadas de sangre.
No es, sin embargo, una hagiografía de ningún personaje. Aparecen como personas de carne y hueso: débiles, vanidosos, temerosos, despiadados incluso. Es este aspecto uno de los que más valoro de la película, porque no oculta en ningún momento el lado "oscuro" del personaje, esa tentación por la vanidad tan presente en el mundo aúlico.
Lamento, sin embargo, la machacona imagen de la administracion Johnson como gente fea y desaliñada. Me parece un simplismo burdo e innecesario, independientemente de que aún hoy sorprende el poco tacto del vicepresidente en aquellos momentos tan terribles.
Sólo me queda recalcar la soberbia interpretación de Peter Sarsgaard como Robert Kennedy. Sobrio, correcto, encarna perfectamente el papel de una persona debatiéndose entre dos mundos: la lealtad personal a su cuñada y su deber como mandatario público. Que ni siquiera se le nominara me parece una injusticia.