09. El guardaespaldas (L'aîné des Ferchaux, 1963)
Esta vez Melville adapta, como en ocasiones anteriores, la obra literaria de un escritor de prestigio, el belga Georges Simenon, para entregar otro film que se suele considerar un polar, aunque en mi opinión se aleja un tanto de los rasgos más característicos del género: aquí no hay esa negrura ambiental ni diálogo entre policías y personajes fuera de la ley (si excluimos unos breves diálogos de Michel con agentes del FBI) que caracteriza sus otros polars. Es, además, su primera película en color y cinemascope (con fotografía de nuevo de Henri Decaë), lo que acentúa todavía más el contraste con la anterior Le doulos.
Se trata otra vez de una coproducción franco-italiana, aunque ya no con Beauregard y Ponti, sino, entre otros, con la productora francesa Lumbroso. Sigue contando con Jean-Paul Belmondo como Michel Maudet, protagonista principal, a pesar de que, se dice, intentó que el elegido fuera Delon. También quería nada menos que a Spencer Tracy en el papel de Ferchaux, pero se tuvo que conformar con un gran actor francés, Charles Vanel, con el que tuvo una relación tempestuosa que afectó, de rebote, a su relación con Belmondo, ya que este se puso a menudo del lado del veterano actor en las frecuentes discusiones.
Todo ello se conjuga para dar como resultado un rodaje un tanto extraño, que recuerda en parte a Deux hommes dans Manhattan por lo que tiene de capricho melvilliano de acercarse a Estados Unido. Si en aquella las localizaciones en las calles de Nueva York se combinaban con unas secuencias claramente rodadas en estudio, aquí se evidencia de igual manera que hay una diferencia notable entre los exteriores, rodados también en las calles neoyorquines o en las de Nueva Orleans y en las carreras del sur estadounidense, y los interiores, nuevamente preparados en los parisinos Studios Jenner, propiedad de Melville. Todos los planos rodados en o desde el coche en el que viajan Michel y Ferchaux, o bien no nos los muestran o bien se ruedan con transparencias posteriores o laterales, salvo aquellas secuencias en que las carreteras transcurren por rutas campestres un tanto impersonales, rodadas en Francia.
La película nos cuenta la huida de Francia del banquero Ferchaux, temeroso de ser detenido a causa de un más que probable escándalo financiero, agravado por la revelación de un hecho del pasado: Dieudonné Ferchaux mató años atrás, en África, a tres negros que querían que les proporcionara comida. Ferchaux es un hombre violento, arrogante, racista (lo que no le impide tener una “ahijada” morena en casa), un poderoso que gusta de hacer sentir a los demás su poder. Contrata como secretario a un joven boxeador fracasado, Michel, un buscavidas, exparacaidista, que ve en este trabajo la oportunidad de hacer fortuna e iniciar una nueva vida. La película nos ha mostrado ya en su inicio, por medio de unas imágenes bañadas en un flou bastante marcado, su último combate de boxeo, una curiosa secuencia que adquiere un aire casi onírico.
Melville modifica la segunda parte del film, trasladando la acción, que en Simenon transcurre en Panamá, a Estados Unidos. Allí, Ferchaux intenta recuperar el dinero que tiene en los bancos neoyorquinos y dirigirse poco a poco hacia el sur, a la espera de saber si Francia va a pedir su entrega (su destino último sería entonces Venezuela, donde también tiene una reserva de capital a su disposición, sin riesgo de extradición).
Antes de iniciar el trayecto hacia el sur, Melville introduce un elemento que intuyo que es algo muy personal: un homenaje a Sinatra (que resultará ser el cantante preferido de Michel), visitando las calles de Hoboken. Luego, como si de una road movie de finales de los sesenta o de los setenta se tratase, ambos hombres recorren la geografía norteamericana (aunque la imagen que incluyo debió rodarse en Francia).
Una serie de incidentes puntuarán la ruta: la pelea en un bar de Michel con dos soldados, porque han quitado una canción de Sinatra del juke box; un contacto con el FBI, que Michel esconde a Ferchaux; el breve episodio de la autoestopista (Stefania Sandrelli), durante el cual Ferchaux lanza el dinero por un despeñadero, gesto un tanto inútil con el que parece querer demostrar a Michel quién es el que manda.
Finalmente, se refugian en una especie de cabaña en una zona húmeda, cercana a Nueva Orleans, que perjudica la salud de Ferchaux. Michel irá madurando la decisión de dejar al viejo y huir con el dinero, cosa que finalmente hará. Pero, sabedor de que su amigo Jeff (Todd Martin), camarero del bar donde suele pasar las horas muertas, pretende robar a Ferchaux, vuelve tras sus pasos para protegerlo, aunque no podrá evitar que su compañero de viaje muera en sus brazos (final que diferencia de manera radical la película de la novela de Simenon, en la que es Michel quien mata a Ferchaux).
A pesar de la buena actuación de Belmondo y, sobre todo, de Vanel, L'aîné des Ferchaux me parece un film que carece de la inspiración de Le doulos o de otros posteriores. Todo parece girar alrededor de la relación entre Ferchaux y Michel, un tanto paternofilial, en la que parece que el viejo banquero se ve reflejado en el joven aventurero. Los espejos, cómo no, jugaran una vez más un papel importante en la película, en la que Melville cita expresamente al Welles de The Lady from Shanghai (y, si se quiere, al Chaplin de The Circus), con un plano en el que Ferchaux se desdobla ad infinitum en unos espejos (no he encontrado la imagen en Internet).
Hay una referencia clara a Il gatopardo, novela y película, cuando Ferchaux le comenta a Michel que hay tres tipos de hombres: ovejas, leopardos y chacales, tipología que es la que utiliza el príncipe de Salinas en la obra de Tomasi de Lampedusa. Es evidente que Ferchaux se ve a sí mismo como un leopardo que se aprovecha del rebaño de ovejas, mientras que parece dudar sobre si Michel se mostrará finalmente también como un leopardo o más bien un chacal carroñero. Su huida con el dinero dejando solo al viejo enfermo parecería apuntar a lo último, pero su regreso probablemente lo eleva a ojos de Ferchaux a la categoría de leopardo.
Se pueden apuntar otros detalles: el uso, nuevamente, de la voz en off (la de Marcel); un breve detalle sobre el antisemitismo, cuando un joyero rechaza comprar la medalla de Lina, la amante de Michel, porque luce una estrella de David; la frase que pronuncia Jeff, y que parece simbolizar el cine de Melville: “el silencio nunca ha traicionado a nadie”;
el pseudostriptease que una bailarina francesa (¡qué casualidad encontrársela en Estados Unidos!) escenifica ante Michel en uno de esos inevitables cabarets melvillianos, bailarina (Michèle Mercier) con la que Michel se encamará, como mandan los cánones…
En conjunto, un film con muchos aspectos interesantes, pero que Melville no acaba, en mi opinión, de ligar satisfactoriamente.
La próxima entrega, Le deuxième soufflé, nos lleva de nuevo al terreno del polar puro y duro, en blanco y negro, con la adaptación de la novela de José Giovanni, un especialista en el género, tanto como escritor, como guionista y como director.




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