Mi blog: www.criticodecine.es
Yo no me voy a chivar, porque no soy un chivato, solo lo voy a decir. Hace una semana estuve por ahí y compartí dos horas largas con Mad en diversos puntos estratégicos de Barcelona, uno de ellos tallers 79, pues Mad tuvo en sus manos y por lo tanto estuvo pensando en aprovechar un 3x2 en BD de Almodovar, pero no cantes victoria amigo Tomas, 1 minuto después descartó la idea y se encaminó por otras elecciones.
Pues si eso no es chivarse...¡Ni Marlon Brando en cierta película que adora Alcaudón! Pero aclaro para (espero) satisfacción de tomaszapa, que la opción era comprar los BD para substituir mis ediciones en DVD. Pero como es una operación que ya he hecho con diversos títulos, no encontré los tres necesarios para aprovechar ese 3x2 y, ciertamente, me concentré en otras ofertas. De Almodóvar, de quien he visto toda su filmografía, salvo Madres paralelas (y la mayoría en cine en el momento de su estreno), tengo 9 films, de los cuales 3 en BD. Con uno de ellos, el de La ley del deseo (mi película preferida del manchego), editado por Cameo, sufrí una decepción, porque la copia corta el final, cuando se oye la finalización de la actuación de Bola de Nieve, con la pantalla en negro, después de haber cantado "Déjame recordar".
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0. Catherine (Una vida sin alegría) (Catherine (Une vie sans joie), 1924)
Catherine (une vie sans joie) (que es como aparece el título en la copia disponible) es el primer film “de” Renoir. Aunque Renoir aparece acreditado como autor del guion (el primer borrador, que, según cuenta nuestro director, fue descartado, era de su amigo Pierre Lestringuez, guionista y actor ocasional), y la película fue, en cierto modo una producción suya (a costa de los cuadros heredados de su padre, Pierre-Auguste Renoir), parece dudoso que se le pueda atribuí la condición de director del film, a pesar de que en los créditos se dice que es una “réalisation d’Albert Dieudonné et Jean Renoir”. Al menos si hacemos caso (algo siempre arriesgado) a lo que comenta el propio Renoir en sus memorias, hasta el punto de no incluir el film en la filmografía. En todo caso, reproduzco un fragmento de su comentario:
“Como las historias presentadas por Lestringuez no eran del agrado de Catherine [Hessling]. Creé yo mismo un breve guion en el que se refleja toda mi admiración por las películas americanas. Catherine interpretaba el papel de la joven inocente perseguida por un malvado. Espero que no quede rastro alguno de aquella pequeña obra maestra de la banalidad. Albert Dieudonné, el Napoleón de Abel Gance, aceptó dirigirla. Fue un fracaso completo. Aquella película, orgullosamente titulada Catherine, nunca fue proyectada en cine. No tenía ninguna pretensión de tipo artístico, pero, a pesar de todo, me sentí decepcionado. Debo reconocer que Dieudonné había hecho todo lo posible por mantenerme en los límites de lo razonable. No hay peor sordo que el que no quiere oír”.
Aunque, en el mismo texto, añade: “Durante la película Catherine, de la que no fui director sino productor, no podía evitar intervenir constantemente en la dirección”. ¿A qué venía este interés de Renoir, que parecía destinado a seguir los pasos paternos, aunque en el campo de la cerámica, por entrar en el mundo del cine? Renoir nos contesta: “Solo puse los pies en el cine con la esperanza de hacer de mi mujer una vedette”. ¿Y quién era esa mujer con veleidades cinematográficas?
Andrée Madeleine Heuschling (1900-1979), conocida en su faceta de actriz como Catherine Hessling (o sea, el propio título del film era una forma de lanzamiento del nombre, seudónimo de hecho, de la nueva actriz), fue modelo del Pierre-Auguste Renoir de 1915 (o sea, con 14/15 años) hasta la muerte del pintor en 1919. Pocas semanas después (en 1920), Dédée, que es como era conocida entonces, se casa con Jean Renoir, con quien tendrá un hijo, Alain. Catherine, que tenía cierta destreza para la danza, era una apasionada de las grandes estrellas del cine norteamericano, a las que intentaba imitar, con lo que su querido esposo se dejó llevar por la pasión conyugal y promovió la película que nos ocupa como vehículo para su lanzamiento (posteriormente, se mantuvo dentro de la profesión durante una década, apareciendo por último vez ante la cámara en 1935, en un film de Pierre Chenal, Crime et châtiment, sobre la novela de Dostoyevski; desconozco a qué se dedicó los 44 restantes años de su vida).
Para ello, Renoir se rodea de amigos, todos ellos con escasa experiencia. Lestringuez, que luego desarrolló una carrera de guionista hasta 1950, debutaba en el cine (sin éxito, por lo que cuenta Renoir). Dieudonné tenía ya una larga experiencia como actor, pero muy poca como director; años después, sería el inolvidable Napoleón Bonaparte en el film dirigido por Abel Gance. El resto de actores es una mescolanza de actores profesionales, como es el caso de Louis Gauthier (el alcalde Mallet), con otros aficionados, como Lestringuez (en el papel del macarra “le bel Antoine”) o el propio Renoir (como el juguetón subprefecto).
La acción nos sitúa en la subprefectura de Varance, en la Provenza (en aquella época Renoir vivía en esta zona de Francia), cercana a Niza. Catherine es una joven criada, huérfana, que presta sus servicios en casa del alcalde y diputado Georges Mallet.
Una situación casual (la mujer de Mallet se ha llevado las llaves de un cajón del despacho del marido, y este envía a la chica a reclamárselas), que obliga a Catherine a irrumpir patosamente en la fiesta que da el subprefecto, genera la inquina de Madame Mallet. Toda esta fase inicial está filmada en todo de comedia (el juego con los timbres, que involuntariamente se establece entre Mallet y Catherine; o el retrato, satírico, de los asistentes a la recepción del subprefecto).
Pero pronto la película se desliza hacia el melodrama. Catherine ha de cambiar la casa de Mallet, donde la señora la riñe constantemente, por la de la hermana del alcalde, Madama Laisné, que vive preocupada por la salud física (sufre del corazón) y emocional de su enfermizo hijo, Maurice (magnífico Albert Dieudonné, en una composición que me recuerda la de Michel Blanc en Monsieur Hire, de Patrice Leconte). Sin duda, el personaje de Maurice es el más atractivo, pero desgraciadamente desaparece a la media hora de película.
En Niza, a donde se han trasladado los Laisné para eludir el lluvioso y deprimente invierno en Varance, se desarrolla entre Maurice y Catherine una de las mejores escenas del film. Durante una noche de carnaval, con bailes y fuegos artificiales en el exterior (lo que nos puede hacer recordar la hitchcockiana To Catch a Thief, también ambientada en Niza), Maurice se aproxima a Catherine y la invita a bailar, primero en la terraza y después en el interior de la casa.
La película nos ofrece un vertiginoso montaje de imágenes en que se alternan las figuras danzantes de la pareja (que giran en sentido de las agujas del reloj) con las del corro del grupo de personas que danzan en el exterior (girando en sentido contrario), con insertos de la cámara girando y filmando las paredes del cuarto. Este montaje mareante nos lleva hasta una especie de estallido emocional que acaba con la vida del pobre Maurice, que acaba cayendo muerto.
Catherine es despedida deshonrosamente, iniciando su calvario. Se ve obligada a deambular por las calles de la vieja Niza, acabando en las manos de un macarra, el bello Antoine, que la instala en una “chambre meublée”, con la evidente esperanza de poder hacer de ella una prostituta (algo que me recuerda The Salvation Hunters, film de debut de Josef von Sternberg que comenté hace poco en “el otro rincón”).
Catherine, al principio de una ingenuidad desarmante, acaba comprendiendo cuáles son las intenciones de Antoine y abandona Niza, volviendo a Varance. Allí la reencuentra Mallet, que la acoge en su casa. Pero la mujer (que mantiene un afer amoroso con el subprefecto) no lo acepta. Las fuerzas vivas de la población, con el subprefecto a la cabeza, intentan aprovechar este pequeño (e injustificado) escándalo para forzar a que Mallet deje el cargo (estamos en campaña electoral), pasando a apoyar a Grave (Georges Térof), el miserable cuñado de Mallet. Renoir/Dieudonné nos regalan una hilarante secuencia durante un debate electoral, en que la hipocresía de la burguesía queda en evidencia.
Catherine, consciente de que su presencia pone en una situación incómoda a su protector, decide dejar la casa. Por la noche, bajo la lluvia, se refugia en un vagón de tranvía abandonado. Pero a la mañana siguiente, un par de vagabundos deciden desfrenarlo, por el mero placer de cometer un acto malvado, deslizándose el vagón por los raíles a consecuencia de la pendiente de la vía, con destino a una vía muerta que da sobre un precipicio. Entramos en el terreno de Griffith: la bella ingenua condenada a una muerte atroz si no es rescatada en el último momento. Por supuesto, el rescate se producirá, pero por en medio se vuelve a recurrir a un montaje frenético, todo un elogio de la velocidad, a base de fragmentar al máximo la acción, mostrándonos en paralelo el avance inexorable del tranvía hacia la catástrofe, la desesperación de Catherine y los intentos desesperados de Mallet de alcanzar el vehículo.
Hay final feliz, como mandan los cánones, aunque queda algo abierto. En el epílogo, vemos a Mallet y Catherine a bordo de un tren, dejando atrás la población. ¿Inician así una nueva vida juntos, lejos de la adúltera Madame Mallet, y de los hipócritas y corruptos convecinos? Un rótulo parece confirmarlo: “Dans un sleeping, deux êtres, qui se comprennent, partent très loin… très loin… pour le pays de l’oubli et de la tendresse”.
Catherine (une vie sans joie) es un film irregular, imperfecto, descompensado, pero con momentos realmente brillantes, que demuestran un vivo interés por el cine, entendido como “imágenes en movimiento”, yendo más allá de lo trillado y convencional de la historia, para introducir un conjunto de momentos visualmente impactantes. Quizá lo menos conseguido, al menos en mi opinión, fuera el intento de lanzar a Catherine Hessling como actriz. La mujer de Renoir se muestra como una actriz limitada, de una fisonomía extraña, con cara de muñeca (de esas muñecas que se suelen denominar “peponas”), no especialmente atractiva, mucho menos para los gustos actuales.
Quizá no sirvió para lanzar a su esposa como actriz (de hecho, la película solo se vio en círculos íntimos, hasta un lanzamiento posterior en 1927, que es el año con que a veces se fecha el film). Pero sí sirvió para inocular, ya para siempre, el virus del cine en las venas de Renoir, para suerte de la historia del cine.
Acabo con una breve referencia a la copia en DVD que he visto (también se puede ver el film en YouTube). La edición, de Filmax-Notrofilms, dentro de una colección en que publicaron diferentes títulos de Renoir, tiene una calidad regular tirando a mala, pero es visible. La banda sonora está compuesta por Marc Perrone, un célebre músico que toca el acordeón diatónico con brillantez, aunque hay una cierta reiteración, un tanto enervante, de las melodías.
Y la próxima semana la que, ya sin duda alguna, es la primera película dirigida por Renoir: La fille de l’eau.
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