Efectivamente, Marcelino no se pone una pistola en la sien, ni se tira de un quinto piso. Si lo hubiera hecho, podría considerarse un accidente fatal o un arrebato de desesperación. Tal y como está en la película, como en tantos cuentos, al niño se le ofrece la concesión de un deseo y, se supone que inocentemente, el crío pide conocer a su madre. Para ello, el ente del desván, decide (unilateralmente) que la solución es que muera de inmediato.
Si el niño lo hace conscientemente para cumplir un deseo, la película haría apología del suicidio infantil. Y si el niño no desea morir para conocer a su madre, alguien le habría hecho una oferta bastante capciosa, aprovechando su inocencia para mandarlo expeditivamente al otro barrio. Parece un tanto turbio y morboso el asunto.
Imaginemos a niños de cuatro o cinco años deseando volver a ver a familiares fallecidos mediante tan alegre e inocuo procedimiento.