Mas allá del virtuosismo técnico, Akira me pareció una paja mental de mucho cuidado.
Una historia absolutamente ininteligible arropada, eso sí, por las imágenes mas poderosas que haya visto en animación.
No niego el intento de crítica social del Japón post-industrial, pero creo que Otomo se pierde en discursos pseudoexistenciales que puede que impresionen a adolescentes con problemas de identidad, pero que no resisten el menor análisis.
Un claro ejemplo son sus cortometrajes: impresionantes ejercicios de estilo, pero huecos y vacíos de contenido.
He visto Akira un par de veces y me he dejado llevar por la belleza de las imágenes, renunciando a entender lo que me cuenta.
Quizás porque no hay mucho que entender.




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