El otro significativo caso es Sleepy Hollow (Sleepy Hollow, 1999), producido por Francis Ford Coppola, ayudado, entre otros, por el sello de la Paramount. Inspirándose en las mejores escuelas del género —Universal, Hammer y AIP—, el filme vaga por parajes alucinantes, bosques encantados y aldea con hermosas mansiones de madera que recortan el cielo, donde el gótico de los grandes maestros vuelve a relucir en un espectáculo preciosista como pocos. Pero lo más curioso no es la inspirada puesta en escena; ni ver a Johnny Depp luciendo dotes detectivescas como estudioso de lo oculto, intentando emular a los Rathbone, Cushing, McDowall…; ni siquiera lo sentidos guiños que adornan la cinta de principio a fin. Lo más original es cómo el relato La leyenda del valle dormido, de Washington Irving, con sugerencia final racional, realista, con tipejo celoso que esconde su personalidad decapitada bajo la capa, se torna, mediante el guión de Kevin Yagher y Andrew K. Walker, y ante la golosa mirada del niño Burton, en un desenlace fantástico y sobrenatural —podría decir lo horrible posible como vuelta de tuerca a la tendencia contraria—, en un despliegue de imágenes barrocas, turbadoras, bien elaboradas por la fotografía de Emmanuel Lubezki, dignas de los mejores estetas del género. El diseño de producción de Rick Einrichs permite una imaginería comparable a los más artísticos delirios visuales del género, y Christopher Walken nos remite un caballero descabezado que da más miedo cuando luce la pavorosa testa, gracias a los efectos visuales de la ILM, de Lucas. Por su parte, Christopher Lee, con una corta y nívea cabellera y cejas negrísimas, ejercita el papel-cameo de burgomaestre al principio de la trama, imponiendo su gesto duro y desafiante a un Johnny Depp que se ve obligado, como reprimenda profesional, a viajar a tan peligrosa comarca. En mitad de los terroríficos bosques, los recintos encantados no pueden faltar. Como la cabaña-cueva de una de las feroces brujas; el niño que acompaña a Depp llega a decir: «Escuche… No hay pájaros. Ni grillos. Todo ha quedado en silencio». Y si Sam Raimi tuvo su molino homenajeador, Burton no habría de ser menos, ya que este apartado habitáculo está maldito por ser refugio de la otra bruja oculta, para realizar sus conjuros de hechicería con la finalidad de traer al jinete del más allá y consumar los crímenes que la benefician. En su interior asistimos a los últimos ataques del monstruo, produciéndose un inevitable incendio —guiño a Corman—, que hará saltar la estructura por los aires de manera espectacular.
Del libro: Casas malditas - La arquitectura del horror