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Desde que George Lucas se decidiera en 1999 a realizar las precuelas de la trilogía Star Wars, muchos nos preguntamos la necesidad de ello. El porqué de una decisión tan arriesgada como irracional, teniendo en cuenta que el pistoletazo de salida de la saga data de 1977 y que las tres obras poseen un universo de miticidad difícilmente parangonable. Y es que esta nueva trilogía parece poseer una extraña doble vertiente, una positiva y otra muy negativa. Por un lado, establecer un punto de contacto con las nuevas generaciones, con quienes no pudieron asistir al estreno del año 77 sencillamente porque no habían nacido. Por otro, y he aquí el gran problema de estos films, explotar en su máxima totalidad el filón de oro, con la mirada puesta en el fanático de la saga, en el friki que se viste de Darth Vader para ir a los estrenos y dilapida todos sus ingresos en la compra compulsiva del interminable merchandising que el señor Lucas (un genio de los negocios, todo hay que decirlo) saca al mercado. Dicho de otra forma, no es, precisamente, Annakin Skywalker la víctima del reverso tenebroso, si no el propio George Lucas quien, debido a la pasmosa facilidad de reclamo que posee el prefijo "Star Wars" en una gran parte de la imaginería popular, no duda en poner en peligro la contundencia y el (cada vez mayor) respeto crítico que posee la trilogía original con el fin de engrosar su cuenta corriente. Star Wars. Episodio III, por tanto y al igual que las dos anteriores, no es más que una descarada e intolerable tomadura de pelo, por un buen número de razones.
Primero, nos encontramos ante una producción casi íntegramente digitalizada, poseedora de un diseño visual tan insultantemente antiestético (feo, para que nos entendamos) que llega a incomodar su visionado. La aglomeración de los efectos infográficos no hace más que eliminar completamente su capacidad de verosimilitud, sin ningún género de dudas, lo peor que le puede ocurrir a cualquier obra cinematográfica. Y ello aumenta el valor de la trilogía original, cuyos efectos especiales tenían su base en las maquetas, las transparencias y los efectos de fotografía, remarcando la fisicidad en los combates y pegando la cámara al rostro de los actores en las luchas cuerpo a cuerpo, con el fin de explorar toda su psicología interna. Aquí, sencillamente, se ha omitido cualquier atisbo de realidad con el fin de fabricar un caprichoso videojuego, limítrofe al ridículo más espantoso sobretodo si entramos en comparaciones con las piezas anteriores.
Segundo, el desarrollo de los personajes resulta ramplón, defectuoso y, por momentos, irrisorio. Definitivamente alejado del solemne hálito de tragedia griega que exhalaba la trilogía original, Lucas ha optado por la simplificación total en la caracterología de sus creaciones. Si nos centramos en Anakin, vemos que no existe la menor noción de la dosificación de la información, lo que provoca que la conversión a Darth Vader sea tan precipitada y chapucera como los motivos que le conducen a ella. Asimismo, la extrema complejidad en las intenciones del personaje en El Imperio contraataca o El retorno del Jedi (las luchas y los diálogos —espléndidos— con Luke) quedan derruídas en una desdibujada caricaturización, perfectamente simbolizada en el grotesco "¡No!" que exclama cuando le es comunicada la muerte de Padmé. De igual manera, el tratamiento que se le da a Yoda, con una huída final que parece estar desvalijada de la despedida de E.T., se da de bruces con la idea que se tenía de este personaje en las obras anteriores. Pero no acaba aquí el desastroso tratamiento de los personajes si vemos, por ejemplo, la nula trascendencia dramática de Padmé, reducida a la premonición de Anakin y al parto de los gemelos; la inclusión de un tal General Grievous, totalmente desconocido para quienes no hemos seguido la serie de animación; o el maltrato que se le da a Christopher Lee, ejecutando su personaje a los diez minutos de película.
Tercero, la dirección de Lucas es, como suena, un desastre de proporciones piramidales. Y no solo por la importancia que le concede a la infografía eliminando, con ello, las posibilidades de una puesta en escena trabajada (resulta imposible habalar de "puesta en escena" ante semejante panorama). De hecho, las pocas secuencias en que el protagonismo de los actores queda (más o menos) patente, la desidia de la realización hace que todo se venga, irremediablemente, abajo. El gran problema de Lucas es que el ritmo se le escapa de las manos y hace de Star Wars. Episodio III una tediosa, aburridísima muestra de lo que la apatía creativa y la obsesión comercial pueden llegar a ser.
Corre el rumor de que el gran Mel Brooks está preparando una secuela de su espléndida La loca historia de las galaxias, con el fin de parodiar esta nueva trilogía. Viendo el lamentable resultado de Star Wars. Episodio III (y, por extensión, de las dos restantes) es inevitable llegar a la conclusión de que Lucas ha acabado parodiándose a sí mismo y sacando a la luz todas sus deficiencias como realizador. Pero, ¡bueno!, si ello sirve de base para que Mel Brooks vuelva a la dirección después de diez años y con un proyecto tan prometedor, bienvenido sea. Sin duda, será lo mejor que estas tres insensateces cinematográficas nos habrán legado.
Por Joaquín Vallet R.
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