LA VERDAD OS HARÁ LIBRES...
REVISANDO (SUCINTAMENTE) LA FILMOGRAFÍA DE
JOSEF VON STERNBERG (1894-1969) / PARTE III:
THE DOCKS OF NEW YORK (1928, LOS MUELLES DE NUEVA YORK)
Director: Josef von Sternberg.
Producción y distribución: Paramount Famous Lasky Corp.
Productor: Josef von Sternberg.
Guión: Jules Furthman, a partir de la historia “The Dock Walloper” de John Monk Saunders.
Dirección artística: Hans Dreier.
Fotografía: Harold Rosson.
Reparto: George Bancroft (El fogonero), Clyde Cook (Su compañero), Betty Compson (Una chica), Mitchell Lewis (El tercer oficial de máquinas), Olga Baclanova (Su mujer), Gustav von Seyffertitz ("Hymn-Book" Harry).
Duración: 8 rollos.
Estreno: 29 de septiembre de 1928, con preestreno el 15 de septiembre en Nueva York.
Último de los filmes mudos de Sternberg que se conservan, LOS MUELLES DE NUEVA YORK es un espléndido melodrama que aúna a la perfección la sencillez de la trama (una historia de amor a cuatro bandas) con el barroquismo de la puesta en escena potenciado por la excepcional labor mancomunada del director artístico de origen alemán Hans Dreier (1885-1966) y el director de fotografía Harold Rosson (1895-1988).
La (engañosamente sencilla) trama de la película se basa en una historia del escritor, guionista y director de cine John Monk Saunders (1895-1940), una de cuyas obras ya había sido llevada con notable éxito a la gran pantalla en 1927, ALAS de William A. Wellman, que ganaría en 1929 el primer Oscar de la historia a la mejor película.
- El propio Monks se llevaría uno en 1931 por LA ESCUADRILLA DEL AMANECER de Howard Hawks -
El habitual colaborador de Sternberg (y más tarde del citado Hawks), Jules Furthman (1888-1966), se encargaría de elaborar un estupendo libreto, con diálogos certeros y cargados de doble sentido, en los que se mezcla a partes iguales el romanticismo más exacerbado y el sexo nada velado que son santo y seña del estilo del director alemán y que potenciaría en grado superlativo en sus colaboraciones con la mítica Marlene Dietrich (desde EL ÁNGEL AZUL (1930) hasta THE DEVIL IS A WOMAN (1935)) y que espero que pronto vean la luz en este modesto rincón.
Como bien reza el título la historia tiene lugar en los muelles de Nueva York a donde llega el barco mercante en el que trabajan el tercer oficial de máquinas, Andy (Mitchell Lewis), el fogonero Bill Roberts (George Bancroft, el protagonista de la ya comentada LA LEY DEL HAMPA (1927) y de la desaparecida LA REDADA (1928)) y su compañero “Sugar” Steve (Clyde Cook).
La única noche que se les concede a los tripulantes para pasarla en tierra firme les conducirá a la taberna de mala muerte “The Sandbar” que será donde acontezca la mayor parte de la trama.
Una historia que se desarrolla prácticamente en esa noche pero en la que ocurrirán muchas cosas.
En la taberna, Andy se reencontrará con su esposa, Lou (Olga Baclanova, la Cleopatra de LA PARADA DE LOS MONSTRUOS (1932)), a la que no veía desde hacía tres años y que ahora se dedica a “entretener” a los clientes del tugurio.
Mientras nuestro protagonista, Bill (Bancroft), intentará disfrutar al máximo las pocas horas que se les ha concedido antes de partir hacia el siguiente puerto.
Pero sus propósitos se verán inicialmente contrariados cuando tenga que sacar del agua a Mae (un bella Betty Compson, que parece un anticipo de Marlene Dietrich, aunque más angelical, más terrenal y menos cínica) cuando ella intenta suicidarse lanzándose al agua (Sternberg visualiza la escena de forma indirecta mostrándonos únicamente el reflejo de ella en el líquido elemento).
Bill cargará con ella en brazos y la llevará a una habitación de la taberna pese a las quejas de la dueña.
Allí recibirá los cuidados de su amiga Lou y ya en esas escenas donde ella la desviste vemos los primeros destellos de lujuria en la mirada del curtido Bill.
La visita del marido de Lou a la estancia donde yace la joven también despertará el deseo de éste.
El bruto de Bill intentará conseguir ropa seca para la joven y dado que la tienda a la que acude está (lógicamente) cerrada no se le ocurre otra cosa que entrar a la fuerza y llevarse lo que necesita y sin pagar ni un centavo.
La atracción entre ambos se dará desde un principio aunque Bill, que nunca dispone más que de unas pocas horas (o de unos pocos días) entre puerto y puerto, no parece pensar en ella más que en otra de sus muchas conquistas (como bien demuestra su tatuado brazo lleno de nombres de mujeres) a las que tan pronto como abandona se olvida de ellas. Ninguna ha logrado mellar su duro corazón. Al menos hasta ahora.
Y si en el barco Bill tiene que acatar las órdenes de Andy no se dará el caso cuando están en tierra. Los avances de éste hacia la recuperada (y ciertamente atractiva) Mae se verán contundentemente repelidos por los puños de Bill.
Un Bill que no teme a nada ni a nadie y que en un impulso, por probar algo nuevo, decide casarse con la joven para lo cual necesitarán la presencia de un sacerdote, “Hymn-Book” Harry (Gustav von Seyffertiz), un individuo que pese a coexistir con lo peor de la sociedad mantiene su dignidad y que después de no aceptar el pago por sus servicios por Bill le recuerda a éste que al día siguiente le lleve la preceptiva licencia para que el matrimonio sea efectivo algo que, por supuesto, Bill no piensa hacer pues al día siguiente su barco zarpará y él se irá con él.
Pocas veces en la Historia del Cine una taberna me ha parecido más realista que este decorado diseñado por Dreier, fotografiado por Rosson y donde la cámara de Sternberg se mueve a sus anchas lo que le permite la audacia de que mientras la misma se centra en los protagonistas la presencia de los grandes espejos que coronan las paredes del local nos permite igualmente seguir a los demás figurantes.
Después de la “noche de bodas” Bill no tiene reparo en dejar dinero a Mae mientras ésta duerme pensando que después de todo ha pagado un servicio. Aunque también hay algo en la mirada de Bill que parece indicar que tal vez no hay sido únicamente la posibilidad de acostarse con la joven lo que provocó la súbita decisión de casarse con ella.
El intento de Andy de aprovecharse de Mae diciéndole que Bill no piensa volver se verá bruscamente cortado por una celosa Lou que no dudará en seguir a su marido a la habitación de la joven y matarle de un tiro.
Aunque en un principio Mae se negará a contar nada a la policía Lou declarará que ha sido ella quien le mató.
Mae intentará retener a su lado a Bill pero éste no tiene visos de dejarlo todo por ella. Y la llegada de su amigo “Sugar” no hará más que acentuar la urgencia de la partida dado que el barco no espera.
En una preciosa escena Mae intentará coser el bolsillo roto de la camisa de Bill pero las lágrimas no le dejan enhebrar la aguja y será el propio Bill el que tenga que ayudarla.
Ese toma y daca entre los dos y donde vemos por un lado la fragilidad de ella y la aparente dureza de él está tratada por Sternberg con una notable delicadeza y además será el detonante del tramo final de la película.
Cuando Bill finalmente parta, dejando a Mae desconsolada (incluso por su cabeza parece que ronda de nuevo la idea de volver a cometer un intento de suicidio), la policía volverá para detenerla pero en este caso por el caso del robo de la ropa.
Mientras en el barco Bill se dará finalmente cuenta de que Mae si era, después de todo, diferente a todas y cada una de las chicas que ha conocido a lo largo y ancho del mundo y decide como siempre sin pensárselo dos veces saltar del barco y volver al puerto a nado.
Bill llegará a tiempo de evitar que Mae sea condenada a 60 días de cárcel al culparse él del robo. A la pregunta que él le haga de si será capaz de esperarle después de ese tiempo sólo hay una respuesta posible. ¿Adivináis cuál es?
Un final tal vez demasiado rebuscado pero que cierra perfectamente este hermoso melodrama ambientado en los bajos fondos pero donde incluso el más irredento de los pecadores puede, si lo desea, encontrar su salvación.
Feliz noche. Y abrigaros bien.