Parsifal (1951), de Daniel Mangrané (y Carlos Serrano de Osma como “realizador técnico”)
Curiosísimo film dirigido por el tortosino Mangrané, con la asistencia técnica de Serrano de Osma, al parecer el responsable del apartado visual, mientras Mangrané se ocupaba del guion y de la dirección de actores.
Como su título indica, estamos ante una peculiar versión de la leyenda de Parsifal, que Wagner convertiría en una ópera descomunal. Pero la aproximación al mito está hecha de forma particularmente original y sorprendente, especialmente para el cine español de la época.
Se inicia cuando el mundo sufre una Tercera Guerra Mundial. Dos soldados llegan a un templo en ruinas, donde encuentran un libro que cuenta la historia de Parsifal. La película retrocede hasta el siglo V, cuando los bárbaros asolan la Península Ibérica. El malvado Klingsor (Félix de Pomés) se enfrenta a Roderico (Ángel Jordán), el arquero, por el control de la tribu.
Klingsor mata a su rival a traición y derroca al jefe de la tribu. La mujer de Roderico (la célebre bailarina Ludmilla Tchérina, a la que podemos ver en dos fantásticos films de Michael Powell y Emeric Pressburger,
The Red Shoes y
The Tales of Hoffmann), embarazada, se refugia en las montañas. Allí nace Parsifal, aún sin nombre, y su madre conoce a los caballeros del Grial, aunque no los puede seguir hasta la Montaña Sagrada (Montserrat para la ocasión).
La muerte accidental de la madre va a dejar el niño al cuidado de los lobos. Años después, el joven (el actor mexicano Gustavo Rojo), que no ha conocido la compañía de los hombres ni de las mujeres, se encuentra en el bosque con la misteriosa Kundria (también Tchérina), hija del mago Klingsor.
Parsifal (aunque su nombre aún está por llegar) se siente atraído por ella, pero descubre su doblez cuando la ve engañar a Amfortas (Alfonso Estela), el caballero que porta la lanza de Longino, con la que se hirió a Jesús en el costado. Klingsor se apodera de la preciada reliquia, hiriendo de forma permanente al caballero, que no podrá curar sus heridas.
Parsifal, poco a poco, irá convirtiéndose en el caballero que las profecías apuntaban como el que retornaria la lanza a la Montaña Sagrada, con lo que se propiciará la vuelta del Grial durante la celebración del Viernes Santo, de la que Amfortas lo ha mantenido alejado debido a su impureza, permitiendo así la manifestación de nuevo del Espíritu Santo en forma de paloma. Pero antes tendrá que pasar por un largo aprendizaje, superar las tentaciones del Jardín Mágico de Klingsor, donde moran los Siete Pecados Capitales (con la popular vedete Carmen de Lirio como la Soberbia),
y vencer en duelo al mago, el cual, antes de que pueda cometer con Parsifal la misma acción traicionera que hizó a Roderico, es asesinado por un enano que estaba a su servicio. Vencidos sus enemigos y, sobre todo, su soberbia, Parsifal podrá entrar en la Montaña Sagrada (convertido, al menos en su aspecto, en una especie de nuevo Jesús) y retornar el equilibrio místico a la comunidad del Grial.
A pesar de cierto decorativismo de cartón piedra (que, en el fondo, no deja de tener su encanto) y un misticismo cristiano un tanto ramplón (del cual no escapaba tampoco Wagner, de quien el represaliado Ricard Lamotte de Grignon adapta la música), a pesar del tono engolado y moralizante de los diálogos (que, eso sí, apuntan, entre líneas, un intento de reconciliación después de la brutalidad de la Guerra Civil y la cruel posguerra) y algunas interpretaciones desajustadas, la película tiene una potencia visual realmente espectacular. Además, sorprende el festival de “beef cakes” que nos ofrece, años antes del estallido del péplum, en particular de Gustavo Rojo en su papel de Parsifal.
Sin duda, un film a reivindicar.