La estructura anárquica es la que se veía en el cine americano de los 60 y 70. Pienso en Bob Rafelson, padrino de toda una generación (Scrosese, De Palma, Dennis Hopper, Coppola, etc) con sus películas como El rey de Marvin Gardens o Mi vida es mi vida; o Robert Altman con su MASH o la recién proyectada en la filmoteca Aquel día frío en el parque.
Todas las películas del New Hollywood se desarrollaban con esa libertad, en la que la historia deja de ser importante para dar paso a la arbitrariedad de la vida. Porque al fin y al cabo la vida es eso, una especie de narración sin guion, donde ocurren pequeños encuentros con personas a las que ya no volveremos a ver nunca más. Lo que más me parece fascinante de aquellas películas, y de Licorice Pizza, indudablemente deudora de esa generación ya extinta, es que juegue con el propio cine; que utilice recursos casi por antojo (planos secuencias, inserciones musicales por medio, "sketches" cómicos que no llevan a ningún lado, como la secuencia de la moto de Sean Penn, subtramas que no llegan evolucionar y, como dijimos, personajes puestos a modo de artificio en momentos puntuales) cuando mejor le conviene.
El Nuevo Hollywood mostraba su fascinación hacia el cine europeo autoral y estaba convencido de poder hacer películas alejándose del modelo convencional, alzando así la figura del director como la más importante dentro de la cadena de producción. Sus historias, irónicas y pesimistas, que se podían resumir en un par de palabras, quedaban sumergidas por un océano lleno de peces obsesivos y psicópatas sin ningún futuro próspero, mientras a su alrededor empezaban a emerger movimientos sociales que luchaban contra el establishment (justo lo que hacía el NH con el cine). En resumidas cuentas, en el cine abogaban por una libertad (fuera del control de productor) para construir su película como ellos quisieran, y en la vida, con una independencia que les permitiera prosperar sin que ningún político pusiera piedras en el camino. Lo bonito en general es labrarse un camino a base de experimentar y probar cosas nuevas.
Cuarenta años después, PTA, parece como si hubiera querido que Hollywood se reconciliase con su pasado, que el pesimismo no se apoderase por una vez, mirando con anhelo su infancia feliz, lleno de risas, aventuras, locuras, emprendimientos y admirando a políticos jóvenes que venían a renovar el panorama desolador. Los 70 estuvieron marcados por el fin de Vietnam, Watergate y la crisis de petróleo, pero PTA no deja en ningún momento que la desolación sea la protagonista, ni si quiera en la relación amorosa: la acción de uno provoca la reacción del otro. Si el camión se queda sin gasolina en el momento más crucial, retrocedemos y nos tiramos a ciegas por la cuesta. De nada vale estarse quieto esperando que la solución caiga del cielo, parece decir nuestro amigo Anderson. No creo que PTA esté romantizando su pasado (cualquier pasado es mejor, dicen), pero sí estoy convencido de que Licorice Pizza ha surgido como contraposición al pesimismo de aquella década, mostrando su cosas buenas, pero a su vez respetando a los mayores que le enseñaron lo que era la vida y el cine. Aquí no se trata de juzgar, solo de sacar a la superficie los aspectos positivos de los 70. Por eso, hace suyo los elementos narrativos y técnicos de sus antecesores para dar libremente su opinión.
En Licorice Pizza se dignifica tanto a los que quisieron cambiar el país (Alana Haim como símbolo del trabajador precario comprometido por los problemas sociales) como a los soñadores apolíticos, que vivían a los márgenes de lo que ocurría y que lo único que buscaban era la prosperidad económica para ser felices, pero sin hacer daño a nadie (fantástico Cooper Hoffman). Y ya que estamos, Anderson también usa la película para reírse, siempre desde la admiración, de los comportamientos excéntricos de los artistas (nadie está exento de culpas).
Y para terminar, cada vez que pienso en Licorice Pizza me pasa como con Érase una vez en Hollywood (precioso díptico que forman los dos títulos), la veo más y más virtudes, y creo que sería una pena quedarse simplemente con que es una "comedia romántica". La complejidad de sus obras anteriores está aquí, solo que por debajo de la superficie. Lo que llamamos subtexto, vaya.




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