Es evidente que mostrar el beso tiene una intención determinada y ajena al desarrollo narrativo de la historia: reivindicativa, normalizadora, concienciadora… como se quiera. Esta clase de insertos son frecuentes en los últimos tiempos, tiene un sesgo ideológico y abarca una gama de asuntos bastante definida. A nadie se lo oculta que Netflix, sin ir más lejos, ha hecho bandera de ello. A partir de ahí, conviene no mezclar: hay quien se siente molesto por el contenido del mensaje, y hay quien, no teniendo ningún problema con el mensaje, e incluso apoyándolo sin reservas, se siente molesto por su presentación poco matizada, que puede incluso llegar a abaratarlo produciendo un efecto contrario al pretendido. Lo más curioso es el adanismo de parte de las nuevas generaciones, ese afán redentor de la humanidad como si todo lo anterior fuera el Paleolítico. En realidad, está todo inventado, escrito y filmado. La homosexualidad, por ejemplo, lleva siendo tratada de un modo brillante en el cine desde tiempo inmemorial, y el problema de muchas de las nuevas producciones, a menudo, está en ese indisimulado afán “agendístico” que resulta impostado y respeta poco la sensibilidad e inteligencia del espectador medio. Algunos que peinen canas recordarán Víctor o Victoria, una excelente comedia de hace cuarenta años cuyo guión modélico maneja con total naturalidad este asunto, dando pie al lucimiento de unos grandes Robert Preston, Julie Andrews y James Garner. Un poco de humildad no vendría mal en ocasiones, el Mediterráneo ya fue descubierto hace mucho.