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Las puertas del cielo
Sergi Sánchez
He aquí la verdadera historia de amor entre cowboys de la temporada. Toda la intensidad que le falta a la, por otra parte estupenda, «Brokeback Mountain», le sobra a la extraordinaria película de Tommy Lee Jones. Él es Pete Perkins, un vaquero que, acompañado del cadáver de su amigo del alma envuelto en una manta y con su asesino accidental bajo su forzada custodia (Barry Pepper), emprende un viaje hacia el otro lado de la frontera que es, al mismo tiempo, un viaje hacia un oasis imaginario, un paraíso árido y decadente que bien podría llamarse muerte. Melquíades Estrada es casi una abstracción, una reliquia, una fantasía pasional que sólo se conjuga en un pasado que se reconcilia con el presente en un trayecto horizontal, como si el objetivo del viaje, el último adiós al último amor, atenuara la fracturación inicial del guión de Guillermo «21 gramos» Arriaga.
Recordando los pasos del John Ford más crepuscular y evocando la memoria de Sam Peckinpah (el de «Duelo en la alta sierra» pero también el de «Quiero la cabeza de Alfredo García»), Jones ha hecho un «post-western» que no reniega de sus raíces clásicas, siempre que sea para reformularlas bajo la luz de un antiheroismo más heroico que nunca. Es difícil encontrar a un cowboy que llore más que Pete Perkins, un hombre que guarda luto por su mejor amigo encerrándose en su casa para después entregarse en cuerpo y alma a una venganza ritualizada que acabará convirtiéndose en homenaje necrófilo. Pete Perkins podría ser el William Munny de «Sin perdón» si éste hubiera enloquecido de amor: la escena en que aparta, desesperado, las hormigas que devoran el cadáver putrefacto de su amigo es conmovedora y escalofriante. Y cuando lo vemos alejarse entre las ramas secas del paisaje mexicano, uno intuye que está atravesando las puertas del cielo para reunirse con Melquíades, que, no por casualidad, significa «rey de Dios» en hebreo. Un consejo: ni se les ocurra perderse esta obra maestra.
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Tommy Lee Jones: «No sé si el “western” es un género, sólo soy “fan” del buen cine»
El actor colabora con el guionista mexicano Guillermo Arriaga en la segunda película que dirige, la crepuscular «Los tres entierros de Melquiades Estrada»
Redención, venganza, justicia. Un amor perro y un juramento entre un espalda mojada asesinado y un viejo «cowboy» que decide hacer lo correcto tras la mirada seca de Tommy Lee Jones, que ya es, sin duda, un cineasta.
Reyes González / Miguel Ayanz
Un cadáver aparece cubierto con tierra de mala manera en mitad del desierto. Es el primer entierro. La policía lo sepulta precipitadamente, como si molestara, como si fuera una verdad incómoda. Segundo entierro. Un hombre, de vuelta de casi todo, un vaquero rudo que no acepta un no por respuesta, decide darle a su único amigo, un mexicano que a nadie más parece preocupar, el tercer entierro, el definitivo, el que se merece, y emprende un viaje que es también interior para él y sus acompañantes. Para «Los tres entierros de Melquíades Estrada», la segunda película como director de Tommy Lee Jones, tras su «The Old Good boy», el actor ha elegido un tema cercano a su propio hogar. La historia, escrita por el guionista de «21 gramos», Guillermo Arriaga, habla de los problemas que existen en la frontera de Texas entre México y Estados Unidos, países distintos que sin embargo comparten una misma cultura en esa región. Las tensiones que se viven en esa parte del mundo sirven de paisaje a una película que habla de racismo, amistad y búsqueda de justicia. «Sí, trata de redención –explica Guillermo Arriaga–, aunque más bien creo que es un filme sobre la justicia. La justicia más honda comprende entender el daño que hiciste a alguien con tu violencia. Hasta que no te pones en los zapatos de esa persona y entiendes su realidad, no puedes tener un sentido cabal de la justicia. Y, más que redimirse, el personaje principal lo que hace es entender. Es un viaje en el que Pete Perkins lleva a Miker Norton a entender la profundidad del terrible acto que cometió, aunque fuera por error».
En pleno apogeo de vaqueros homosexuales en la pantalla, cuenta el director que «ésta no es una película de vaqueros, un término que cada vez es más peyorativo. Como el guionista de la película lo califica, es un filme sobre la cultura, sobre un país con fronteras». De esas fronteras habla el guionista, Guillermo Arriaga («Amores perros», «21 gramos»...): «El mundo de la frontera de México con EE UU es seductor para quien la conoce: hay tradiciones, intensidad, mezcla, fusión, cultura... Para mí es un lugar especial. Además, el paisaje vasto, espectacular, se convierte en otro personaje: es imposible no mantener un diálogo con él». Además, sigue Jones, «soy “fan” de las buenas películas. No pienso si un género es mejor que otro, ¿Qué es un “western”? Una película con caballos, chalecos y armas... no sé si eso es un género cinematográfico, a mí lo que me interesa es que sea bueno».
shakespeare y peckinpah
Desde el comienzo, ambos, director y guionista, parecían motivados por razones similares. «Quise hacer un estudio social entre la tierra que esta al sur del río grande y la que está al norte –explica Jones–, para entender cómo en ambos lados hay cosas iguales y distintas, cosas que están dentro y fuera del control humano, como la ironía, las injusticias, la gloria, la belleza y la redención En esta zona puedes ver que hay un carácter determinado con sus cualidades, algo que ha crecido, ha evolucionado y no puede controlarse». Y añade sobre esa zona al rojo vivo que es la frontera mexicana que «un senador en los EE UU se refirió a nuestras fronteras como “hemorroides”. Eligió esa metáfora para hablar de una herida abierta: quiere conseguir una propuesta de ley para que se destinen millones de dólares del Gobierno a grupos de vigilancia contra los inmigrantes».
En las notas que acompañan a la película, Tommy Lee Jones asegura haberse inspirado en cineastas como Sam Peckinpah y Akira Kurosawa, y en artistas como el escultor Donald Judd y Dan Flavin. «La geometría y el minimalismo son aspectos visuales tan importantes como el ángulo de la cámara. El trabajo de Judd puede ser altamente intelectual y profundamente emocional y por supuesto que la influencia de Flavin es obvia en cuanto a la luz; sobre todo, en la escena de la clínica donde curan a Mike de la mordedura de una serpiente». Por su parte, Arriaga parece haber compuesto un guión clásico, casi de tragedia griega o shakespeariana. Encantado con el «cumplido», asegura el mexicano: «Sólo quise contar el viaje personal de estos tres individuos, Melquiades, Pete y Mike, e ir encontrando algunas verdades de la vida según se enfrentan, no sólo con los demás, sino consigo mismos. Pero es cierto: de niño estudié teatro y en la escuela fui adaptador de Esquilo y Sófocles. La tragedia griega y el teatro de Shakespeare han tenido una gran influencia en mí». Y explica, sobre el policía fronterizo Mike Norton (Barry Pepper), que «una lección que aprendí hace años es que siempre debes querer a tus personajes. Por muy desagradables que sean, no hay que juzgarlos nunca. Si lo haces, los estás construyendo de una sola dimensión, y yo quiero tratar de comprender los motivos de cada uno de ellos, incluidos aquellos que deteste».
Precisamente sobre algunos personajes del filme, cuenta Arriaga que «muchas veces para las fuerzas del orden es más importante la estabilidad que la verdad. Desde mi novela “Un dulce olor a muerte” he tratado de explorar eso, las llamadas “razones de Estado”. No encontrar un culpable o no divulgar una verdad ayuda a mantener la estabilidad de una sociedad».
El protagonista de cintas como «El fugitivo» y «Hombres de negro» debutó en la dirección con «The Good Old Boy» (1995). Ha pasado una década desde aquel filme para televisión, pero Jones asegura que «los rodajes de ambas películas fueron los días más felices de mi vida creativa. Lo malo es que lleva mucho tiempo organizarse. Por supuesto, tengo otros momentos fabulosos en mi vida, como ver crecer a mis hijos, entrenar y vender caballos, buscar buen material, conocer a la gente que verdaderamente te interesa y con quien disfrutas trabajando. Un tipo como Guillermo Arriaga no llega a tu vida cada día, y otro como yo tampoco». Asegura que no ha cambiado apenas desde aquella primera experiencia tras la cámara –«no mucho, he aprendido más pero no he cambiado»–, pero sí ve su profesión desde otra perspectiva: «Cuando diriges entiendes mejor como actor lo que el director espera de ti. Cuando te conviertes en cineasta, actor y escritor descubres un mundo nuevo en este trabajo». Por su parte, Arriaga está «encantado» con el resultado logrado por Jones: «Nuestros estilos se complementan. El mío es un poco más enrevesado, más encriptado, la simpleza del suyo le vino bien. No hizo muchos malabarismos con la cámara y la historia necesitaba esa sequedad que le aportó Tommy. El paisaje, el desierto y su soledad llamaban a una puesta en escena mesurada».