La strega bruciata viva” (episodio de Le streghe, 1967)



Coproducción ítalo-francesa, Le streghe es una más de las muchas películas de episodios de los 60, como la ya comentada Boccaccio ‘70. Si en aquella, en la que Visconti participó con Il lavoro, el productor era Carlo Ponti (lo que justificaba la presencia de su mujer, Sofia Loren, en uno de los episodios), en esta ocasión lo es el otro gran productor italiano, Dino de Laurentiis, que parece haber concebido el proyecto a mayor gloria de su esposa, Silvana Mangano, protagonista de los 5 episodios.

Aunque solo comentaré el de Visconti, el más extenso y, en mi opinión, el mejor, aun sin entusiasmarme, cito el conjunto de episodios (indico la duración aproximada según el DVD que he visionado, una edición discreta tirando a mala, de Resen): 1) “La strega bruciata viva”, de Visconti (37 minutos); 2) “Senso civico”, de Mauro Bolognini, con Alberto Sordi (6 minutos); 3) “La terra vista della luna”, de Pier Paolo Passolini, con Totò y Ninetto Davoli (31 minutos); 4) “La siciliana”, de Franco Rossi (menos de 6 minutos); y 5) “Una sera come le altre”, de Vittorio de Sica, protagonizada por Clint Eastwood y la Mangano (unos 29 minutos). Por cierto, la edición de Resen incluye como extra la versión inglesa de este último segmento.

El episodio de Visconti nos transporta, una vez más, a un ambiente de la alta sociedad (aquí más burgués que aristocrático), en una casa rodeada por la nieve, situada en la localidad tirolesa de Kitzbühel. Hasta allí llega, de incógnito, Gloria, una famosa actriz que asiste a la fiesta que da su amiga Valeria (Annie Girardot).



Los invitados se prestan a algunos juegos de sociedad (uno consiste en buscar el anillo de Valeria). Gloria, que polariza la atención de los presentes, en especial del marido de Valeria, Paolo (Paco Rabal), y de otro hombre, que se suele citar como “lo sportivo” (interpretado por Massimo Girotti), baila el tema de “Le streghe”, de Piero Piccioni, pero se marea y cae.



La rodean y empiezan a “deconstruir” su maquillaje: le retiran el tocado, las pestañas postizas, unas tiras que le tensan la piel de la cara… Finalmente, la instalan en la habitación de Valeria, lo que proporcionará a esta la excusa para ir a la habitación de su marido, cosa que no es ya habitual en la pareja. Pero Paolo prefiere ir al salón, a oscuras, donde coincidirá con una Gloria que no puede dormir y con ese deportista que encarna Girotti, ahora cubierto por un llamativo batín rojo. Paolo sugiera a Gloria que para su insomnio lo mejor es hacer el amor. Entre los tres iniciaran un juego de la “gallinita ciega”, en la que Gloria, con los ojos vendados, ha de tocar a uno de los dos hombres, con la promesa de pasar la noche juntos.



Pero todo queda solo en un juego, ya que Gloria acaba dejándolos y retirándose de nuevo a su habitación, con el argumento de que prefiere algo para el dolor de cabeza antes que un hombre, con el consiguiente enfado de Paolo.

Ya en la cama (Gloria se ha vuelto a desmayar) recibirá una llamada de su marido desde Nueva York (de quien tiene una foto enmarcada en la mesita de noche, omnipresente durante la conversación, foto en la que me ha parecido reconocer al propio De Laurentiis). Gloria le confiesa que está embarazada, pero, por lo que denotan sus respuestas, se trata de un embarazo inoportuno para su carrera, por lo que se da a entender que no tirará adelante, a pesar de que incluso ya le ha puesto nombre al feto: Gloria es una esclava del mundo del espectáculo, en el que la maternidad no tiene lugar. Ya de mañana, reconstruida la máscara tras la que oculta su rostro demacrado, con abrigo con capucha y gafas oscuras, ignora las preguntas de los periodistas y deja la casa a bordo de un helicóptero.



Curioso film de Visconti, que ilustra un guion de Giuseppe Patroni Griffi, con la colaboración de Cesare Zavattini, y que me ha recordado, aunque es muy superior en todos los sentidos, al segmento que Antonioni rodó en I trei volti, “Il provino”, en aquella ocasión a mayor gloria de la princesa Soraya, con producción también de De Laurentiis. En La strega bruciata viva, nos reencontramos con algo de la mercantilización de las relaciones matrimoniales que aparecía en Il lavoro, ahora además incluyendo una visión amarga del mundo del cine. No deja de ser sorprendente que De Laurentiis produzca un film en el que parece desvelarse lo deshumanizado de la relación entre un productor y su estrella, que además es su esposa, lo que da pie a pensar hasta qué punto la película actúa como espejo de la realidad entre el productor y la Mangano.

Por lo demás, Visconti sigue con un uso marcado del zoom, esta vez con Giuseppe Rotunno tras la cámara. Y, como ya hemos comentado en otras ocasiones, con una mescolanza de voces de doblaje, no siempre bien sincronizadas con el movimiento de los labios, que provoca un cierto distanciamiento, fruto de la artificiosidad de los diálogos. Como curiosidad respecto al reparto, vuelve Clara Calamai (aunque, lo confieso, no la he reconocido), y aparece por primera vez, en el papel de uno de los sirvientes, Helmut Beger, aún acreditado como Helmut Steinbergher.



La película, además, sirvió para que Visconti viera en Silvana Mangano una actriz que podía ser la réplica cinematográfica perfecta de su propia madre, algo que se evidenciará en Morte a Venezia, como madre de Tadzio, apareciendo también en Ludwig y en Gruppo di famiglia in un interno.

En la siguiente entrega hablaremos de Lo straniero, la única película de Visconti que no he visto nunca, adaptación de la célebre novela de Albert Camus, que intentaré releer para la ocasión.