Nunca nos pondremos de acuerdo. No. No deberían existir. Para eso está el libreto, los propios actores y el director. Es una figura controvertida, que se promocionó desde un contexto muy particular (el escándalo Weinstein), ridícula en mi opinión, cuya función principal es fiscalizar y matar la naturalidad de las interpretaciones, como bien afirmó el grandísimo Langella, al que despidieron e intentaron cancelar por apelar al sentido común; figura que ahora es insoslayable en cualquier rodaje por la cultura de la cancelación y las cazas de brujas (literalmente. Lo digo tal cual lo siento). Todo ello propiciado por el desnorte incuantificable al que acabó desembocando el movimiento #MeToo, en primera instancia legítimo, pero en última descontrolado y desquiciado, y por esa suerte de psicosis en la que se ha instalado medio Hollywood, con esa necesidad enfermiza de ser tratados como niños o, peor aún, como víctimas.
Tenemos una escena íntima. ¿Qué dice el libreto? ¿Hasta dónde hay que ir? Los actores comparten abiertamente sus impresiones, sus límites (caso de ser necesario) se consensúa con el director y se puto rueda. Y si durante el rodaje media alguna incomodidad particular, se detiene el mismo y se reenfoca la aproximación, si es necesario. Sin mayores dramas, que son adultos y profesionales.
Toda esa "parafernalia" absurda de la mano derecha va al pecho izquierdo, la izquierda a cadera en giro de 45 grados, la rodilla derecha toca medio muslo, la izquierda en ángulo oblicuo y la lengua bordea pezón pero no palpa, es más parecido a jugar al Tetris que a interpretar.