Alejarse del relato original de la dama del misterio le hace mucho bien, porque deja atrás toda familiaridad, literaria o cinematográfica (peaje de las dos propuestas anteriores) y permite sorprender incluso al público más afín. Branagh lo encara con la lealtad a la esencia del concepto (terror veneciano) desde el arrojo del que hace lo que le sale de los cojones. Picados, contrapicados, planos holandeses, aéreos, manierismos desnortados (esa cámara en el techo) pero desde composiciones muy disfrutables y encuadres puntualmente muy agradecidos. Algún personaje peca de escasa credibilidad (el crío), los insertos (flashbacks) en blanco y negro son impropios de su talento y en ocasiones fuerza tanto que rompe (según qué resoluciones) pero entra como un tiro, su atmósfera es deliciosa, su casting más acertado de lo habitual en la franquicia, su dirección de actores más meritoria y su desarrollo y acabados más certeros. De las tres, mi favorita.