Admito que aunque todo me pareciera atractivo en ella, me daba pereza ver otra "Mujercitas". Y no porque me disguste la historia. Desde que viese allá por los ochenta una versión animada en el mítico Mazapán navideño de Teresa Rabal (programa responsable de mi amor por la animación), he revisado multitud de versiones en multitud de formatos (y leído la novela). Incluso tengo en mi videoteca las tres cinematográficas. Todas me gustan, entendiendo que cada una es de su padre y su madre.
¿Por qué entonces? Porque conozco los hechos que intentarán enfatizar y para qué, porque siempre tengo la sensación de que en vez de adaptar la novela luchan contra la implacable relevancia de Cukor. Pero alguien me recordó que los implicados en la película lo merecían y fui a verla. Pensé que al menos sería interesante, pero me encontré con una obra tan consistente, impecable en su recreación y fascinante, que me tuvo reclinado sobre el asiento delantero la mitad del tiempo. Por la manera en que revisa el original literario, canalizándolo a través del montaje, empleando los sentimientos como combustible y la melancolía como puente entre realidad y ficción, envolviendo su naturalismo en estética romántica, resolviendo de forma intuitiva cada secuencia para que no nos anticipemos. Con todo eso y semejante reparto pueden imaginarse lo contento que me volví a casa.




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