In a Lonely Place (1947), de Dorothy B.Hughes
Vs.
In a Lonely Place (1950), de Nicholas Ray
A raíz del ciclo de comentarios que Alcaudón y yo estamos dedicando a la obra de Nicholas Ray, y ante la evidencia de que el texto original que Ray llevó a la pantalla no concordaba con el resultado fílmico, sentí curiosidad por conocer la novela de Hughes, autora de numerosas obras de temática noir, como por ejemplo “The Fallen Sparrow”,
llevada al cine por Richard Wallace en 1943.
He recurrido a la traducción de Núria Roig al catalán, “En un lloc solitari”, incluida en la mítica colección dedicada a la novela negra “La Cua de Palla”, en la que se publicaron decenas de títulos de la novelística del género criminal.
De entrada decir que el título del libro, como se hace evidente en unos versos incluidos como pórtico, proviene de un poema del poeta irlandés
J.M.Synge. En la novela, Dix (de Dickson) Steele (no Dixon como en el film) es un hombre joven, que ha participado como piloto en las Fuerzas Aéreas durante la Segunda Guerra Mundial, y que una vez vuelto a la vida civil pasa sus días sin oficio ni beneficio en Los Angeles, en el apartamento que le ha alquilado un viejo conocido, Mel Ferris, supuestamente de viaje al Brasil. Mel (al que no conoceremos… ni sabremos su auténtico destino, aunque nos lo imaginamos) es un hombre rico, al parecer con problemas con el alcohol, que permite a Dix echar mano de su cuenta corriente, servirse de su automóvil y ponerse su ropa. Gracias a ello Dix puede llevar una vida cómoda y ociosa, ya que si no tendría que sobrevivir de un parco cheque mensual que le envía un tío poco generoso, ante el cual se justifica diciendo que está escribiendo una novela de temática criminal (o sea, no es un prestigioso guionista de Hollywood como en el film).
Coincide casualmente con un amigo de sus tiempos en el ejército, Brub Nicolai, detective de Homicidios, casado con Sylvia, una joven muy observadora. Los dos amigos, felizmente reencontrados, intercambian comentarios sobre el caso que está obsesionando a la policía de LA: un asesino en serie que estrangula a jóvenes mujeres. Desde muy pronto sabremos que ese asesino es Dix, con lo que hasta el final vamos a vivir el típico juego del gato y el ratón entre Brub y su jefe, el capitán Lochner, y el “inocente” Dix. Una de las víctimas, a la que viola (aunque se narra de manera indirecta, en general Hughes evita las descripciones de los asesinatos), se llama Mildred, como la empleada del restaurante en el film de Ray, la muerte de la cual también desencadenaba allí la investigación.
Dix, que parece tener una difícil relación con las mujeres, por alguna herida del pasado, conoce a una vecina fascinante: la pelirroja Laurel Gray, con contactos en el mundo del espectáculo, pero que vive básicamente de lo que recibe de su exmarido, un hombre rico. Dix y Laurel inician una relación amorosa que parece que no tendrá futuro: Laurel no puede casarse con Dix porque perdería el dinero de su ex. Dix se mostrará algo violento en algún momento con Laurel, ansioso de controlarla, pero no lleva esa violencia al extremo. En cambio, vuelve a asesinar en la playa, aprovechando la niebla omnipresente. Es un criminal astuto a la hora de eliminar o camuflar las posibles pistas y evitar así el cerco que de manera casi imperceptible va estrechando la policía a su alrededor.
La situación se precipita cuando Brub le comunica la muerte por estrangulación de una chica inglesa, Brucie, con la cual Dix mantuvo una relación amorosa (al parecer, la única decente en su vida). Aunque en principio Dix tiene coartada para ese crimen, acabará cometiendo un error y cayendo finalmente en la trampa que la policía le prepara con la ayuda de Sylvia, que se viste como Laurel (la cual a esas alturas ha desaparecido de escena advertida por Brub). La novela se cierra con la detención de Dix.
Como vemos los puntos de contacto con la película de Ray son escasos: los nombres de los personajes; la localización en Los Angeles, y en concreto en un conjunto de apartamentos con patio interior; la relación que Dix establece con una vecina… y poco más. Aquí Dix no es un guionista famoso ni se muestra especialmente violento en el trato cotidiano con sus amigos o incluso con Laurel; la relación con ella no tiene el sesgo romántico que le da el film de Ray, más bien parece el contacto, quizá pasajero, entre una mujer liberada (aunque dependiente económicamente de su ex) y un hombre ocioso que desea una vida de lujo (dentro de la cual encaja una mujer como Laurel). A diferencia del film, no hay duda sobre su culpabilidad desde el principio, de la muerte de Mildred y de otras, en una carrera criminal que ya empezó, como mínimo, en Inglaterra (lo cual permite establecer una cierta relación entre la tragedia vivida durante la guerra y el efecto que ha podido tener sobre Dix, sobre una generación de jóvenes).
Hughes escribe de una manera que me ha recordado algo a Patricia Highsmith: el retrato de un personaje aparentemente normal pero de comportamiento anormal, de tendencias criminales, obsesivo, incómodo e insatisfecho con una vida que no le gusta, ambicionando dar un giro radical a su existencia. Hughes se mueve, pues, en un terreno de novela negra más bien psicológica, sin insistir en la trama policial ni en los crímenes, más bien lo hace en el proceso de disimulo del protagonista. Un texto interesante que Ray y sus guionistas cambiaron radicalmente.
Recordemos que el Dixon de Ray es un hombre violento, sí, pero inocente, que mantiene una relación amorosa apasionada y compartida con Laurel, pero que acaba mostrándose como imposible, sin futuro, a causa de su carácter, de su desconfianza, de su ira incontrolable. Dixon se alejará de Laurel condenado a vivir en su particular lugar solitario, mientras que Dix, que llega a afirmar en un momento dado sobre las mujeres “que no había ni una de decente”, es directamente un psicópata peligroso, que mata al parecer por puro odio a las mujeres y como una forma de liberar su frustración social, quizá también su falta de encaje en la vida de civil, después de haber sido oficial de aviación durante la guerra. Buena novela, buena película, pero una muestra más que las adaptaciones de Hollywood se regían por códigos que a menudo nada tenían que ver con la fidelidad a los originales.