EL ÚLTIMO GRAN ROMÁNTICO DEL CINE CLÁSICO NORTEAMERICANO
O
REVISANDO LA FILMOGRAFÍA DE NICHOLAS RAY / PARTE VI:
ON DANGEROUS GROUND (1951)
Estudio: RKO Radio Pictures, Inc.
Productor: John Houseman.
Guión: A. I. Bezzerides, basado en la adaptación de A. I. Bezzerides y Nicholas Ray de la novela “Mad with Much Heart” (Londres, 1945; Nueva York, 1946) de Gerald Butler.
Dirección artística: Albert S. D'Agostino y Ralph Berger.
Fotografía: George E. Diskant (en b/n).
Música: Bernard Herrmann.
Reparto: Ida Lupino (Mary Malden), Robert Ryan (Jim Wilson), Ward Bond (Walter Brent), Charles Kemper (Bill “Pop” Daly), Anthony Ross (Pete Santos), Ed Begley (capitán Brawley), Ian Wolfe (sheriff Carrey), Sumner Williams (Danny Malden).
Duración: 82 minutos.
Inicio de rodaje: 29 de marzo de 1950.
Nueva incursión de Nicholas Ray en el cine negro, escorado al igual que en IN A LONELY PLACE hacia el melodrama y que, en mi modesta opinión, se configura como una de las grandes (y más desconocidas) obras maestras del director.
Pudo contar en ésta, su última realización para la tambaleante RKO de Howard Hughes (la igualmente magistral THE LUSTY MEN (1952) sería una producción independiente únicamente distribuida por la compañía), con un actor/productor del talento de John Houseman (quien ya le diera la oportunidad de debutar en la magnífica THE TWISTED ROAD) y que le sirvió a Ray para elaborar otra implacable disección del alma de un ser humano, en este caso el atormentado policía Jim Wilson, encarnado de forma prodigiosa (como siempre) por Robert Ryan.
El comienzo de la película ya resulta modélico.
La acción se inicia con la incorporación a su turno de trabajo (en este caso nocturno) de tres policías.
El primero, Pete Santos (Anthony Ross), es ayudado por su joven y adormecida esposa a ponerse la cartuchera al hombro mientras se abraza a él amorosamente cómo si no fuera a volver a verle más.
El segundo, Bill “Pop” Daly (Charles Kemper), esposo y padre de familia numerosa con la que comparte velada vespertina delante de la televisión, es ayudado igualmente por su resignada esposa, la cual le entrega el arma que guarda en la cómoda del dormitorio.
El tercero, Jim Wilson (Robert Ryan), cena frugalmente mientras inspecciona fichas de sospechosos y además tiene puesta la cartuchera.
Una forma magistral de describir a un personaje, donde queda patente la soledad de Wilson (no tiene esposa) así como la carencia de una vida personal fuera del ámbito del trabajo. Ni siquiera en su propia casa se libera de su arma y de la carga de responsabilidad que ella conlleva.
Los tres policías trabajan juntos patrullando. El objetivo primero (aunque secundario dentro de la trama) es encontrar a una pareja de delincuentes que han matado a un policía. Y para ello Wilson no dudará en utilizar cualquier método para conseguir sus fines.
No deja de ser paradójico cómo un policía usa la violencia para combatir la violencia. El mismo Jim parece culpar a los delincuentes de que le obliguen siempre a maltratarlos, maldiciéndoles por ello.
El trato diario con lo peor de la sociedad ha vuelto al policía alguien no muy diferente de aquello a lo que pretende combatir, como le interpelan repetidamente sus compañeros de patrulla y especialmente “Pop” con el que tiene una relación más personal.
El superior de Wilson, el capitán Brawley (Ed Begley), le felicita por la captura de los asesinos de su compañero (algo que Jim le agradece con sorna) pero es relevado de su puesto durante unos días y enviado a un pequeño pueblo al norte de la ciudad donde se ha cometido el asesinato de una niña.
El tránsito entre la ciudad y el campo está tratado por Ray de una manera tan sencilla como magistral, rodando desde la parte de atrás del automóvil mientras vemos como el paisaje se va volviendo blanco (estamos en invierno). Pasamos del negro (que representa la ciudad) al blanco, a la pureza (que representa la vida en el campo). Sencillo, pero efectivo.
Una vez llegado al pueblo Wilson entabla contacto con la familia de la niña asesinada cuyo padre, Walter Brent (el fordiano Ward Bond) no tiene más empeño que meter una bala entre ceja y ceja del asesino de su querida hija.
Por primera vez vemos al policía casi sorprendido por encontrar a alguien parecido a él y no parece gustarle mucho. Aquí parece que empezamos a ver un cambio en la actitud de Wilson. Alguien violento sin motivo se enfrenta a alguien que sí lo tiene.
Las pistas del asesino llevan a una casa apartada. Un casa en sombras (de hecho el título de su pase televisivo y de la edición en dvd en nuesto país es LA CASA EN LA SOMBRA). Un casa habitada por una hermosa y dulce mujer, Mary Malden (Ida Lupino). Una mujer que tiene un hermano más joven, Danny (Sumner Williams, sobrino del director) y que además... es ciega.
El instante que Wilson conoce a Mary (y especialmente cuando descubre que es ciega) es muy similar al momento que Dixon Steele ve por primera vez a Laurel Gray en IN A LONELY PLACE. Inmediatamente sabemos que algo ha sucedido dentro de la aparentemente invulnerable coraza que recubre al policía. Por primera vez en la película vemos que algo le ha conmovido profundamente. Algo que no tiene nada que ver con la violencia que siembra y recoge en su diario quehacer. Porque aunque el mismo no lo sepa... Wilson se ha enamorado.
Volveremos a este punto más adelante.
Danny, por supuesto, es el asesino de la niña. Un muchacho de escasas luces y confiado al cuidado de su hermana.
Wilson intenta convencer a Mary de que le diga dónde está Danny y así salvarlo (por una vez reconoce que el asesino también es una persona y una persona enferma, no alguien que disfruta haciendo daño) de las garras del violento Walter.
Pero finalmente Wilson no podrá cumplir su promesa de llevar a Danny a una institución donde sea cuidado y vigilado y en la huida acaba muriendo despeñándose desde la cima de una pequeña colina. Al ver lo joven que es Danny el propio Walter queda conmovido y recoge con ternura su cuerpo para llevárselo a su hermana.
Un Wilson aparentemente derrotado que vuelve a la ciudad pensando que ha decepcionado a Mary, la única mujer a la que ha amado sinceramente.
Pero mientras regresa las palabras de ella no hacen más que dar vueltas en su cabeza.
Finalmente vuelve con Mary a esa casa en la sombra pero que está llena de luz para un regenerado moralmente Wilson.
Puede que sea un final un tanto forzado (de hecho, originalmente la intención era que tal encuentro no se diera pero sí le sirviera a Wilson para empezar su proceso de humanización) pero también es lógico dado que Mary en el fondo no lo culpa por lo sucedido a su hermano y además le ama sinceramente.
Como vemos, al contrario que en IN A LONELY PLACE, aquí si hay redención posible para Wilson, al encontrar a una mujer que llene ese vacío que le había vuelto insensible en su relación tanto con los delicuentes como con sus propios compañeros.
El personaje que encarna (maravillosamente) Ida Lupino tal vez esté idealizado en extremo pero sirve de contrapunto, por su bondad y su fragilidad, del carácter pendenciero y violento del policía.
Las escenas en las que ella toca (acaricia) el pétreo rostro de Wilson para tratar de ver más allá de su aparente frialdad están cargadas de una sublime belleza y el propio policía parece descubrir por primera vez que no todas las personas son malas y actúan mediante impulsos criminales sino que, igualmente, la bondad también tiene cabida en ese mundo blanco y negro (sin grises) que para él es la vida.
Finalmente (el comentario se me va de mano y mi condición física es cada vez más deplorable) me gustaría destacar la excepcional banda sonora del gran Bernard Herrmann, un Herrmann pre-Hitchock, que aporta a las imágenes una textura especial y que es (otro) de los grandes alicientes de este pequeña (por su breve metraje, apenas 82 minutos) obra maestra. Es curioso ver cómo encaja como un guante la columna sonora propuesta por el maestro y sus parelelismos con las futuras obras del orondo británico.
E igualmente comentar que al parecer la propia Ida Lupino, una excelente (y olvidada) actriz de ojos violeta (como Elizabeth Taylor), ejerció de directora cuando Ray enfermó y se ausentó del rodaje durante unos días. Me gustaría recordar que Lupino tiene una breve pero muy interesante obra como directora, con un título especialmente notable como es THE HITCH-HIKER (1953), todo un clásico del mejor cine negro.
Ah, y la película (como casi todas las primeras de su autor) no fue, precisamente, un éxito comercial. Más bien lo contrario, perdiendo la bonita cifra de 425.000 dólares.
La travesía ha sido divertida pero me tengo que retirar. Os dejo con el nunca suficientemente alabado
mad dog earle que complementará y enriquecerá este modesto comentario.
Felices y dulces sueños.
P. D. Para el presente comentario he partido tanto de la excelente edición en DVD de la añorada Versus (2010) como la extraordinaria copia en
BD de la colección Archive de la Warner (2016):