EL ÚLTIMO GRAN ROMÁNTICO DEL CINE CLÁSICO NORTEAMERICANO
O
REVISANDO LA FILMOGRAFÍA DE NICHOLAS RAY / PARTE XVII:
OMBRE BIANCHE / THE SAVAGE INNOCENTS / LES DENTS DU DIABLE (1960, LOS DIENTES DEL DIABLO)
Co-producción entre Italia, Reino Unido y Francia.
Estudio: Magic Film (Roma), Gray Film – Pathé (París), Joseph Janni – Appia Film (Londres) / Paramount Pictures Corp.
Productor: Maleno Malenotti.
Guión: Nicholas Ray, basado en la adaptación de Hans Ruesch y Franco Solinas de la novela “Top of the World” (Nueva York, 1950) de Hans Ruesch.
Dirección artística: Don Ashton.
Fotografía: Aldo Tonti (en
Technicolor y
Technirama (exhibida en
Super Technirama 70)).
Música: Franco Lavagnino.
Reparto: Anthony Quinn (Inuk), Yoko Tani (Asiak), Marie Yang (Powtee), Peter O’Toole (Policía).
Duración: 110 minutos.
Inicio de rodaje: 8 de junio de 1959.
Estreno: 15 de marzo de 1960 (Roma).
Segunda co-producción en la carrera de Nicholas Ray (tras la fallida BITTER VICTORY), LOS DIENTES DEL DIABLO fue el primer libreto que el director elaboró en solitario y tal vez por ello y por la libertad de la que gozó durante el rodaje (en exteriores naturales), la consideraba su mejor obra.
Una película que podemos hermanarla a la recientemente comentada WIND ACROSS THE EVERGLADES, cantos a la Naturaleza, al paisaje agreste y virgen, a lo que se aúna en esta ocasión el respeto a las costumbres y el modo de vida de los aborígenes del norte del Canadá: los esquimales.
Lejos quedan los tiempos de NANOOK OF THE NORTH (1922, NANUK, EL ESQUIMAL) de Robert Flaherty, un semi-documental que marcó un antes y un después en la Historia del Cine.
LOS DIENTES… le sirve a Ray de un lado para elaborar otra de esas historias de amor que configuran el espinazo de sus mejores películas (en este caso, el amor entre Inuk (un entonado Anthony Quinn) y Asiak (Yoko Tani, todo un descubrimiento)) y de otro hablar sobre el choque de culturas que se da entre pueblos que no comparten nexos de unión.
La película comienza con un voz en “off” que se oirá varias veces a lo largo de la misma, lo que le aporta un cierto grado de documentalismo afín a la mítica obra de Flaherty.
Nos habla sucintamente de los pobladores originales de las tierras cercanas al Polo Norte.
Un pueblo de nómadas que se llaman a sí mismos los “Hombres”. Nosotros los llamamos esquimales, o sea, “Hombres que comen carne cruda”.
Un pueblo que en plena era atómica se sirven de arcos y flechas y arpones para ganarse el sustento. Un pueblo que comparte todo lo que posee. Un pueblo que desconoce lo que es la mentira. Una tierra donde la caza abunda pero las mujeres escasean.
Esta es la historia de Inuk. Un hombre que no tiene todavía una mujer “con la que reír” (bonita expresión donde la haya).
Inuk se acerca al iglú de su amigo Anarwick y de su esposa Lulik donde inquiere por la tan ansiada llegada de las hijas de su hermano, ambas casaderas.
Anarwick ofrece a su esposa para que “ría” con Inuk pero el ofrecimiento es rechazado lo que provoca la pelea entre ambos. Pelea que acaba, como es costumbre entre ellos, golpeando la cabeza del contrario contra la pared del iglú, hasta dejarlo inconsciente. Los esquimales tienen la cabeza dura. Los hombres blancos no. Un detalle a tener en cuenta…
Inuk pide perdón a su amigo por su ingratitud pero él se justifica en que quiere una mujer para él sólo.
Finalmente la llegada de la viuda del hermano de Anarwick, Powtee (una estupenda Marie Yang) y sus dos hijas, Imina (Kaida Horiuchi) y Asiak (Yoko Tani, el gran hallazgo de la película), provocará la duda en Inuk ante la decisión de decantarse por una o por otra. Además vienen acompañadas de un hombre, Kiddok (Anthony Chinn (no Quinn)) que también opta a la mano de la mayor de ellas, Imina. Que casualmente es la que, en un principio, gusta a Inuk.
Mientras Inuk y Anarwick salen de caza, Kiddok se lleva a Imina lo que provocará la persecución por parte del primero.
Pero finalmente será la actitud de Asiak, en una de esas escenas mágicas tan típicas del mejor Ray, cuando Inuk se dé cuenta de que ella es el gran amor de su vida.
Mientras se refugian de la tormenta Inuk se queja de tener los pies fríos y Asiak, ni corta ni perezosa, se los mete debajo de su abrigo y entre sus senos para darle calor. Una escena tan hermosa como definitoria del genio del director de Wisconsin cuando establece el primer vínculo amoroso entre los protagonistas (ya sea de ésta o de cualquier otra de sus películas más personales, o sea, las más románticas).
Como mi estado de salud no es el mejor trataré de abreviar para que la estancia delante del ordenador no se me haga más dolorosa de lo debido.
Lógicamente, Inuk se quedará definitivamente con Asiak y su anciana madre, una mujer a la que le queda ya poco tiempo para reunirse con sus antepasados.
La belleza de los paisajes árticos, potenciados por el uso del
Technirama, un formato que proporcionaba una gran nitidez de imagen (y que en este caso fue potenciada aún más por el tiraje de copias en 70mm), nos narra la vida cotidiana de Inuk y su nueva familia.
En otra escena de enorme belleza, la madre de Asiak, decide que ha llegado ya su última hora. Pero antes de morir le transmite sus conocimientos sobre el parto del niño o niña que ya está en camino. Unos consejos terribles pero necesarios en un mundo tan hostil como en el que viven. Su cuerpo servirá de alimento al oso polar, el cual a su vez será tal vez presa de un cazador y el círculo quedará cerrado.
Las dos escenas mencionadas, el primer “contacto” entre Inuk y Asiak, y la muerte de la madre de esta última, son suficientes para considerar esta película una de las grandes de la filmografía de su director.
El contacto con los usos de la civilización, en este caso, un compatriota que usa un fusil (algo desconocido hasta entonces), hará desear a Inuk tener uno. Pero para ello tendrá que matar muchos zorros plateados.
La llegada al puesto donde comercian los blancos y los esquimales será el detonante de la parte final de la trama.
En el puesto, un misionero, les seguirá hasta su iglú y allí tratará de convertir a Inuk y a su esposa al cristianismo. Incapaz de hacerse entender (los esquimales no comprenden el concepto de Dios (y quién…)), despreciando su comida y, lo que es peor, yacer con la mujer de Inuk provoca la ira de éste y al igual que como hizo antes con su amigo, golpeará su cabeza contra las paredes del iglú. Pero ya lo decía antes, los hombres blancos no tienen la cabeza tan dura como los esquimales…
La búsqueda por parte de dos policías (uno de ellos el pronto famoso Peter O’Toole – que aquí, además, aparece incomprensiblemente doblado - ) del paradero de Inuk para llevarle ante la justicia nos llevará a ese choque entre civilizaciones que no comparten casi nada en común.
Un Peter O’Toole que finalmente dejará libre a Inuk cuando se de cuenta de que es completamente inocente. Un ser noble que no se rige por los mismos parámetros de la cada vez más sofocante civilización.
En otra hermosa escena (y van…) O’Toole insulta a Inuk gravemente pues ve que es la única forma de que su (ahora) amigo vuelva allí donde pertenece. Donde la gente no miente. Donde nadie codicia los bienes ajenos. Donde se vive en armonía con la naturaleza.
Fin de la historia. El dolor me reclama.
Feliz tarde a todos.
Ah, y por si no ha quedado claro, una de las grandes películas de su director. No la mejor, pero sí una hermosa obra.
P. D. Me hubiera gustado haber embellecido la crónica con algunas bonitas imágenes pero estoy exhausto y además cada vez es más difícil encontrar las que uno desea en concreto.
