Algunas pelis niponas vistas recientemente:
“Zatoichi contra Yojimbo” (Kihachi Okamoto, 1970) es el primero de los curiosos crossovers de la saga del masajista ciego con otros personajes del cine de espadas y aventuras (¡luego hubo otro con el “Espadachín manco” de Wang Yu!) y que, si bien tiene una trama altamente previsible, es imposible no disfrutar, sobre todo por el duelo interpretativo entre Shintaro Katsu y Toshiro Mifune (a quien curiosamente se llama todo el tiempo “Yojimbo”, apelación que jamás tenía en el clásico de Kurosawa, donde además su caracterización física era muy diferente), cuyos personajes tienen una tensa relación que nunca se sabe en qué terminará. Se reciclan muchos elementos del mítico chambara que inspiró a Leone (incluyendo ese villano que dispara una pistolita inesperada en una aventura samurái) y me sigue llamando la atención cómo, en una serie sobre las aventuras de un héroe, los finales son invariablemente amargos para él y te terminan inspirando más pena que sensación de triunfo.
“Purgatorio heroico” (Kiju Yoshida, 1970) muestra de nuevo cómo los nipones toman un género occidental, aprenden sus claves y lo reinterpretan en clave más intensa. Lo hicieron con la animación de Disney y lo repitieron, aunque con menor impacto entre nosotros, con el cine de autor más experimental de la nouvelle vague. “El año pasado en Marienbad” es fácil de seguir comparada con “Purgatorio heroico”, donde se mezclan pasado y presente, conciencia revolucionaria, sueños y erotismo, en un rompecabezas que no es para espectadores pusilánimes. Yo tal vez prefiera el periodo inicial de Yoshida, con ese cine de crítica social a veces muy ácida (recuerdo por ejemplo “La sangre seca”, donde la foto de un ejecutivo que intentó suicidarse por honor apuntándose una pistola a la sien se convierte en un icono publicitario pop exhibido en todas las superficies de la ciudad), pero raramente veréis una sucesión tan potente de encuadres absolutamente geniales en blanco y negro y formato 1:1,33. Wes Anderson y Pawel Pawlikowski se morirían de envidia si la vieran.
“El demonio” (Yoshitaro Nomura, 1977), drama de suspense cuya dura temática (todo gira en torno a los intentos de un padre por hacer “desaparecer” a los incómodos hijos de su relación extramatrimonial) se ve intensificada por la corta edad de algunos de los niños protagonistas y su previsible falta de capacidad para distinguir que las regañinas y maltratos psicológicos que reciben en pantalla no son reales. Nunca volveréis a ver la Torre de Tokio de la misma manera, y, si no se os saltan las lagrimillas con la melodramática escena final, es que vuestro corazón es de pedernal. Grande, muy grande. Entre esta y “El castillo de arena”, queda claro que Nomura merecería la atención que no se le presta.
“Todo sobre Lily” (Shunji Iwai, 2001), cuya mayor huella en el cine de hoy parece haber sido aportar el tema musical “Wound that heals” de Takeshi Kobayashi, que Tarantino usó en “Kill Bill” cuando la Novia descubre las espadas de Hattori Hanzo, tiene tal vez una duración exagerada, pero su contraposición entre la dura realidad del acoso escolar y los paraísos artificiales del “J-Pop” y de un vaporoso misticismo casi “new age” tiene buenos momentos, sobre todo para los que disfrutéis de un cine preocupado por la estética y no veáis un anuncio de champú en cada plano bonito que os enseñen, como le pasaba con esta peli a un viejo forero que ya no aparece por aquí… al menos con el mismo sobrenombre. No deberíais ver la versión doblada del DVD, porque oír a los actores leyendo en off todos y cada uno de los abundantísimos mensajes de chat que vertebran la peli y que en el original solo se ven y nunca se oyen puede causar una sobredosis de lirismo.




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