Me sorprende desde el minuto uno que Serra juguetee un poco con un tipo de cine del que se siente tan alejado para llevárselo a su terreno. Dice en su entrevista con la revista Caimán que la trama de espionaje es disparatada porque quería mostrar lo absurdo de ese tipo de historias; al igual que el personaje de Sergi López tenía una subtrama que derivaba en asuntos turbios como la droga y la corrupción, pero que Albert quiso desechar por, y cito textualmente, se asemejaba a las series de Tv de hoy en día.
Cualquiera que sea lo que se le pase por la cabeza, lo que me fascina tanto de Pacifiction es la deriva que toma el propio film, que parece reinventarse en cada momento, y que uno acaba por no saber cuáles son las propias intenciones del director; pero es que esta confusión que vivimos —y que vive el protagonista—, a su vez, parece totalmente orgánica, y no hablo por lo ya planeado o no del director —me asombra que justo ahora, cuando su cine se dirigía más hacia la abstracción, se saque de la manga una película con guión escrito, aunque haya reconocido que la historia la terminó por conformar en el montaje con las más de 500 horas grabadas—, sino porque lo cuenta en el fondo es tan verosímil: un mal superior (aquí pruebas nucleares) que se cierne sobre nosotros, pero que nunca termina por descubrirse; que incomoda algunas altas esferas, mientras que el resto de mortales vive ajeno a todo eso. Y en medio, está él, el único "no dormido", un excelente Benoît Magimel, que comienza a tomar consciencia e indaga por su cuenta; habla con otros, cree meterse en medio de un complot, pero que en realidad no sabe nada. ¿Es humo? ¿Es verdad? ¿Aquél bote en el agua es un submarino? Quizá sean paranoias surgidas por el mundo convulso en el que vivimos; quizá nos hayan avisado con tiempo para actuar antes de que ocurra algo, pero ¿por dónde empezar?
Es absolutamente mágico ese clima maligno que nunca acaba por desencadenar una tormenta. En la superficie, la nada; vemos a gente surfeando, bailarines actuando, una escritora presentando su libro o un candidato a punto de ganar una alcaldía, pero por debajo, Benoit, pacífico, está esperando, vigilando con la mirada aquellos movimientos sospechosos en la noche tahitiana. En cierto modo, me recuerda a Memoria en el sentido de que Tilda también se mete dentro de una búsqueda (el origen del ruido) en solitario, sin saber cuál es el camino a seguir.
Me encanta que Serra nos muestre todo con cierto alejamiento y frialdad. Las conversaciones parecen ser profundas, pero no lo son, o eso creemos; nos parecen superfluas, desconcertantes y en algún momento desesperantes; como si nosotros interrumpiéramos una charla de un grupo y nos pusiéramos a escuchar sin que nadie nos pusiera en contexto y entendiéramos pequeñas cosas.
Él dice que hace cine para burlarse de la sociedad; que las personas normales no pintamos nada y la brecha con los de arriba es cada vez más grande. Su intención final, supongo, es reflejar la existencia de unos poderes ocultos, un término abstracto que nadie termina por saber materializar, que manejan el mundo y que cuando quieren que hacer algo, lo hacen, sin que nadie se entere o sepa adivinar lo que se trama. Y nadie está libre de ellos, aún viviendo en una isla del Pacífico.
No sé, me he hecho una paja mental, pero es que quedé absorto ante tremendo film. No me lo esperaba para nada. Sobre todo, después de ver esa broma llamada Liberté.
PD: Abstenerse los que no sois fan del gran Albert. Solo aptos para los que estén familiarizados con su trabajo. Que no se diga que no avisé.