Delicias turcas (Turks fruit) (1973)
![]()
En su segundo largometraje Verhoeven volvió a trabajar a partir de una famosa novela, “Turks fruit”, escrita por Jan Wolkers y publicada en 1969. Se rodeó del equipo habitual: Rob Houwer (productor), Gerard Soeteman (guionista) y Jan de Bont (director de fotografía). En el reparto contó con dos debutantes en cine: Rutger Hauer (como Erik, un joven escultor), para siempre asociado a Verhoven, que ya lo había dirigido en la serie de televisión Floris; y una jovencísima Monique van de Ven (como Olga), de sólo 19 años (como curiosidad, en el film conoció a Jan de Bont con el que se casó). Se incorpora al grupo habitual el compositor Rogier van Otterloo, que trabajará con Verhoeven en sus dos films posteriores.
Aquí la película se estrenó en 1977 (no antes por razones más que obvias), en plena eclosión del cine “S”, con unos meses de adelanto sobre los estrenos de dos films míticos en las excursiones a Perpinyà: El último tango en París y Emmanuelle. Aún recuerdo las enormes colas que se formaban en Barcelona para verla. Hay que hacer un esfuerzo de contextualización para entender el gran éxito que tuvo este film en su momento, a pesar de lo duro y desagradable de su contenido: un desnudo (y aquí los hay a granel) era la mejor carta de presentación para asegurar la avalancha de público. Recordemos que no se podía obtener pornografía por cauces legales (faltaban aún muchos años para que se abrieran salas X). O sea que es fácil imaginar el impacto que supuso la película para jóvenes adolescentes como yo (con 18 años, cuando no se era mayor de edad hasta los 21) o adultos hambrientos de sexo: las plateas estaban llenas a rebosar de espectadores ansiosos y excitados.
Para hacerse una idea, esto es lo que vemos durante los primeros 10 minutos: el asesinato de un hombre y una mujer de forma violenta (ella es Olga y el asesino es Erik); se trata de un sueño o del fruto de la imaginación de Erik, que está desnudo de cintura para abajo, en la cama, mostrándonos generosamente su “paquete”; segunda escena del asesinato de Olga y un hombre por parte de Erik… al garrote vil, lo cual en España tenía una siniestra lectura (no hacía tanto de la ejecución de Puig Antich); Erik se masturba delante de una foto de Olga: aunque la masturbación sólo se intuye, era la primera vez que yo veía algo así en el cine; Erik limpia su estudio (que estaba hecho un asco) y se ducha; Erik se liga una chica de aspecto oriental y se la lleva a la cama; después de follar, le regala el dibujo de sus genitales; Erik se liga a una chica que va en coche (más bien se le cuela en el vehículo), se la lleva al catre, le dice que se deje la camiseta porque no le gustan sus pechos y le corta un mechón de pelo púbico para su colección; Erik ha follado con una chica con gafas, al parecer muy religiosa, a la que dice que él folla “mejor que Dios”; Erik follando con una madre que aprovecha los impulsos pélvicos de la jodienda para mecer el cochecito de su hijo; Erik con otra chica desnuda en la cama, de la cual dice que tiene las tetas pequeñas y las nalgas fofas, ella se enfada y él la echa a la calle desnuda; Erik llega a su estudio con otra chica, a la que vemos los pechos, muy dispuesta para la cama, pero él se frena cuando ve la estatua de Olga y le dice que se marche.
Esos 10 minutos eran como una explosión de sexo (ergo, de libertad) para la sociedad hispana del momento, que justo empezaba a liberarse de la retrógrada moral del franquismo nacionalcatolicista. Con esos ingredientes cualquiera se resistía a la propuesta de Verhoeven.
Luego la película retrocede 2 años para mostrarnos a Erik en Valkenburg, como un escultor rebelde, que esculpe una figura de Lázaro con gusanos y larvas (una referencia a la muerte que avanza acontecimientos) junto a otros colegas que están componiendo una especie de friso. Se organiza una comida institucional de celebración que Erik boicotea cuando encuentra un enorme ojo animal en su gulasch. De vuelta a Amsterdam, hace autoestop. Lo recoge Olga y a los pocos minutos ya están follando en el coche, con un doble final accidentado: primero Erik se pilla la polla con la bragueta y necesita unas tenazas para liberarse; y luego tienen un accidente de coche.
O sea, el tono no decae. Desde el primer momento, la relación entre Erik y Olga (hija de los propietarios de una tienda de electrodomésticos en Alkmaar) se basa fundamentalmente en el sexo (algo que ella le reprochará más adelante). Cuando Erik vuelve a reencontrarse con ella en una feria, después del accidente, se la llevará a su estudio en Amsterdam y, cómo no, a la cama, pero la chica se queda dormida, desnuda, chupándose el pulgar (en un gesto infantil que repetirá en más ocasiones).
A partir de ese momento lo que vamos a ver es una love story a la Verhoeven, o sea con mucho sexo, con violencia, llena de detalles escatológicos y preñada de referencias a la muerte que nos van avanzando la resolución del film. La pareja se casa en una grotesca ceremonia en que, de las cuatro parejas contrayentes, en tres la mujer está embarazada, y una de ellas rompe aguas (Verhoeven nos “regala” un plano de detalle del líquido que un perro lame con fruición). Se instalan en el estudio de Erik. El joven escultor recibe el encargo de realizar una estatua para un hospital y asistimos a su inauguración, con presencia de la reina (otro momento de humor grotesco, ya que la banda de música intenta ocultar a Olga, puesto que su minúsculo vestido le deja los pechos al aire).
Poco a poco el tono se va haciendo más sombrío: Olga cree que ha cagado sangre (y Erik lo comprueba in situ, ñordo en mano); el padre de ella muere entre el goteo de líquidos putrefactos y malos olores; sabemos que su madre sufrió una mastectomía y lleva un pecho falso; Olga empieza a tener problemas (se queda alelada en una cadena de embotellado donde trabaja ocasionando un estropicio) y comportamientos algo extraños, etc. Finalmente, ella lo abandona, harta de su carácter posesivo y su obsesión por el sexo (la separación se visualiza en una accidentada cena familiar en un restaurante, con ración extra de vomiteras). Después, el film regresa al presente y cierra el flash back que nos llevó dos años atrás. Veremos a Erik yendo a buscar a Olga a Alkmaar y, cuando la encuentra dormida chupándose una vez más el pulgar, violándola. La ruptura ya es total.
Pasado un tiempo, Erik descubre que Olga está enferma: tiene un tumor cerebral. El final se precipita de manera patética. Ya en la fase final, después de habérsele extirpado el tumor, sin éxito, Erik le regala una peluca pelirroja, peluca que acabará en un camión de basura cuando la muchacha fallezca. Suena de fondo el tema central de la película, una triste melodía donde domina la armónica (que a mí me recuerda algo la de Midnight Cowboy) y finaliza el film.
Tal como el propio Verhoeven avanzó en el audiocomentario de Delicias holandesas, en esta ocasión la película está rodada cámara en mano por De Bont, lo cual otorga a las imágenes un dinamismo muy adecuado, aunque hay planos donde se nota la voluntad de conseguir un efecto estético de cierta belleza clásica (como el de Olga en la cama que he incluido anteriormente). Es evidente que Verhoeven forzó hasta el límite lo que se puede mostrar en un film comercial (la película fue en su momento el film holandés más taquillero en Holanda, y quizá lo sea aún). Para ello no dudó en combinar imágenes sexuales muy explícitas para la época (aunque sin penes erectos ni penetraciones, naturalmente), toda suerte de obscenidades y elementos escatológicos y mórbidos (mierda, vomiteras, comida podrida, cuerpos putrefactos, gusanos premonitorios, etc.),
y una actitud de los protagonistas que choca frontalmente con los modos de la sociedad conservadora y biempensante (representada por la madre de ella). El film soportó críticas por razones muy diversas: por ejemplo de feministas, por el retrato infantilizado y cosificador que ofrece de Olga y por la manera en que en general Erik trata a las mujeres; pero también hay quien acusa a Verhoeven de moralista, de mantener en el fondo un discurso conservador, en el cual Erik y Olga pagan por sus excesos, son castigados. Cierto es que la estructura narrativa es la de una historia de amor que por muy libre que parezca se pliega a las convenciones (al poco de conocerse se casan), pero yo creo que la carga subversiva de la película sigue haciéndola cualquier cosa menos conservadora. En todo caso, lo que es evidente es que la sutileza y la elegancia no formaban parte del código visual de Verhoeven en esa fase inicial de su carrera (ni, en general, en su obra).
No he podido acceder al audiocomentario. Si me hago con él, ya lo comentaré más adelante.