Una novia llamada Katy Tippel (Keetje Tippel), de 1975.
Tercer largometraje de Verhoeven y tercera adaptación literaria, en esta ocasión de un libro autobiográfico de Neel Doff, escritora holandesa en lengua francesa que llegó a estar propuesta para el premio Nobel.
Se repite el mismo equipo de Delicias turcas: Rob Houwer en la producción; Gerard Soeteman como guionista; Jan de Bont como director de fotografía; Rogier van Otterloo como responsable de la música; y Monique van de Ven como protagonista, además de aparecer también en un papel secundario Rutger Hauer.
Keetje Tippel (me quedo con el título original holandés y no con el ridículo título español: “Keetje” es el nombre de la protagonista y no “Katy”; además “Tippel” no es su apellido, sino que según Verhoeven quiere decir algo así como “la que anda por las calles”, o sea una “streetwalker”, una prostituta, o sea que quizá una traducción más ajustada sería “Keetje la prostituta”) es la primera película de Verhoeven de época (la acción se incia en 1881) y eso condicionó mucho el rodaje, se nota que hay una contención formal motivada por la necesidad de dar verosimilitud a la ambientación a pesar de no contar con el presupuesto mínimo que precisaba una obra de estas características. Verhoeven se lamenta de este detalle a lo largo de su audiocomentario, y añade, con su sinceridad habitual, que esto motivó que incrementara la presencia de escenas de sexo, ya que eran más baratas de filmar.
La película se abre con el viaje en barco de Keetje y su familia (padres y numerosos hermanos y hermanas) desde el norte de Holanda a Amsterdam, una familia más de emigrantes que dejaban las zonas rurales empobrecidas y se dirigían a las ciudades en busca de mejorar su situación económica. En Amsterdam se alojan en un cuchitril y han de dedicarse a lo que sea. La hermana mayor, Mina, se prostituye, camino que también acabará tomando Keetje. Antes pasa por una fábrica donde tiñen o lavan ropa (donde sufre la insolidaridad y las burlas de las otras trabajadoras) y en una tienda de sombreros que abastece el prostíbulo donde trabaja Mina. Precisamente será el propietario de la tienda el que desvirgue a Keetje, en una durísima escena de violación (con pene erecto a la vista, que no se diga que Verhoeven se cortaba en este tipo de escenas; el añadido anecdótico es que el director de fotografía, Jan de Bont, se había casado hacia poco con Monique van de Ven, lo cual comportó momentos de gran tensión durante el rodaje).
Keetje va a iniciar una accidentada ascensión dentro de la escala social, que la va a llevar de la prostitución callejera, presionada por su madre, a jugar el papel de amante de un empleado de la banca, Hugo (Hauer), y, finalmente, a vincularse a un abogado de familia rica, momento en que acaba la película. Un rótulo nos informa de su posterior matrimonio y progreso social, que la llevaría a la riqueza y al menosprecio de los pobres, o sea, como Verhoeven insiste en destacar en el audiocomentario, a asumir los mismos defectos de la sociedad capitalista que combatía de joven.
En ese aspecto, el de reflejar los inicios del movimiento socialista en Holanda, que parece que era uno de los objetivos del film, la película está muy lejos de ser satisfactoria. Más bien vemos el caso singular de Keetje sin que lo colectivo tome protagonismo más allá de un par de manifestaciones (con represión policial, en la cuales, según Verhoeven, el modelo a seguir es Doctor Zhivago… pero la diferencia formal es brutal, obviamente). Keetje se mostrará en todo momento una mujer lista y despierta, que aprende rápido, y que tiene un objetivo claro: abandonar la vida de miseria que lleva, y de paso a su familia. Cuando consiga una cierta estabilidad como amante de Hugo no tendrá ningún escrúpulo a dejar a su familia en la estacada, con una hermana alcoholizada, un hermano pequeño que parece empezar a “jugar” con hombres en los urinarios a cambio de dinero, o un padre en el paro. Su manera de comportarse no es más que el reflejo de toda una sociedad (desde el patrón de la fábrica al propietario de la tienda que la viola; del médico del hospital donde la trata de un principio de tuberculosis a Hugo, que se sirve de ella pero que aspira a un matrimonio “de provecho”). El papel de André, el rico abogado con el que se acabará casando (algo que ya no se ve en la película), su príncipe azul, está muy poco desarrollado, lo cual contribuye a esa sensación de desequilibrio que tiene toda la película. Al parecer, los textos de Neel Doff tampoco tienen un hilo dramático claro, son más bien unas memorias, lo cual nos recuerda las dificultades de llevar a la pantalla el libro de Albert Mol en Delicias holandesas.
Por el contrario, quizá hay una mayor preocupación formal a la hora de mostrar los interiores de las casas de la época, un tratamiento de la iluminación y del encuadre que busca en los pintores impresionistas la inspiración (Verhoeven cita en particular a Van Gogh y a Toulouse-Lautrec).
En resumen, un film quizá más ambicioso que los anteriores pero insatisfactorio en los resultados, mermado por unas pretensiones quizá excesivas, que Verhoeven va a saber armonizar mejor en su siguiente Eric, oficial de la reina. Esa sensación de no haber conseguido lo que se quería queda de manifiesto en el audiocomentario, donde Verhoeven reconoce múltiples errores de concepción y sus problemas con el productor, algo que se transmite incluso en el tono de voz de Verhoeven, menos entusiasta que en otros audiocomentarios.