Vivir a tope (Spetters), de 1980.
En su quinto film, Verhoeven rueda por primera vez a partir de un guion original de su colaborador habitual, Gerard Soeteman. Eso se nota, porque la película expresa con mucha libertad, quizá más que en sus films anteriores, los elementos característicos del cine del holandés: sexo, religión y violencia.
El film nos cuenta las andanzas de tres jóvenes que viven en una zona suburbial. Son Rien, hijo de un tabernero, que quiere llegar a campeón de motocross; Eef, mecánico de profesión, hijo de un intolerante calvinista, con ciertas dudas sobre su sexualidad; y Hans, hijo del director de una banda musical de aficionados, que también participa en las carreras pero con menos futuro que su amigo Rien.
Verhoeven presenta a los jóvenes sin ahorrarnos detalles obscenos y escatológicos (Eef y Hans se llevan a sus ligues de una noche a un edificio en ruinas pero no pueden follar: la chica que va con Hans tiene la regla y Eef no consigue una erección, con lo que ambas parejas simulan sus orgasmo, incapaces de reconocerlo; más adelante van a competir “a ver quién la tiene más larga” midiéndoselas con una herramienta del taller de Eef),
e introduciéndonos en el ambiente ruidoso y grosero de las competiciones de motos, todo ello animado por una banda sonora llena de temas musicales de la época (de Iggy Pop a Blondie, de Abba a músico disco). También nos los muestra en una discoteca, en plena “fiebre del sábado noche” (la figura de Travolta sobrevuela varias escenas: Fientje tiene un póster de
Grease junto a su cama), o cerrando su noche de diversión asaltando a unos homosexuales y burlándose de ellos.
Los tres admiran a Gerrit, el campeón (interpretado por Rutger Hauer, en un papel secundario aunque relevante), quieren lograr igualar su éxito, su fama, y poder abandonar sus mediocres vidas.
Los tres también intentan dar salida a sus necesidades sexuales, pero solo Rien mantiene una relación regular con una chica que trabaja en un supermercado, hasta que se cruce en sus vidas Fientje (Renée Soutendijk, la que será protagonista de
El cuarto hombre), una ambiciosa joven, que trabaja en un puesto de comida ambulante con su hermano, homosexual, y que por encima de todo quiere cambiar de vida, a costa de lo que sea (de sus favores sexuales si es necesario, por ejemplo para conseguir el permiso de un policía). Fientje logra que un periodista amigo de Gerrit, Frans (Jeroen Krabbé), ayude a Rien en su carrera motociclista, consiguiendo para él el patrocinio y dos motos de una marca japonesa.
Estos favores llevan a Rien a romper su relación con su novia, Maya.
Pero no todo es alegría: vemos como a Eef lo castiga su padre violentamente por el simple hecho de que ha tocado el claxon delante de la Iglesia. Más tarde, Rien va a sufrir un estúpido accidente cuando un conductor tire a la carretera una bolsa de basura. Como resultado de la caída el muchacho quedará inválido, postrado en una silla de ruedas. Fientje cambia su objetivo: se centra ahora en Eef, que se dedica a robar a los homosexuales que se venden por las noches o a sus clientes, con lo que consigue tener dinero y le puede ofrecer llevársela a Canadá. También Hans intenta ligarse a la chica. Eef queda fuera de competición cuando descubre, después de una violenta violación en grupo (uno de los aspectos más polémicos del film), que desea tener relaciones homosexuales (con el hermano de Fientje, para empezar), lo cual le va a costar una dura paliza infligida por su padre.
La película va derivando cada vez más hacia la tragedia: Rien vuelve con Maya, que se ha introducido en una secta religiosa (hay una secuencia dedicada a un predicador milagrero que nos puede recordar momentos similares en films americanos). Eef renuncia a dejar su trabajo y su familia, asume la necesidad de vencer algún día la resistencia de su padre. Hans finalmente consigue que Fientje lo acepte, pero descubre que Gerrit y Frans se burlan de su manera de competir en las carreras. Esas burlas van a provocar una pelea descomunal en el bar propiedad del padre de Rien, un enfrentamiento a puñetazo limpio a la manera de John Ford (como pasaba con los marineros “borrachos” de
Eric, oficial de la reina).
Al final, con el local destrozado conocemos una trágica noticia: Rien se ha suicidado. Seran Hans y Fientje quienes se queden el bar para montar un local más moderno: en cierta manera han cambiado sus vidas, aunque renunciando al éxito y la fama.
Ya aclaro de entrada, pensando sobre todo en Alex, que aquí Verhoeven da un paso más en su sexo explícito llegando a mostrar una felación sin trampa ni cartón (al parecer recurrió a dos actores de cine porno). Hay penes erectos y desnudos varios, y el sexo es un elemento esencial en lo que se nos cuenta, un sexo a veces de urgencia, feísta, no precisamente sensual. También la religión ocupa un lugar central: la intolerancia del padre de Eef, el escepticismo de Rien respecto a la secta fanática y los predicadores de milagros. Y no falta la violencia: la agresión a los homosexuales; los asaltos que protagoniza Eef y su violación; las peleas entre motoristas en los bares o los días de carrera; la batalla campal final.
En parte, a pesar de su feísmo y de su vulgaridad rampante, creo que
Spetters es uno de sus films holandeses que más inequívocamente se muestra fiel a su estilo, más libre y descarnado. Lástima que el ambiente motorista no me interese ni poco ni mucho, lo cual siempre me hace sentir una cierta pereza a la hora de revisarlo. Por cierto, la edición en DVD, de MGM, no lleva audiocomentario.