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A mi si que me sale.Os paso link.
“You can’t speak, you can’t move, but this opens you up to the influence and it breaks down your defenses. Trust me, all right? You’re going to love it.”
Os he mandado privados a mad y tomás. Si alguien mas necesita direcciones tengo un buen mapa. Por ciertooo... Hay que desactivar los bloqueadores de publicidad para que funcione.
El visitante (The Plumber, 1979)
Si Picnic en Hanging Rock se situaba en una población cercana a Melbourne y La última ola en Sidney, El visitante (aunque hubiera sido mejor titularla simplemente “El fontanero”), película rodada para la televisión, transcurre en Adelaida. Jill Cowper (Judy Morris) y su marido Brian (Robert Coleby) viven en un edificio de apartamentos ocupado por personal de la universidad (que de entrada me recuerda esos edificios despersonalizados y fríos de los primeros films de Cronenberg), a donde se han desplazado desde su Melbourne natal. Él es profesor especializado en nutrición, a la espera de recibir la visita de unos científicos de la OMS, mientras que Jill trabaja en su tesis doctoral en antropología.
Como un presagio de lo que va a suceder, la película se inicia con Brian en la ducha. Poco después, su mujer le cuenta un episodio sucedido en Papúa Nueva Guinea: una noche en que se encontraba sola en la tienda, mientras Brian estaba en otro punto de la isla, irrumpió un hechicero de la tribu vociferando en una especie de estado de trance. Después de esperar horas a que se marchara sin éxito, le lanzó leche de cabra a la cara, lo que ocasionó que el hechicero estallará en llanto, humillado. Jill le había vencido.
El relato de Jill es un avance de lo que va a suceder a lo largo de seis días. Weir, como en La última ola, nos va a mostrar un conflicto, de base cultural, entre la educada intelectual de clase alta y un operario ordinario y zafio, el fontanero Max (Ivar Kants, actor dedicado sobre todo a la televisión, que aquí borda el papel).
En una narración sintética, comprimida en 74 minutos (en la edición en DVD que poseo, de FNAC-Avalon), de tensión en constante crescendo, Weir, autor del guion, nos ofrece una pieza de cámara, que hubiera podido encajar perfectamente en una serie de suspense del tipo de Alfred Hitchcock presents, por ejemplo.
Nunca sabremos el porqué de la manera de actuar de Max. El primer día elige el piso de Jill de manera aleatoria (lo vemos dudar ante los botones del ascensor). Presentándose como el fontanero de la comunidad que ha de revisar las cañerías, empieza su labor destructiva en el baño. Obsérvese cómo, cargado con sus utensilios de trabajo, Max adquiere un cierto aire tribal, como un indígena de una cultura alejada de las comodidades de la “civilizada” sociedad de Adelaida irrumpiendo repentinamente en la ordenada (y sospechamos que algo aburrida) vida de dos intelectuales.
Mientras, Brian discute con sus colegas sobre el tema de la investigación que lleva a cabo sobre el kuru, una enfermedad localizada en Nueva Guinea entre tribus caníbales, una especie de encefalopatía fungiforme que nos trae a la memoria el triste episodio de las “vacas locas”. Como resultado de sus investigaciones, tiene la esperanza de poder obtener un puesto en Ginebra.
Al día siguiente, Brian regala a Jill un reloj valioso, objeto que va a jugar un papel clave al final del film. Poco a poco, la presencia de Max se va a ir haciendo cada vez más invasiva e insoportable. Es un tipo grosero, impertinente, que le vacila constantemente a Jill. La asusta diciéndole que ha estado en cárcel por violación… aunque luego diga que era una broma, y que estuvo por robo. Vanidosamente, afirma ser en realidad un cantante de folk, citando a Bob Dillan [sic, así es como los subtítulos transcriben el nombre del de Dulut].
Ese conflicto entre Max y Jill nos recuerda, sin duda, la distancia entre Michael y los hippies del cortometraje Michael, o las diferencias culturales y de clase entre Michael y Albert en Picnic… o étnicas entre David y Chris en La última ola. Weir le da otra vuelta a algo que va a continuar presente en su filmografía: el choque cultural.
Inexorablemente, el baño cada vez se va a parecer más a un campo de batalla. Incluso, cuando Jill se hace la sorda y no le abre la puerta,
Max consigue penetrar en el baño por el techo, rompiéndolo, en una “violación del domicilio” de claro simbolismo. Respecto a los diversos símbolos de carácter sexual desperdigados por el film (algunos evidentes, como el ídolo con un enorme cipote), los que leáis el libro de Zubiaur veréis que ella los encuentra un poco por todas partes.
No digo que no se pueda hacer esa lectura, parece pertinente a la vista de la historia que nos cuenta Weir, pero me parece que exagera un poco en la interpretación, o al menos a mí no me parece necesario llegar a ese extremo.
En medio de las ruinas del baño, Max le demuestra a Jill sus dotes de cantante de folk con una canción, de autoafirmación, que podría titularse “I’m Me, Babe” (de hecho, ha estado escribiendo la letra en las baldosas de la ducha), y que es un remedo del “I Ain’t Me, Babe” de Dylan.
Aquí tenéis el fragmento:
https://www.nfsa.gov.au/collection/c...er-around-here
Y aquí el tema original, corte del álbum “Another Side of Bod Bylan”:
Esa misma noche, los colegas de la OMS llegados de Ginebra van a cenar al piso de los Cowper. Aunque Jill se esmera con su curry (¿qué nos dice el dietista Alex del curry?), sumamente picante al parecer, la cena está a punto de fracasar a causa de un accidente en el baño, lo cual da lugar a algunos de los momentos más hilarantes, algo que el espectador, que esas alturas está ya de los nervios, agradece.
Durante la siguiente jornada de trabajo de Max, Jill pierde definitivamente los nervios y saca a relucir todos sus prejuicios clasistas. Quizá debido a ese estallido, Max finaliza el trabajo… pero al día siguiente todo se desborda de nuevo, el piso queda anegado de agua. Es el momento de actuar, como en Nueva Guinea con el hechicero. Pero en Adelaida los trucos de una mujer anglosajona son otros… La frialdad y serenidad con que organiza la cena esa noche denota que tiene un plan en marcha. Y ahí lo dejo.
Aunque es evidente que se trata de un proyecto menos ambicioso que sus dos films anteriores, lógico si pensamos que se trata de un telefilm, Weir no baja el listón, sigue ofreciéndonos muchos de sus temas habituales, aunque en un formato más funcional. Vista en perspectiva, El visitante es una película de transición, de compás de espera, para dar paso a continuación una de las más ambiciosas producciones australianas del director, Gallipoli.
Última edición por mad dog earle; 19/06/2019 a las 23:20
Sobre el curry, no domino muy bien como se usa en la cocina, pero si decir que el curry cuenta entre sus ingredientes con la cúrcuma, se dice que es un potente antioxidante y antiinflamatorio natural. Después que sea picante o no creo que depende de la cantidad de jengibre, pero no estoy seguro.
A mi el Curry que me gusta es este
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Lo tuyo con el baloncesto tiene delito.Esta canción te va como anillo al dedo:
¡A mi no me lo dirías dos veces!
Voy con retraso, por lo que pido disculpas, pero he revisado ya Picnic... y La última ola. No sé si me dará tiempo a hilvanar comentarios de ambas, pero prometo que será esta semana
Y una buena noticia: he conseguido una copia de "El visitante", que ya me veía acudiendo a fuentes oficiosas para visionarla.
Punto importante: Picnic... fue estrenada en 1975. Se habían rodado ya películas como "La última casa a la izquierda" de Wes Craven, o "La matanza de Texas" y estaban a un tiro de piedra de "La noche de Halloween". El cine fantástico se encontraba en vías de transformación hacia esquemas bastante burdos, el slasher, el (lucrativo) asesino en serie loco/anormal/monstruoso/sobrenatural, en cualquiera de sus variantes, y la reformulación moderna, agresiva (y bastante macarra) de los monstruos clásicos, vampiros, hombres lobo...
Frente a las nuevas tendencias que ya habían irrumpido en el panorama del cine fantástico, el australiano Peter Weir elige contar una película opuesta a dichas corrientes, seguramente de forma inconsciente. Aquí no hay escenarios oscuros y opresivos, casas o apartamentos aislados y llenos de habitaciones donde acecha el asesino: casi la totalidad del metraje tiene lugar en exteriores naturales y a plena luz del día. Si entrábamos en la época en que había que mostrarlo todo, cuanto más mejor, aquí no vemos,y no sabemos nada. Si el cine de terror empezaba a abandonar la formación de atmósferas frente a una burda combinación de efectos de sonido combinados con maquillajes repugnantes e impactantes, Picnic... es una película sosegada, que no pretende aterrorizar, aunque quizá consiga inquietar.
Probablemente la clave a tanta transgresión la encontremos en la nacionalidad del director y de su película, pero tampoco creo que Weir fuera totalmente inconsciente de los cambios que se producían en el resto del mundo. Así, elige abrir su película con un aséptico rótulo que resume los hechos que a continuación vamos a presenciar, no muy diferente a cómo Tobe Hooper abría su acelerada e histérica "matanza"... pero las comparaciones no acaban ahí, aunque quizá, esté hilando fino, demasiado.
Asistimos a la presentación de la escuela para señoritas Appleyard, donde conoceremos a Sara y a Miranda, antes de que la segunda, con el resto de sus compañeras y algunas profesoras, partan hacia una excursión a Hanging Rock. Da la impresión de ser un mundo luminoso y alegre, jóvenes muchachas victorianas con sus juegos y sus secretos inocentes, viviendo en un entorno educativo privilegiado que las prepara para el futuro en la sociedad. Podemos comparar esa impresión primeriza con lo que veremos tras el episodio de Hanging Rock, y ya vemos que no es todo cómo parece...
Antes conectaba la película con Tobe Hooper. Y es que aquí, el elemento extraño, la fantasía que irrumpe en la realidad, no lo hace de forma brusca, va introduciéndose poco a poco a través de pequeños elementos que van trufando la atmósfera de un sentido de irrealidad. Puede parecer una comparación osada, pero es algo que Hooper solía hacer en sus primeras películas (así, en La matanza de Texas tenemos unas noticias de la radio sobre extraños hechos acaecidos en Texas, un accidente de tráfico tan inesperado como inexplicado, un viejo borracho que asegura que "pasan cosas"), elementos todos ellos que van envenenando el ambiente mucho antes de que veamos un solo acto de violencia.
Aquí hay más de 10 minutos entre la llegada de las muchachas a Hanging Rock, y la separación de las chicas del grupo que luego desaparecerán, y tenemos pequeños detalles que van enrareciendo la película y causándole un cierto desasosiego al espectador sin que haya ocurrido absolutamente nada horrible, extraño, o fantástico. Cosas como la tarta en forma de corazón partida por un cuchillo (que usa Miranda, detalle importante), los relojes que se detienen todos al mismo tiempo, las 12 en punto, o esa especie de destino asumido de Miranda, que parece ser consciente de lo que va a ocurrir (no solo le dice a Sara que debería "querer a alguien más" antes de salir a la excursión, sino que esa fatalidad se subraya cuando Miranda se despide de su profesora "no se preocupe por nosotras... estaremos bien").
No voy a incidir demasiado en el viaje a la roca de las muchachas, momento que habéis comentado con cierta extensión, momentos y planos de gran belleza que sugieren una carga erotica, rodados con gusto y estilo, y que recuerdan a las jóvenes paganas que danzaban sobre el fuego en total comunión con la naturaleza, en esa remota isla escocesa regida por Christopher Lee en "Wicker man".
Es un momento de suspensión de la realidad, donde todo parece pararse (como los relojes) esperando lo que va a ocurrir a continuación. Y aunque es un momento mágico, quizás el primero y último de la película, me resulta más interesante lo que ocurre a continuación. Pues el regreso a la realidad traerá consigo la destrucción: la desaparición de las muchachas actuará como detonante para mostrar las costuras de ese idílico mundo victoriano que nos parecía ver al inicio, y que nunca fue tal, un espejismo, como tantos otros en esta película, y a cuya demolición asistiremos.
Vemos pues, que esas jóvenes privilegiadas que reciben una educación envidiable son en realidad esclavas, sirvientas de un mundo que no las tiene, ni las tendrá en cuenta, criadas, casi como si de ganadería se tratase, para cumplir un propósito social de por vida sin que ello participe en ningún momento su voluntad... eso, las que provienen de una familia acomodada, las que tienen suerte y tienen un futuro, pues como vemos, no todas las chicas pertenecen al mismo mundo, como la desprotegida Sara, auténtico saco de boxeo de la directora de la institución. Se nos muestra un mundo de represión (social, sexual) repleto de relaciones lésbicas sugeridas y por descontado, prohibidas, de dominación y abuso de quienes detentan el poder sobre quienes no lo tienen, en una palabra: un auténtico infierno en la tierra.
La película no pretende dar explicaciones acerca de lo que hemos visto (ni de lo que ha quedado en elipsis, como la desconcertante muerte de la directora). Quizá la única suposición / medio certeza que tenemos está en la actitud de Miranda, que parecía predecir o conocer lo que iba a ocurrir (y en ese caso, desearlo, pues nada la muestra asustada ni contraria a ello). Parece obvio que podemos descartar la solución más sencilla (que las chicas se pierdan o se accidenten sin más) pero, entonces... ¿qué ha ocurrido? Nunca se sabrá. Como leí una vez en una crítica sobre la película "jamás se ha estado tan cerca de filmar lo inexistente".
Está bien, pero me va mejor esta
Un pedazo de tema que, en 1938, popularizó la gran Ella Fitzgerald, hasta ser uno de los mayores éxitos aquel año en EEUU.
Fijaos en el detalle. Va sentada atrás, como durante décadas iban las personas negras en los autobuses en aquel país de las libertades y los derechos (para algunos).
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