El País

"Es muy difícil ser neutral cuando una de las partes considera que vale todo con tal de recuperar el poder"
Madrid - 23/03/2007

El presidente de PRISA, Jesús de Polanco, expresó ayer la dificultad que afrontan los medios del grupo para ejercer su labor periodística en un ambiente político marcado por la crispación y el confrontamiento. "Es muy difícil ser neutral cuando una de las partes considera que todo vale con tal de recuperar el poder", indicó en respuesta a la intervención de un accionista en el turno de ruegos y preguntas en la junta general.

Polanco agregó que el grupo intenta realizar su trabajo bajo esa premisa de neutralidad y rigor informativo pero precisó que es muy dificil estar de acuerdo con el comportamiento de algunos partidos políticos "en unos momentos en los que hay quien desea volver a la guerra civil".

Y no ocultó sus temores de que la derecha gane unas elecciones generales: "Si estos señores recuperan el poder van a venir con unas ganas de revancha que a mí, personalmente, me dan mucho miedo".

Polanco expresó su deseo de que en España existiese "un partido de derechas, moderno, laico, con ganas de mantener lo que hay que mantener y de cambiar lo que hay que cambiar". Y remarcó que una formación de este tipo es "lo que nos hace falta" para la alternancia democrática porque en la izquierda "ya hay un partido que funciona".

En su opinión, la derecha española mantiene en estos momentos unas posiciones "que la alejan notablemente de este perfil de conservadurismo moderado". Puso como ejemplo de esa actitud radical de la derecha " el apoyo a manifestaciones como la del otro día, que es franquismo puro y duro", en referencia a la concentración convocada por el PP el pasado día 10 de marzo en Madrid contra la últimas decisiones de política antiterrorista del Gobierno.

En este sentido, apoyó la posición crítica del editorial de EL PAÍS contra esa manifestación "porque yo también me sentía español y decente, y no fui a la manifestación".

Pero Polanco no sólo criticó a la derecha, sino que lamentó que la clase política española en general tenga escasa capacidad para encajar las críticas. En este sentido, precisó que "incluso los que se deberían considerar favorecidos por nosotros, nos ven poco adictos".

Resaltó que desde que accedió a la presidencia de PRISA en 1984 el grupo y, en particular EL PAÍS, no ha dependido de nadie y "hemos sido enemigos de todos los poderes económicos".

Previa a esta intervención, el presidente de PRISA se comprometió en su discurso ante los accionistas a seguir apoyando la labor de los periodistas que integran el grupo, en su búsqueda incesante por el rigor y el equilibrio informativo. Asimismo, reafirmó la vocación de PRISA de ser "un referente de opinión de primer orden y en muchos casos un referente moral y democrático esencial, tanto en España como fuera de ella".






Tras estas declaraciones del Sr. Polanco (y la jeta que demuestra el personaje), no viene mal recordar algunos párrafos de las Memorias de Rafael Pérez Escolar, publicadas en 2005:


La verdad es que Jesús Polanco es un fenómeno difícilmente subsumible en la tipología tradicional de los hombres de empresa, sobre todo al haberse convertido en el poderoso soporte mediático del socialismo ante la pasividad ovina de la derecha. Lo que no deja de sorprender a bastante gente con memoria, puesto que los Polanco, entre los que figuran ilustres militares, incluso sublevados el año 36 contra la República, siempre han sido franquistas fervorosos. Cuando Franco se disponía a aterrizar en Tetuán con el Dragon Rapide, ordenó al piloto que diera vueltas por encima del aeródromo de Sania Ramel, y sólo cuando diviso a Sáenz de Buruaga a pie firme, con un Polanco a su lado, dispuso: “Ya puede usted aterrizar”. Sáenz de Buruaga, el Rubichi, se había hecho con el mando en Tetuán y Ceuta. Franco, de no haber visto en tierra a los dos insurrectos de su confianza, hubiera seguido viaje al Marruecos francés para vivir a expensas de las cuentas que había convenido con Juan March, erigido en financiador tanto de la rebelión como de su posible fracaso. La saga militar se enriquece con el general Polanco, director de la escuela de Estado Mayor, y el teniente Polanco, uno de los primeros caídos en Ifni. La milicia está llena de Polancos, como su hermano Enrique, el aviador, un acérrimo admirador de Franco y el franquismo. Él también, el propio Jesús, fue mitad monje y mitad soldado como miembro relevante del Frente de Juventudes durante muchísimo tiempo.

Jesús Polanco era un joven de baja estatura y fuerte complexión, macizo, con el pelo rapado. De no haber existido el Frente de Juventudes lo hubieran tenido que crear expresamente para él, porque daba a la perfección el perfil del enérgico muchacho dedicado a respirar a pleno pulmón el aire impoluto de los campamentos y a nutrir firmemente su ideología en los principios inmutables del Movimiento Nacional y su revolución pendiente, la doctrina que en Cobaleda impartía con unción ante la centuria de instructores Sancho el Fuerte. La abuela de un amigo mío, una distinguida señora alemana que vivía en la calle de Alcántara, próxima a Padilla 82, el primer domicilio madrileño de Jesús Polanco, cuando le veía salir los fines de semana vistiendo el uniforme de la Falange, con el pantalón corto y la camisa azul, pletórico de correajes y signos fascistas, solía decir: “Pero adónde va este señor tan mayor con unas piernas llenas de pelos que parecen escarpias”. Borges describe con tristísimo precisión la actitud política que entonces adoptaba el futuro editor a través de su devoción por aquel cúmulo de atributos: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de líderes, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes de un escritor”. De un escritor y de cualquiera que aspire a conservar una elemental dignidad. A lo que ahora contribuye el propio Polanco cuando sus influyentes medios de comunicación combaten con encomiable denuedo los criterios totalitarios. Luego, aquel bizarro joven no enmienda su ideología, sino que, ya maduro, la afina con la precisión de un virtuoso cuando busca refugio en el Instituto de Cultura Hispánica, de donde saldría tardíamente en tiempos de Sánchez Bella cuando ya se atisbaba el fin de la dictadura. Conviene destacar también que antes de entrar en ese organismo formó parte del Seminario de Cultura Hispanoamericana, presidido por Manuel Calvo Hernández, padre del excelente periodista que ahora desempeña la corresponsalía de El País en Washington. Se trataba de una entidad elitista de la extrema derecha, domiciliada en la calle del Marqués de Riscal, luego absorbida por el Instituto.

Se ve que Polanco ha sido un hombre de maduración tardía: al frisar los cuarenta años, y después de trabajar en la editorial Escélicer, también vinculada a la Secretaría General del Movimiento, empieza su propia andadura empresarial con la editorial Santillana, dedicada primero a libros jurídicos, en lo que cosecha un rotundo fracaso, y luego a los textos de enseñanza rigurosamente ajustados a los planes oficiales del Movimiento, “formación del espíritu nacional” incluida, lo que pudo conseguir con el decidido apoyo de Manuel Fraga, Carlos Robles Piquer, Pío Cabanillas, Carlos Mendo y Ricardo Díez Hochleitner, algunos en calidad de socios, suponemos que sin concomitancias prevaricadoras. A ello se añadió enseguida la valiosa colaboración de Francisco Pérez González, Pancho, un excepcional gerente que, desde su sistemática discreción y extraordinaria eficacia, se convirtió en el alma de la desbordante iniciativa editorial fundamentada en las esencias del Régimen. Con lo que empezó a crearse el mito Polanco como el empresario de fortuna que irrumpe con osadía en el mundo de los negocios revestido apresuradamente con la túnica democrática recién cortada, después de limpiar sus impurezas ideológicas, a través del silencio y el tiempo, con el magnánimo Jordán de la transición. Recuerdo que cuando, en un coloquio que se celebraba en el Club Financiero Génova, Joaquín Garrigues Walker presumía con entusiasmo de sus convicciones liberales, alguien del público le espetó: “Lo que tiene importancia no es lo que diga usted, sino dónde está y cómo vive, y usted no es un liberal, usted está en la derecha más incorregible”. Igual que le sucede sociológicamente a Polanco, por lo que no tiene nada de extraño que, atento a aligerar de algún apuro a los gobernantes que sucesivamente ejercen el poder, se decida a dispensarles alguna lisonja en sus incontables medios de comunicación; aunque procure hacerlo con cuentagotas, a excepción de los socialistas, a los que otorga beneficios mediáticos a manos llenas, siempre generosamente recompensados. O, lo que viene a ser lo mismo, les evite los rigores de alguna campaña más o menos incisiva a cambio de las prebendas de cualquier naturaleza que le apetezcan, incluso las más vituperables, como los fraudes cometidos al amparo de la tapadera de Focoex o la lenidad dispensada por la Administración tributaria. Lo único que cuenta para él es el poder a toda costa y su inmensa fortuna hecha sin escrúpulos. Ya lo anticipó el viejo arcipreste hablando del dinero: “Hacía de verdad mentiras, y de mentiras verdades”. A lo que añadía una sabia prevención cabalmente asimilada por nuestro editor: “El dinero del mundo es gran revolvedor: señor hace del siervo, de señor servidor, toda cosa del siglo se hace por su amor”.

Todo ello contribuye por sí solo a que se derrumbe la leyenda de Polanco como gran empresario dispuesto a arrostrar con denuedo los embates y las dificultades inherentes a la economía de mercado. Lo que él ha hecho, al amparo de la fuerza que corresponde al imperio mediático de Prisa, es arrimar ininterrumpidamente el ascua a su sardina con el mayor descaro, algo que le ha permitido obtener toda clase de ayudas, exenciones, subvenciones y dádivas más o menos lícitas, tolerancias administrativas y judiciales de toda laya y situaciones de monopolio al margen de la ley. El caso de la televisión digital es paradigmático: un Polanco empeñado en la libre competencia mantenida con otra emisora de pago hubiese fracasado irremisiblemente; a él lo que le van son las situaciones monopolísticas, y aun así se ha mostrado incapaz de sacar adelante la empresa, que anda a trancas y barrancas, por lo que ahora aspira, y lo conseguirá sin que lo dudemos un punto, a que el Gobierno socialista le asigne una nueva dádiva en forma de televisión abierta o algo todavía más suculento. Lo que demuestra que Jesús Polanco y empresa en régimen de competencia son conceptos incompatibles. Los turbulentos episodios penales en torno a Sogecable y Canal Plus, resueltos judicialmente de la manera más penosa para echar tierra sobre los abultadísimos fraudes contables cometidos por Polanco y los demás administradores, fueron un precedente directo del “caso Enron” y otros del mismo corte que en los EEUU han llevado a la cárcel a sus principales dirigentes.

Los aspectos más significativos de la personalidad de Polanco se reflejan en dos frases harto conocidas que forman parte de su estereotipo. Una, la que pronunció con voz tonante mientras almorzaba en Jockey, para que se enterase todo bicho viviente: “En este país no hay cojones para negarme una televisión privada”, un pronóstico que se cumplió al pie de la letra. Y otra, a la que me permito atribuir un significado más profundo y que guarda concomitancia con lo que se estila en el mejor cine negro, cuando reconoció: “Yo tengo más abogados a mi servicio que periodistas”. Con lo que una y otra afirmación vienen a representar en la mente de su autor la conciencia de su inmensa fuerza, pero también el verdadero carácter de sus comportamientos y su flagrante impunidad. De aquí que no sea extraño que, al amparo de estos presupuestos básicos, Polanco se haya convertido en el ejemplo más elocuente de la “promiscuidad alarmante entre el poder y los periodistas” a que se refería Manuel Martín Ferrand en una conferencia pronunciada en marzo de 2003 en la Universidad Pontificia de Salamanca; un fenómeno que calificó como “la gran partida de una gran corrupción, o todavía peor, de una gran confusión”. Término que desarrolla elocuentemente Juan Manuel de Prada en su artículo “Libertad de prensa” (ABC, 5-V-2001), cuando se refiere a las sibilinas formas de censura en los medios de comunicación: “¿Acaso no resulta cada vez más patente, a medida que aumenta la concentración empresarial, que están dejando de regirse por unos principios morales e ideológicos, para defender obscenos intereses económicos, situaciones de privilegio y preeminencia, sórdidos sectarismos que garanticen su cuenta de resultados? De estos asuntos, que constituyen el verdadero cáncer de nuestra prensa, de este sometimiento de la verdad periodística a la confabulación de los poderosos, que emplean la información para quitar y poner reyes, o para convertirse ellos mismos en reyes, debería hablarse más. Pero no se habla. Resulta más socorrido y facilón recordar aquellos tiempos remotísimos en que la censura estaba organizada como un departamento burocrático. En cambio, de las plurales censuras que nos asedian con su vuelo de fantasmas no se dice nada. ¿O es que no sabe usted que los fantasmas no existen?”.

Memorias, Rafael Pérez Escolar (Foca, 2005, pág. 251-254)