Además, le pasa como a Final Fantasy, Wonderful Days y Metropolis de Otomo (y en cierta medida, Matrix Revolutions): no consiguen interesarnos por los personajes y sus motivaciones (que cambian según le conviene al director), y el obligatorio último tercio de volarlo todo por los aires se convierte en pornografía del cataclismo (nos da igual la historia, pero mola ver cosas explotando).

Entre las pocas que salen airosas de un planteamiento similar citaría Akira y Jin-Roh.