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Los autores canadienses Heath y Potter denuncian el lucrativo negocio de la contracultura
’Rebelarse vende’ propugna "cambiar las normas en vez de insistir en abolirlas"
ANDRÉS PADILLA - Madrid EL PAÍS - Cultura - 18-05-2005
Los libros que critican el consumismo se convierten en éxitos de ventas. Es el caso de No Logo. Las películas que se sublevan contra la sociedad del espectáculo como American beauty y El club de la lucha son pasto de las masas. La ropa alternativa se vende en los grandes almacenes. El capitalismo parece tener una capacidad inagotable para absorber cualquier crítica contracultural. Dos jóvenes profesores canadienses, Joseph Heath y Andrew Potter, defienden en Rebelarse vende (Taurus) la necesidad de preocuparse más por la justicia social y menos por la agitación cultural. Los productos contraculturales son objetos de consumo para una cierta élite de la sociedad que quiere distinguirse de la masa. Son personas que dicen querer cambiar el mundo, pero que desconfían de la mayoría social. Eso no es todo. Según los filósofos canadienses Joseph Heath y Andrew Potter, "las ideas de la contracultura están resultando contraproducentes para la izquierda". Por ejemplo, "al rechazar de manera general todas las instituciones y reglas del sistema en su defensa de lo espontáneo, la contracultura ha arremetido contra las normas más elementales de la urbanidad, tachadas de victorianas y decimonónicas. Lo que ha ocurrido es que la gente es cada vez más maleducada, y eso ha favorecido a la derecha. La izquierda necesita una atmósfera de respeto, por ejemplo, para poder explicar sus propuestas, que son complejas".
Los defensores de la contracultura, según Potter y Heath, suelen tener "una motivación política noble, honrada y genuina. El problema es que el discurso contracultural te provee de un paquete teórico completo y bastante fácil de entender cuando eres un adolescente". Para los autores, es necesario huir de ciertas dinámicas autocomplacientes y nada eficaces. "Hay que cambiar las normas, no abolirlas. Transformar las instituciones servirá para modificar las conciencias", afirman.
¿No significa todo esto volver a apostar por los caminos clásicos de los partidos socialdemócratas? Potter y Heath consideran que gobernantes como Tony Blair en el Reino Unido o Paul Martin en Canadá no están desmontando el Estado de bienestar a pesar de las acusaciones, sino "acometiendo reformas estructurales necesarias para garantizar su existencia". Los autores opinan que ciertos movimientos sociales y ONG cumplen un papel fundamental en el activismo político mientras se alejen del "negocio de la contracultura".
Y, por cierto, ¿qué tal se vende rebelarse contra la contracultura? "El libro está funcionando bien. Ha habido gente que ha intentado descalificarnos diciendo que caemos en el mismo error que denunciamos, pero lo cierto es que nosotros nos limitamos a destacar que existe una teoría que no cumple su cometido. No tenemos previsto ponernos a vender zapatillas de deporte con la marca de nuestro libro".
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El objetivo de este libro es demostrar que la contracultura ha desplazado el pensamiento de izquierda como núcleo de la oposición a la derecha conservadora y al proceso de globalización. Sus autores, dos jóvenes profesores universitarios canadienses, Joseph Heath y Andrew Potter, han organizado su argumentario sobre un análisis de la sociedad actual en el que la reflexión sobre el consumo (el mercado) ocupa un lugar central.
Desde dicho análisis afirman que la contracultura enarbolada por la izquierda, lejos de ser revolucionaria, ha servido para impulsar y desarrollar el capitalismo consumista de las últimas cuatro décadas. Aunque no sea una práctica recomendable, lo mejor en este libro es comenzar su lectura por el primer párrafo de las conclusiones: “El poder que el mito de la contracultura ha ejercido sobre la conciencia política del último medio siglo es un legado del trauma que produjo la Alemania nazi a la civilización occidental”. La tesis de Heath y Potter es que el Holocausto tuvo como consecuencia un profundo rechazo a las nociones de orden y conformismo. Vistos los campos de concentración y de exterminio como la expresión de una gigantesca tecnocracia represora e igualadora, la reacción de la izquierda circularía sobre los raíles de una obsesión por ser distintos. El ansia generalizada de distinción estaría en la base del movimiento antiglobalización, un proceso de homogeneización derivado del comercio mundial.
Esta referencia a la influencia cultural y política del Holocausto queda tan sólo apuntada, no se desarrolla pese a su evidente interés. Si volvemos al inicio del libro, vemos que el comienzo del recorrido histórico que explica el estado actual de las cosas lo sitúan los autores en la aparición en 1969 del libro de Theodore Roszak El nacimiento de una contracultura, obra que establece relaciones entre la tradición crítica estadounidense y las ideas de la izquierda europea. En publicaciones posteriores, continuó desarrollando una filosofía antitecnológica y tremendamente crítica con el estilo de pensamiento científico, responsable en su opinión del carácter inhumano y del potencial destructivo de las sociedades modernas. Desde el comienzo, Heath y Potter enarbolan una crítica radical a la contracultura. “Nunca hubo –afirman– un enfrentamiento entre la contracultura de la década de 1960 y la ideología del sistema capitalista”. En su opinión, la contracultura fue un reflejo de las esencias del capitalismo. No admiten colisión alguna entre sus valores esenciales. La crítica de Heath y Potter es tan cerrada que ven la ideología hippie hecha de la misma urdimbre que la yuppie.
No es sencillo entrar en disquisiciones con los autores, pero es innegable que la contracultura dio mucho sentido a la rebelión estudiantil de los años sesenta y a la lucha contra la guerra de Vietnam. Hubo oposición a los valores de la cultura dominante en lo que ésta significaba de capitalismo, cristianismo y militarismo. La contracultura subrayó lo espiritual sobre lo material, el hedonismo sobre la prudencia y la tolerancia sobre el prejuicio. La contracultura fomentó intentos diversos de vivir fuera del sistema. Se fundaron comunas en Berlín, en EE. UU., o en lugares en los que se ensayaron nuevas prácticas sociales –consumo de drogas, sexo libre, educación no dirigida, etc.–, y se buscó un sistema institucional que diera sustento a una sociedad alternativa. Bien es cierto que a finales de los años setenta la contracultura se disolvió víctima de sus propias contradicciones respecto del uso de la tecnología, del dinero, del abuso de drogas y del constante acoso legal. Ahora bien, olvidar a los beatniks que iniciaron la contracultura es muy fuerte. Ginsberg, Kerouac, Burroughs o el fotógrafo Robert Frank son insoslayables. Forjaron una identidad disconforme y pusieron los cimientos de un movimiento hippie del que Yanis Joplin fue algo más que un símbolo femenino de la contracultura. Sabido es que mucho de la contracultura ha sido, utilizando una perspectiva marxista, absorbido por la superestructura y ha pasado a convertirse en moda. En este sentido, la contracultura es una alternativa o complemento a las formas culturales dominantes, mantenida y transmitida por pequeños grupos. El New Age ha recogido, en una versión light, algunos de los valores de la contracultura estadounidense.
El gran error de la contracultura radica para los autores en su incapacidad para idear una sociedad libre y coherente, su falta de rigor a la hora de plantear, y sostener un sistema político capaz de cambiar y mejorar la sociedad actual. Para ellos, a lo más que llega la contracultura es a conseguir la apertura de vías de escape que en realidad no son otra cosa que disfraces de un capitalismo –lo único que queda tras el derrumbe de la URSS– cada vez más potente. Los dos escapes favoritos de la contracultura son para nuestros autores la fascinación por el exotismo y la necesidad de ser cool. El exotismo queda convertido en manos de la contracultura en una deriva que conduce a la “idealización de las culturas no occidentales”, a la filosofía homeopática, o a la medicina alternativa. Ser cool es ser innovador, estar en las primeras filas de la “mayoría avanzada”. Como diría un castizo es “estar en la pomada”. Para Heath y Potter, lo cool es el elemento diferenciador de la sociedad urbana contemporánea y, como sucede con los bienes posicionales, adquiere su valor en la comparación. Es el calificativo que reciben aquellos que están en la vanguardia de la contracultura. Ser distinto a los demás, ser rebelde, ser alternativo es la mejor manera, en opinión de Heath y de Potter, de alcanzar el preciado estatus de lo cool, un rango que da verdadero prestigio en la sociedad norteamericana. Su elite está formada por lo que los autores denominan “los creativos”, gente que tiene un “curro guay”, que puede permitirse vivir en entornos privilegiados. Espacios en los que estos profesionales viven en cercanía de sus semejantes, ciudades que les ofrezcan un entorno cultural estimulante y donde puedan practicar deportes cool, como el snowboard. Heath y Potter cargan contra estos profesionales de un modo feroz. El lector diría que se ensañan con resentimiento.
Ya al final del recorrido que trazan Heath y Potter disponemos de una visión de conjunto. Vemos a la izquierda norteamericana transformada en contracultura y a ésta convertida en un estilo de vida, en unas actitudes políticas que, en definitiva, no sólo no ponen en peligro el capitalismo sino que acaban por reforzarlo porque, a fin de cuentas, la contracultura no sería más que un forma estupenda de ganar dinero y de tener privilegios con el añadido de sentirse bien, mejor que los demás. Por último, una izquierda sin justificación ni cometido político debería someterse a un cambio que para Heath y Potter pasa por dejar de insistir en el individualismo, por reconciliarse con las masas y por no retirarse de la política democrática. Desde dentro del sistema se consigue más que extramuros. De lo que se trataría es de perfeccionar el mercado introduciendo más y mejores controles. Quizá acierten Heath y Potter. En todo caso, su crítica a la izquierda contracultural desde posiciones de mayor control por parte del Estado, algo insólito para el neoliberalismo de estos últimos años, no deja de tener un interés evidente.
Bernabé SARABIA
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De No logo a Bobos
Para entender del todo esta obra, magníficamente traducida, hay que situarla entre los textos que a lo largo de la última década se están escribiendo en EE.UU. y Canadá, cuya preocupación común la constituye el mercado como mecanismo de regulación en las democracias avanzadas. Libros como No logo o Vallas y ventanas de Naomi Klein, Fast food de Eric Schlosser, Bobos en el paraíso de David Brooks, Por cuatro duros de Barbara Ehrenreich o The conquest of cool de Thomas Frank conforman un corpus teórico que se refiere a dos posiciones ideológicas opuestas incardinadas por Klein y Frank. Klein es más conocida en España por su crítica a las marcas y su postura antiglobalización, pero Frank, editor de The Buffler, revista dedicada a la crítica cultural, es un ídolo intelectual para pensadores que, como Heath y Potter, conforman la nueva camada de un pensamiento político que está dándole la vuelta a la teoría contracultural.