Es curioso comprobar cómo con el paso del tiempo, determinados fenómenos quedan en el olvido y dejan al descubierto las razones de su éxito efímero.

Estoy hablando del gaitero Hevia, que allá por 1998 con su disco tierra de nadie arrasó en ventas y listas de los más escuchados en España.

La cosa consistía básicamente en una astuta operación de mercadotecnia, un single pegadizo, una reivindación de cierto misticismo atávico hispánico. Al sonido de las gaitas le unió , cómo no, el de voces femeninas y diversos coros. Hevia se paseaba por conciertos multitudinarios con sus gaitas modernas y creaba escuela.

El caso es que se puso de moda el asunto y a ello se unió otro gaitero, Carlos Núñez. El éxito ya no fue tanto, y ambos con sus siguientes trabajos cosecharon éxitos más discretos.

A mí, dicho sea de paso, su música me gustaba para oirla cinco minutos. Pasado ese tiempo, me parecía tan repetitiva que me producía jaqueca.

Pero repito, no deja de ser curioso cómo se trató en su día de vender como algo nuevo cuando el concepto no podía ser más clásico, y de hecho, sus ultimos trabajos parecen ir por senderos más arriesgados, y no por ello obtienen el menor eco en los medios.

Hoy en día, no sé en que anda metido, lo ultimo que sé es que estuvo con la cantante de Amistades peligrosas y ex de Alberto Comesaña.

Un ejemplo más de hasta qué punto no oímos lo que elegimos, sino que lo que otros han elegido ya previamente por nosotros.