No hay una respuesta única, y ni siquiera fácil para ésto. Como persona que ha estudiado cosas relacionadas con la historia del arte y la conservación de bienes culturales (y el cine se puede considerar un producto cultural, aunque también tenga mucho de industrial en bastantes ocasiones) durante bastante tiempo, estoy en posición de decirlo. Muchos dirán que el autor tiene el derecho a alterar su obra, y por supuesto, es un derecho totalmente legítimo. Pero otros dirán que la obra es la que es y la que salió y cómo la vio la gente, aunque no fuera la que el autor quisiera haber hecho. Hay que aceptarla con su limitación y sus imperfecciones, pues son producto y testimonio de unas circunstancias históricas o sociales, y son parte de la historia de la obra, de sus avatares y vicisitudes. Por otra parte ¿cuál es la obra que vio el mundo? Porque puede no ser ni la que el autor quiso hacer, ni la que vemos hoy, y a veces ni si quiera se sabe cómo era o como se quería hacer. Y por supuesto, no es lo mismo que la altere el autor o que la altere otro, o que se altere porque éste no quedó satisfecho con la obra (Miguel Ángel parece que nunca lo estaba; Leonardo directamente acabó muy pocas; otros artistas, en cambio, parecían despreocuparse totalmente de ellas en cuanto las entregaban a quienes las habían encargado, y no eran menos o peores artistas; porque ésa es otra: habría que ir deshaciéndose de la idea romántica del artista como genio total que creaba para sí mismo; pues históricamente, y hasta en la actualidad, no ha sido así en muchas ocasiones) o porque quiera restituirla porque se hubiere dañado (y por supuesto, no todos los daños son iguales: no es lo mismo que se estropee por una catástrofe natural, como un terremoto, una inundación, o que sea dañada de manera más o menos intencional: atentados, guerras, vandalismo, incluso censura). Por poner un ejemplo de actualidad: ahora se discute qué hacer con Notre Dame. Hay quien dice que se tiene que reconstruír tal y como estaba, porque es parte de la idiosincrasia de París, y por extensión, de Europa. Es tal su fuerza y su prestigio que no se puede dejar esa imagen mutilada (y sin embargo ¡cuántas estatutas de la Antigüedad están sin cabeza, o sin brazos, no hay más que pensar en el Torso del Belvedere o la Venus de Milo..!). Otros dicen que hay que dejarla como está ahora, o poner algo diferente en el techo, que se vea que no es de la época: que se vean las cicatrices de Notre Dame, y se vea que ha sobrevivido. Pero es que lo que veíamos no era lo que estaba originariamente: en su mayoría, lo que se han quemado fueron las reconstrucciones que Viollet-Le-Duc hizo en el siglo XIX de manera bastante libre, para que la catedral pareciera más gótica y más medieval. ¿Lo ponemos cómo estaba o podría estar en el siglo XIII? ¿Lo ponemos cómo estaba en el siglo XIX? ¿O lo ponemos cómo debería estar en el siglo XXI? Probablemente hay razones buenas y malas para decantarse o para rechazar una opción u otra.




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