Vuelvo al hilo de la Hammer para contar brevemente las impresiones que me han producido dos films poco o nada conocidos por estas latitudes y que el ínclito Alcaudón ya tuvo a bien comentar tiempo ha. Dos films, por cierto, que no entran dentro del campo que más famosa ha hecho a la productora británica: el terror.
The Camp on Blood Island (1958), de Val Guest
Parece obvio que la película sigue la estela marcada por The Bridge on the River Kwai, de David Lean, estrenada el año anterior, y de la que ya hablamos largamente en el hilo dedicado al director británico. Si la película de Lean transcurría en Tailandia (y en Ceilán, actual Sri Lanka), esta discurre en una pequeña isla de Malasia (aunque rodada en Inglaterra), donde los japoneses mantienen al final de la II Guerra Mundial dos campos de prisioneros, uno para hombres y el otro para mujeres y niños, lo que ya indica que los prisioneros, a diferencia del film de Lean, no son solamente soldados, sino también un importante contingente de población civil.
Las diferencias entre ambos films son notables, aunque también abundan los puntos de contacto. Desde un punto de vista formal, destaca que la película de Guest está filmada en blanco y negro (con fotografía de un habitual de la productora: Jack Asher), y tiene una duración que no llega a la hora y media. Tampoco encontramos en el reparto nombres de relumbrón, aunque sí una granada representación de actores británicos vistos en diversos films de la Hammer, como André Morell (que tenía también un papel, no menor, en la película de Lean),
en el papel del coronel Lambert, Michael Gwynn (al que recordamos de The Revenge of Frankenstein), Richard Wordsworth (el astronauta que se convierte en monstruo de The Quatermass Xperiment)
o Barbara Shelley.
Como en la película de Lean aparece hacia el final un soldado americano metido con calzador, el teniente comandante Bellamy (Phil Brown), supongo que con la intención de favorecer la posible carrera comercial en Estados Unidos.
Donde la película chirría más de lo necesario es en el retrato de los japoneses, no solo por mostrarlos como unos sádicos carceleros, extremadamente crueles, casi llegando a la caricatura, sino porque los actores que los encarnan, en particular Ronald Radd como el coronel Yamamitsu y Marne Mitland como el capitán Sakamura tienen de nipón lo que yo de aborigen australiano. Incluso me atrevería a decir que el “japonés” con que se expresan es una jerga macarrónica que suena a mala imitación.
Lo más curioso e interesante, que provoca un amargo dilema en el coronel Lambert, es que su objetivo será evitar que Yamamitsu se entere de que la guerra ha terminado y los japoneses se han rendido, ya que el coronel japonés le ha amenazado más de una vez en que de darse la derrota de Japón arrasará los campos y matará a todos los presos. Así, en aras de mantener a sus subordinados vivos y evitar la masacre, paradójicamente se ve obligado a presenciar un buen número de ejecuciones, cayendo algunos de los presos decapitados,
cuando podría advertir a Yamamitsu del fin del conflicto. También Bellamy, una vez internado en el campo, acepta mantener el silencio (previamente ha sido avisado por Keiller, el personaje interpretado por Wordsworth), aunque con su fuga final, en compañía de Kate (Barbara Shelley), logrará llegar al continente y dar aviso a las tropas aliadas.
Queda para el análisis histórico el porqué de la crudeza con que la película, en 1958, intenta describir las condiciones que sufrieron los presos británicos, muchísimo más duras que las que muestra el film de David Lean. Como muestra del clima emocional que el film pretende ahí queda esa frase inserida en el cartel que adjunto o un rótulo inicial que advierte que la película “is based on the brutal truth”.
Cash on Demand (1961) de Quentin Lawrence
Por contra, Cash on Demand es una película que mezcla, a la manera británica, un poco de humor y mucha tensión para escenificar (nunca mejor dicho, puesto que el film parte de una obra teatral de Jacques Gillies para la televisión) el atraco a una sucursal bancaria en vísperas de Navidad (lo que confiera a la obra un cierto tono dickensiano). El ladrón, de maneras exquisitas, es de nuevo André Morell, mientras que el papel de director recae en Peter Cushing, completándose el reparto con un buen número de secundarios entre los que sobresale Richard Vernon.
El director, un para mí desconocido Quentin Lawrence, ya había dirigido la versión televisiva en la que participaron Morell y Vernon en los mismos papeles.
La película, fotografiada en blanco y negro por Arthur Grant, que sabe sacar partido a los escenarios, apenas abandona la sucursal bancaria en un par de breves momento. Se convierte en un duelo, un tanto asfixiante, entre el falso coronel Hepburn (Morell) y el antipático y desconsiderado con sus subordinados Harry Fordyce (Cushing).
En cierto modo, todo lo que va a tener que hacer Fordyce para complacer a Hepburn y facilitarle el robo del dinero es una especie de penitencia por todos los malos modos que ha mostrado siempre hacia sus empleados. La película funciona a la perfección, manteniendo al espectador pendiente de los mínimos detalles que van desarrollándose de manera implacable. Lo cierto es que el savoir faire del coronel (espléndido Morell) hace que casi desees que se salga con la suya, a pesar de que para ello presuntamente tiene amenazada a la mujer y al hijo de Fordyce. La película acaba resultando casi un apólogo moral, muy adecuado a las fechas navideñas en que se desarrolla la acción. Muy recomendable.




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) el comentario de la presente película formó parte de la cuarta entrega de la revisión (lógicamente parcial) de la filmografía del estudio cinematográfico británico más famoso (no necesariamente mejor) que llevamos a cabo unos cuantos cinéfilos de rancio abolengo (sic) no me he podido resistir a un nuevo visionado de la misma después de adquirir la magnífica edición de coleccionista en 4K cortesía de la mencionada Hammer y que recomiendo encarecidamente a todos aquellos aficionados al género fantástico y/o de terror que ya peinan (con suerte) canas y que quieren disfrutar de un entretenimiento tal vez no sobresaliente, pero sí notable y más en estos tiempos de penumbra que nos ha tocado vivir. 











