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Tema: Revisitando a Ingmar Bergman

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    Predeterminado Re: Revisitando a Ingmar Bergman

    Fresas salvajes, de 1957, es quizá uno de los films bergmanianos más “citados” explícita o implícitamente por otros autores, hasta llegar al extremo de Woody Allen en su Deconstructing Harry, en donde él mismo encarna a un escritor que viaja a su antigua universidad para recibir un homenaje. El retorno de un personaje a su pasado, como un espectador privilegiado, es algo que Bergman utiliza en este film varias veces, y que posteriormente se ha utilizado en multitud de películas (Allen, de nuevo. entre los que más han recurrido a ese recurso narrativo que rompe la unidad de espacio y tiempo, solapando en cierto modo dos tiempos en un mismo espacio).

    El argumento es simple y bien conocido: un médico de 78 años, interpretado con gran convicción por el gran Victor Sjöström (que tenía precisamente esa edad en el momento del rodaje), Isak Borg, ha de viajar a la universidad de Lund donde ha de recibir el título de doctor jubilaris. Decide hacer el viaje en coche, en compañía de su nuera, Marianne (Ingrid Thulin), momentáneamente separada de su marido (Gunnar Björnstrand), él también médico. Ese viaje va a ocupar la totalidad del film, salvo un breve prólogo y un epílogo.

    La película arranca con el tictac de un reloj, como si desde el primer segundo Bergman quisiera dejar claro que el tiempo va a ser el elemento central del film. Durante la noche previa a la partida, Isak tiene un sueño escalofriante, que ya comentamos hace unos días. Unas imágenes muy contrastadas (Gunnar Fischer otra vez detrás de la cámara), quemadas, recrean la calle de una ciudad desierta. En una pared hay un enorme reloj sin manecillas (lo que fácilmente nos hace recordar Rumble Fish, de Coppola).
    Spoiler Spoiler:

    Oímos latidos acelerados, campanadas; vemos la presencia de un extraño hombre o muñeco que se desploma; y aparece un coche fúnebre portando un ataúd. Cuando una de sus ruedas se encalla en una farola (a mí esa rueda encallada me recuerda la manguera atascada de Blue Velvet),


    el ataúd resbala y cae al suelo: en su interior hay un cadáver, pero cuando Isak se acerca, el muerto, que es él mismo, le coge de la mano. Isak se despierta. Parece como si esa pesadilla, una especie de sueño premonitorio o como mínimo admonitorio, le lleve a la decisión de viajar en coche en lugar de tomar el avión, ante el enfado de su asistenta.

    El viaje va a tener diferentes etapas. En la primera, se detienen a visitar la casa de campo donde Isak y su numerosa familia pasaban los veranos. Cuando se sienta al lado de unas fresas silvestres (como si de la magdalena de Proust se tratara), retorna al tiempo perdido, para contemplar las maniobras de seducción de su hermano, Sigfrid, para con su prima Sara, su amor de juventud.


    Bergman recrea en una larga secuencia una reunión familiar, alrededor de la mesa, cargada de humor (unas traviesas gemelas; un tío sordo, con trompetilla; los rubores y lloros de Sara cuando la señalan atribuyéndole amoríos con Sigfrid). Isak contempla la escena con una delicada expresión de ternura. Cuando finaliza la ensoñación, surge, como si de una encarnación de su deseo venido del pasado se tratara, una nueva Sara (Bibi Andersson, en los dos papeles), una joven y desenvuelta muchacha de camino a Italia a donde va acompañada de dos jóvenes estudiantes, Anders (la fe, quiere ser pastor) y Viktor (la ciencia, estudia medicina). Los tres se añaden a la expedición.

    El siguiente jalón del camino lo marca un accidente de automóvil. Un coche vuelca y Isak acoge también al matrimonio que viajaba en él, una pareja constantemente a la greña (él se presenta como católico; ella, como actriz). Marianne, harta de soportar sus discusiones, los echará del coche. Esa es una de las caras del amor, parece decirnos Bergman, como ya nos ha dicho y nos seguirá diciendo en su obra.

    Se detienen para comer, dando paso a uno de esos momentos de paz (casi como el reposo del caballero Blok con los cómicos en El séptimo sello) que, no obstante, deriva en una discusión entre los jóvenes sobre religión. Isak decide acercase a visitar a su madre, una venerable señora de 96 años, de fuerte carácter. Le muestra a Isak una serie de objetos, entre ellos un reloj de bolsillo sin manecillas (Bergman insiste en la misma imagen del sueño, un reloj que ya no puede marcar el tiempo).

    De vuelta al coche, y bajo la lluvia, Isak se duerme y sueña. Ve a la prima Sara que le cuenta que se casará con Sigfrid (y lo hace manteniendo un espejo ante el rostro de Isak).



    Sara le dice que él que sabe tanto, que es médico, que va a ser homenajeado, en realidad no sabe nada, no sabe comprender su dolor, quizá vive sin saber vivir. Y eso se va a ilustrar dentro del mismo sueño, cuando es conducido a una aula donde se le somete a examen (todo este segmento tiene un cierto aire kafkiano). Ha de leer un texto incomprensible para él, que dice que el primer deber de un médico es pedir perdón.


    Y luego se le conmina a asistir a la relación adúltera que mantiene su mujer en el exterior de la casa (es el recuerdo de un momento que Isak vivió hace años, lo cual nos da información sobre lo poco feliz que fue su matrimonio, y que probablemente le ha amargado la vida).

    Despierto de nuevo, mientras los muchachos recogen flores para ofrecérselas como regalo, Marianne le cuenta una conversación con su marido: ella está embarazada, pero él no quiere tener hijos (volvemos a uno de los temas repetitivos de Bergman; el próximo film será, por cierto, En el umbral de la vida). De ahí la separación actual de la pareja. Nuevamente vida y muerte como la alternativa decisiva ya en el mismo momento del origen de la vida: ¿es mejor dejar que la vida surja o es preferible atajarla, cortarla de raíz?

    Finalmente, llegan a la universidad y asistimos a la ceremonia, con toda la pompa y circunstancias que marca el protocolo. Llegado el final del día, por la noche, en su habitación, los jóvenes le cantan una canción bajo la ventana. Luego, tiene una conversación con su hijo: este le confiesa que no puede vivir sin Marianne, entendemos, pues, que la vida surgirá. Isak evoca de nuevo el mundo de su juventud, y entre sueños ve a sus padres junto al mar (sus progenitores, como si Bergman quisiera enlazar esa imagen con la de la aceptación del hijo de Isak de ser padre). Dos primeros planos de Isak, uno en ese mundo recreado, onírico, y otro en la cama, con los ojos abiertos, en reposo, como reconciliado con su pasado, cierran el film, y quizá su vida.

    La película está completamente dominada por la presencia de Sjöström, el viejo maestro (al que ya vimos en Hacia la felicidad, encarnando a un director de orquesta). Bergman reconoce en sus memorias que escribió la película pensando en el veterano cineasta, el cual se apoderó totalmente del personaje. Pero no hay duda que encarnar en alguien como Sjöström los dilemas que se plantean ante el paso del tiempo, el recuerdo de los paraísos perdidos o la necesidad de ajustar las cuentas con la propia vida cuando esta se acerca al final, con todo lo que representaba para Bergman y para el cine, fue un acierto excepcional, aunque al parecer no evitó dificultades durante el rodaje (algunas de las cuales parece que se vencieron gracias a la habilidad de Bibi, por la que Sjöström sintió una atracción perfectamente comprensible).

    Del DVD visto, sólo decir que como pasa en algunas ediciones de Manga de hace años la copia es correcta, pero no óptima (nada que ver, no obstante, con los horrores de El silencio, por ejemplo). Hay reedición por parte de Vértigo (no sé si a partir del mismo máster) en DVD y también edición en BR, de las cuales no puedo decir nada.

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