bueno, ahora se añade más leña al fuego...
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/1...317646455.html
Y si Ripstein tuviera razón...
Después de leer la carta de arrepentimiento de Arturo Ripstein, uno puede extraer varias conclusiones: 1) beber es malo; 2) los niños son un incordio; 3) la educación pública (¿quién necesita nanas privadas?) atempera el carácter y 4) la sinceridad, como queda demostrado una vez más, es una virtud sobrevalorada (desconfíen de los que empiezan las frases con: "Si te soy sincero...").
Más allá de estas enseñanzas, digamos, morales, poco más. ¿Se arrepiente acaso Arturo Ripstein de creer que el palmarés del pasado festival de San Sebastián fue un disparate? Ni una línea al respecto. 'Ergo': no, no se arrepiente. A nadie se le escapa que llamar "subnormal" a alguien o algo es intrínsicamente malvado. Y no se trata de reivindicar la corrección política, sino de asumir que la educación es la forma más sensata de trasladar el sentido común a las relaciones humanas.
Es decir, está mal ese gesto tan hispano o mexicano (o ambos a la vez) de echarse la mano a la faja en cuanto se disiente. Hasta aquí todos de acuerdo. Pero lo cierto es que el director de 'Las razones del corazón' acertó cuando denunció lo a todas luces denunciable: el palmarés de la última edición de San Sebastián fue el peor fin de fiesta posible a un certamen ciertamente notable.
Un jurado independiente, pero responsable
Por supuesto, a esta afirmación se admiten réplicas. ¿Pero no debe ser independiente por naturaleza la decisión de un jurado? Sí, independiente, pero responsable. Es decir, el jurado tiene que asumir que, después de beberse y comerse todo lo que da de sí la restauración donostiarra (que es mucho), no puede (o no debe) convertir su decisión en un ejercicio de autoafirmación de espaldas al ancho mundo. Hay psicólogos que cobran para arreglar problemas de ese tipo.
Ningún jurado de ningún festival del planeta se permite las licencias que hace años llevan permitiéndose los que pisan San Sebastián. Por Zinemaldia han pasado desde 'Promesas del Este', de David Cronenberg, a 'El secreto de sus ojos', de Campanella, sin olvidar 'Misterios de Lisboa', de Raúl Ruiz, y ninguna de ellas, pese a su lugar de honor en eso llamado historia del cine, consiguió algo más que un abrazo.
Ni rastro de ellas en un festival con Conchas de oro como, por ejemplo, 'La caja de Pandora', 'Schussangst' o 'Stesti'. ¿Alguien se acuerda? ¿Alguien puede decir el nombre del director sin acudir a Wikipedia? Lo grave no es no premiar lo bueno, sino premiar a lo grande y con alevosía lo directamente olvidable. No diremos malo. Aunque, también.
Bien es cierto que todos los festivales se permiten licencias de vez en cuando. Que se lo pregunten sino a Almodóvar. Hasta en Cannes puede haber problemas cuando el presidente del jurado es Cronenberg. Lo de Venecia de este año, por ejemplo, con el 'Fausto' de Sokurov es duro, pero poco discutible. El problema es cuando el problema se repite año tras año, edición tras edición. Entonces, sí es problemático. Y en ésas parece estar, salvo salvedades, San Sebastián.
Un palmarés enfermo de originalidad
En el festival de este año se vieron las últimas películas de Terence Davies y del airado Arturo Ripstein. El portugués Joao Canijo, por citar un ejemplo quizá menor, soprendió con 'Sangre de mi sangre', una película que esos seres con gafas llamados críticos decidieron premiar. José Coronado cautivó con una interpretación sobre la que, a fecha de hoy, hay mucho consenso y poco margen para la duda. Y se podría seguir. Pues bien, ni rastro de todo esto en un palmarés enfermo de originalidad.
El jurado decidió jugar la baza de la originalidad y, nos pongamos como nos pongamos, se equivocó. Cuidado, nadie discute el riesgo, brillantez y lirismo de una película, 'Los pasos dobles', que nace con la declarada vocación de andar por el margen. Lo que se discute es que el jurado no haya visto nada más que eso.
¿Tiene responsabilidad el festival y, por extensión su director en lo que deciden sus jurados? Basta mirar cómo funciona el mundo, para admitir una única respuesta válida: Sí.
A nadie se le escapa que el año que Terrence Malick presentó su obra enciclopédica sobre el universo ('El árbol de la vida') en Cannes, el presidente era Robert de Niro, precisamente compañero de generación del director. ¿Se podía permitir el mayor de los festivales dejar sin premio a la obra más esperada de los últimos años después de recibir del propio director el 'regalo', pues eso es, de presentarla a concurso?
Los jurados se eligen y son los festivales y, por extensión, sus directores los que lo hacen. La última Berlinale, por citar un ejemplo más, amenazó ruina. La sección oficial se llenó de películas insustanciales cuando no directamente malas. Hasta que aparecieron Asghar Faradi con 'Una separación' y Bela Tar con 'El caballo turinés', dos obras maestras que se repartieron todos los premios. Resultado: un mal festival salvado por el palmarés. Lo contrario que el festival de San Sebastián de este año.
Volvemos a la pregunta inicial: ¿Tiene razón Ripstein? Sí, beber es malo. ¿Y de lo otro? También.
Luis Martínez | Madrid