Pues al final, entre ayer y hoy, me pegué un atracón Polanskiano para ponerme al día
Polanski sitúa la acción de Chinatown a finales de los años 30, advirtiéndonos desde el principio lo que esto va a ser: un homenaje nostálgico duro, en toda regla, a aquellos relatos y filmes de cine negro, protagonizados por héroes como Sam Spade o Philip Marlowe, que han llenado las fantasías de adolescentes (y no tan adolescentes) creando una imaginería popular de "tipos duros" y "mujeres fatales", cosas como "El sueño eterno" o "El halcón maltés".
Esta imaginería de arquetipos ha sido deconstruida, revisada y "post-modernizada", desde trabajos que respetan el fondo cambiando la forma y época (Mike Hammer, por ejemplo) a la parodia y la chufla más alucinante (el tocayo de Mike, Sledge Hammer). Pero aquí, Polanksi pretende hacernos un relato de novela negra "a la antigua", no se trata de reinventar la rueda, sino de mostrar lo conocido de forma conocida, aunque eso sí, elegante (esos créditos en tonos sepia...).
La trama no podría ser más simple. Un enredo clásico. El detective Gittes (quizá uno de los mejores papeles de Nicholson) recibe el encargo de una mujer para investigar el posible lío de faldas. Tras hacer el trabajo, descubre que le han tomado el pelo, la mujer que le contrató no era quien decía ser, y la verdadera esposa despechada, la señora Mulwray (Faye Dunaway, menudo carrerón tuvo la tía en los 70) está dispuesta a demandar al detective cuando las fotos que este sacó de su marido acaban en la prensa, y el marido es asesinado.
Gittes se lo toma como cosa personal al darse cuenta de que le han engañado y comenzará a investigar, descubriendo que el muerto era socio del poderoso señor Cross (el incomensurable John Huston) propietario de vastos terrenos que se habrían beneficiado de la construcción de una presa, negocio que el asesinado señor Mulwray impidió. La investigación girará en torno a los derechos de los terrenos y al agua que abastece Los Angeles, pero no es más que un McGuffin para contarnos el cuento: las turbulentas relaciones entre la señora Mulwray, Cross, y la hija de la primeray la corrupción y depravación que parece imperar en todas partes, y que termina con el ya famoso y sobado "Déjalo, es Chinatown" (en el doblaje, "déjalo, es el barrio chino". Me pregunto porque no tuvieron pelotas para retitular la película directamente a "Barrio chino"
).
Robert Towne, el guionista, y Robert Evans, el productor, son dos tipos cuya historia siempre me ha interesado. Leí mucho sobre ambos en el libro "Moteros tranquilos, toros salvajes", de obligada lectura para quienes aman el cine americano de los años 60/70 y los cambios que allí se produjeron en el sistema de estudios, la aparición de nuevas figuras, y demás.
Towne escribió un guión que ganó el Oscar de 1974 al mejor guión original (1 premio de 11 nominaciones que tuvo Chinatown, pero aquel era el año de "El Padrino II" y claro...).
Hubo no pocos follones a la hora de organizar la película, Towne y Polanski no congeniaron. El productor Robert Evans, pensaba que la película sería un trampolín para su pareja, Ali MacGraw, la exitosa protagonista de "Love Story", quien le dejó plantado por Steve McQueen (cosa que hizo no pocos "agostos" para la prensa sensacionalista de la época). Dunaway la sustituyó, y está sensacional (aunque personalmente, voto por su interpretación en Network como la mejor en los 70) pero dicen que iba de bastante diva e insoportable. Y en fin, Nicholson es Nicholsonun rodaje con ese tipo tiene que ser una garantía de acabar como su Joker: loco perdido.
Un clásico rodado al estilo del "viejo Hollywood", del que, se dice, querían hacer una trilogía centrada en Gittes y en tres "negocios" diferentes: la primera trataba del suministro del agua, la segunda parte trataría sobre el petróleo y la tercera, sobre corrupción inmobiliaria (esa la podrían haber rodado en España perfectamente). La "falta de sintonía" entre Polanski y Towne impidió que el proyecto se consumara. He de decir que nunca llegué a ver la "secuela" dirigida por Nicholson, quizá me anime, aunque por lo que he oído..
El infierno está en los demás... vecinos![]()
Cualquiera que haya vivido en comunidad y haya tenido la desgracia de tener problemas de cualquier tipo con un vecino, sabrá muy bien que la angustia del pobre Trelkovsky ante sus vecinos, aunque aquí esté aumentada y dramatizada al extremo, no es ajena a la realidad.
He leído la novela de Topor dos veces (en su edición de Valdemar) y aunque solo hace unos meses de la última relectura, me encuentro releyéndola otra vez. Es cortita, engancha, se lee en una o dos tardes, y así comparo con frescura ambas obras, aunque, como mad ha adelantado, en realidad hay poco que comparar: al igual que sucedía con "La semilla del diablo", se trata de una novela muy cinematográfica, y Polanski y su guionista respetan el texto, hasta el más mínimo detalle y diálogo.
La historia comienza de forma casi vulgar (tras unos fascinantes títulos de crédito que dejan bien a las claras la historia que va a ser contada, eso sí): un joven algo anodino, que busca piso. Su llegada al edifcio y su charla con la desagradable portera (las risas de ella sobre las cosas más ordinarias son adecuadamente repugnantes), su entrevista con el señor Zy... dejan planteado el terreno. Es la escena del hospital donde todo comienza realmente (hasta ese momento, el anónimo Trelkovsky ni siquiera está seguro de si se mudará o no), y donde conoce a Stella, la amiga de Simone, que la película arranca realmente: las pinceladas sobre el carácter del personaje (el encuentro con el mendigo, su reacción a los acercamientos de Stella en el cine donde se proyecta Operación dragón, la presencia del mirón...). Como se ha dicho, su amabilidad es extrema, se comporta en ese sentido, más como un niño, deseoso de agradar y temeroso de no hacerlo, que como un adulto, mostrándonos que posee un carácter conformista e infantil.
Es a partir de ahí, la visita al hospital, cuando empieza la película, y es a partir del momento en que toma posesión del piso (Trelkovsky lo celebra con bailecitos, música, sonrisas, paseos por el piso) cuando empezamos a verle reflejado cada vez más en los espejos: el hallazgo de la ropa de Simone Choule en su armario, se nos enseña como un momento inquietante.
Y es que, en "El qumérico inquilino" no existen, no pueden existir las dudas razonables que sí asolan "La semilla del diablo": allí, las casualidades, los nombres, las actitudes, todo encajaba conformando un motivo coherente para la conjura de los vecinos, una razón de ser y un método. Más aquí, nada tiene sentido, nada ganan los vecinos con la ruina mental y vital del pobre Trelkovsky, no hay modo de que un grupo de personas (que tendrían que incluir, según la paranoia del protagonista, no solo a sus vecinos, sino a Stella, e incluso al tío del bar que le sirve el tabaco y el desayuno que tomaba Simone) se confabulen para convertir a una persona en otra y obligarla a suicidarse mediante pequeños detalles, pequeñas torturas mentales que podrían ser equívocos o interpretaciones personales de hechos que sucedieron de otra manera. Es decir, asistimos, como en "Repulsión", sin dudas, a la destrucción de un ser humano, no a ninguna conjura o conspiración contra el protagonista.
Hemos hablado de las alucinaciones de Trelkovsky pero, ¿que hay de la inicial, en la iglesia, durante el entierro de Simone? Con el cura hablando de pecado, gusanos y podredumbre parece bastante claro que no es un sermón real sino una "fuga" mental del atormentado oficinista.
De las tres películas que conforman su "trilogía de los apartamentos" esta es mi favorita. La locura que se apodera de Trelkovsky es, en mi opinión, más perturbadora que las otras, por carecer claramente de motivo: podemos entender la locura de Carol (el miedo al sexo), y la de Rosemary, si es que fuera tal (el miedo a la maternidad). Pero, ¿qué motiva la caída del joven oficinista en los abismos de la sinrazón, llevándolo a despersonalizarse de sí mismo y al suicidio?
No se nos dan demasiados datos biográficos como para poder suponer nada. Su travestismo y el hecho de que sea una mujer su nueva personalidad podría inducirnos a creer que se trate de una homosexualidad reprimida, pero lo cierto es que estaríamos teorizando: no hay nada o casi nada en ese sentido, aunque en esta revisión me he dado cuenta de un detalle (que quizá no signifique nada): Trelkovsky para en un quiosco y compra Marlboro, la marca de tabaco que fumaba Simone y que ahora él ha aceptado como propia. Entonces ve a Stella por la calle, y se vuelve al quiosquero para pedir Gallouises (o como se escriba) en lo que se puede entender un intento de reafirmarse en su personalidad / masculinidad. Desvaríos.
En cualquier caso, me parece especialmente fascinante ese final, ese bucle: postrado en una cama, Trelkovsky / Simone se reconoce a sí mismo, sabiendo en ese momento, como nosotros sabemos, que Simone morirá, pero que la escena se repetirá, ahí está el nuevo Trelkovsky junto a su cama de hospital para repetir la historia. MUY perturbador.