Quim Casas:

'CÓDIGO 46', neorromanticismo en un futuro imperfecto


La obra de Michael Winterbottom parece concebida para despistar al espectador. Cuando el cine europeo reclama la autoría ortodoxa, Winterbottom demuestra que se puede ser coherente cambiando de estilo a cada nueva película y tratando temas de lo más diverso. En su caso, la autoría está en su capacidad camaleónica para tocar todo tipo de historias, géneros y estilos.

Lo ha demostrado con el thriller (I want you), el western (El perdón) o la mezcla de documento y ficción (In this world). En Código 46, rodada antes que su aventura por los dominios del erotismo arty combinado con el cine rock, 9 songs, se lanza al abismo insondable de la ciencia-ficción.
Los resultados son, claro, distintos, personales, difíciles de intercambiar. En todo caso, el filme guarda cierta relación con Gattaca, más en el tema (la clonación, la mutación emocional, la sustitución de la memoria) que en el tratamiento formal y narrativo, muy Winterbottom de la primera a la última secuencia, y también con ¡Olvidáte de mí!, de Michel Gondry, estrenada antes pero rodada después de Código 46: ambos filmes hablan de la supresión vía tecnológica de los recuerdos, sobre todo los afectivos.

Tim Robbins encarna a un investigador del gobierno que tiene el don de leer la mente de la gente. Al iniciarse el relato viaja a Shanghái para esclarecer un caso de falsificación de documentos. Los pasaportes y tarjetas son más esenciales aún en el mundo futuro y globalizado que presenta la película, y quien los tiene, o quien los manipula, posee también un considerable poder.
Winterbottom mezcla una gélida historia de amor, la del agente con una de las falsificadoras (la ausente Samantha Morton), con el dibujo inquietante de ese mundo venidero en el que la identidad es arrastrada por el lodo y los recuerdos pueden ser sustraidos y eliminados en cualquier momento.
Código 46 es una película neoromántica, tecnológica e inquietante, pese a no aparentarlo, en el que su director demuestra una vez más su habilidad para acercarse a los géneros más clásicos para extraer de ellos nuevas miradas.

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