El pecado (Il peccato) es la última película del cineasta ruso Andrey Konchalovsky, que se centra en la figura del artista Miguel Ángel y que en realidad es una coproducción entre Rusia e Italia. La película ha causado sensación y realmente es tan bella como fallida, a unos niveles divinos, como el propio artista. Sin fecha de estreno.
El pecado, en realidad, lo comete el propio Konchalovsky, cuando convierte a su propio Miguel Ángel en un muñeco que sirve como representante de sus propios traumas e individualismos. Porque el director es un "monstruo" (como el mármol de piedra al que continuamente hacen referencia), en cuanto se refiere a lo estético, y es capaz de crear imágenes de la propia naturaleza que resultan majestuosas. Pero en cuanto a lo argumental, El pecado (Il peccato) acaba con un final tan burdo que parece resuelto por un aficionado. De eso, ya hablaremos más adelante. Quedémonos con que estamos ante una película de un director no apto para todos los públicos, como a la vez era el artista florentino.
Uno de los problemas principales de El pecado (Il peccato) es que ofrece una trama totalmente dispersa. Por una parte, se centra en las rencillas políticas entre la familia de los Rovere y la familia de los Médici. Hay que decir que las conspiraciones, los diálogos entre familias y los vaivenes de la suerte están muy bien relatados y sin duda es uno de los pilares por los que más se disfruta de la película. En este sentido, incluso puede recordar a las intrigas políticas que se han puesto de moda actualmente por series como Juego de Tronos, pero que, evidentemente, tienen mucha más historia detrás, y quizá la crónica de Miguel Ángel sea precisamente uno de esos paradigmas en los que confluyen con más fuerza todos estos tipos de intrigas.
Por otra parte, tenemos la trama del mármol de Carrara. Para el que no lo sepa, como bien explica El pecado (Il peccato), es totalmente cierto que Miguel Ángel fuera a las canteras de mármol para escoger personalmente el material con el que iba a trabajar. Como se ha recogido, el decía que la "obra ya estaba dentro, en el bloque de mármol y sólo había que sacarla". Sin embargo, parece que se alarga en exceso esta trama, y que el director no es capaz de unirla del todo con la primera parte de las intrigas palaciegas. Además, que ver escenas reiterativas de cómo se extrae mármol puede tener un pase como material documental, pero cuando se alarga a más de la mitad de metraje, puede resultar pesado para cualquier espectador.
Una recreación sublime, una película documental magistral
Lo que sí resulta de diez, es la recreación que hace el director de la vida cotidiana del siglo XVII. Y que es evidente que esta tiene una importancia al mismo nivel que la historia de Miguel Ángel, porque Konchalovsky se complace en completar con muchas escenas que tienen la intención de dar precisamente ese paisaje, tanto urbano como natural. No nos encontramos con un biopic de esos acaparadores donde el genio sobresale por encima de cualquier otro personaje, sino que aquí el genio convive en todo momento con la sociedad y lo que le rodea. Y sin duda, estos numerosos momentos minimalistas que nos regala la película son sencillamente perfectos, trasladándonos a unos épocas que no eran ni mejores ni peores, simplemente diferentes.
Podemos poner muchísimos ejemplos: La contabilidad de la época, donde vemos ese primerizo capitalismo que también tiene sus víctimas y sus vencedores, mientras los contables hacen cuentas sobre el dinero que debe o deja de tener el artista. La propia extracción del mármol y los aspectos técnicos que este acarreaba. La mendicidad en las calles, la oscuridad peligrosa de la noche, el pecado carnal, la ambición por conseguir un proyecto artístico...
La propia rivalidad entre los clanes papales, que deja en bragas cualquier episodio de series de política contemporánea. La Roma, llena de esplendor y corrupción sí, pero también libre de turistas y única para nosotros mismos. Y de igual manera con Florencia. Pocas veces se han visto en el cine estas dos ciudades de una manera tan bella.
El concepto filosófico que desarrolló el filósofo Edmund Burke en su investigación "Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello", obra por cierto, totalmente recomendada porque explica el porqué ahora somos capaces de admirar positivamente una obra con un pathos desbocado, aparece en la película con todo su esplendor. Lo que quiere hacernos sentir Konchalovsky con esas divinas panorámicas sobre el cielo es transmitirnos los propios delirios divinos que debía sentir Miguel Ángel mientras hacía su obra, y como esta le acercaba a Dios. Porque sólo el mármol, la piedra, el trabajo, el arte, eran cosas divinas, y no el Papa, los Médici o los asuntos financieros.
Y así, una vez ha encontrado a Dante, puede entregarse en cuerpo y alma solamente a Dios (y por eso, en la escena final le vemos con la maqueta de la basílica de San Pedro en las manos, y no cualquier otro capricho dominical). Solo por estas imágenes divinas (me permito el lujo de repetir adjetivo), la película debe verse en pantalla grande. Uno no es creyente, pero Miguel Ángel te hace dudar, y Konchalovsky igual.
Una pena, que Konchalovksy no fuera capaz de hacer esta transición de otra manera que no fuera tan apresurada, incluyendo imágenes de archivo de obras de Miguel Ángel que no aportan absolutamente nada.
Conclusión
Quizá tenga un pase totalmente menor en España, pero El pecado (Il peccato) es una película imprescindible. Imperfecta para cualquier aficionado al cine, pero totalmente subyugante. Seguramente debería darse en las escuelas de cine para enseñar cómo retratar un contexto histórico sin complejos. Gracias Konchalovsky.
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