Hay algo trágicamente irónico en que el nuevo Superman de James Gunn, concebido como piedra angular de un renacido universo DC, se sienta como un chiste contado demasiado tarde en una fiesta donde ya nadie ríe.
Desde el principio, la película parece incapaz de decidir si quiere ser una odisea heroica o un episodio largo de Peacemaker sin los chistes buenos. Gunn, aclamado por su irreverencia en Guardianes de la Galaxia, aplica aquí el mismo filtro, pero en lugar de encontrar el equilibrio entre el humor y el corazón, ofrece una cinta que ni emociona, ni divierte, ni fascina.
David Corenswet da vida a un Clark Kent que parece perpetuamente incómodo en su propia piel, atrapado entre un guion que no le permite ser ni el idealista clásico ni un héroe moderno con matices. Su Superman es un cliché con capa, reducido a poco más que un espectador en su propia película.
La trama se mueve con la misma dirección que una botella en alta mar: nos lleva de una pelea CGI a otra, de chistes de dudoso gusto a cameos sin peso dramático. Gunn introduce elementos que bordean el autoparodia: desde Jimmy Olsen enviando mensajes subidos de tono a la novia de Lex Luthor en mitad de una dimensión de bolsillo, hasta una Supergirl que aparece visiblemente ebria en la Fortaleza de la Soledad para recoger a su perro Krypto. No, no es una broma. Esto está en la película.
Visualmente, Superman es un carrusel de efectos que rara vez logran la épica que pretende. La batalla climática, supuestamente el punto álgido, tiene menos emoción que un videojuego de tercera, y la dimensión alternativa (una suerte de Zona Fantasma de mercadillo) carece de toda fuerza dramática o conceptual. Cuando la película intenta ser profunda —como cuando Superman busca consuelo en sus padres holográficos— todo resulta hueco. En lugar de Jor-El, aparece un visionado cursi de Martha y Jonathan Kent, en una elección narrativa que reduce el legado kryptoniano a una postal ñoña del Medio Oeste americano.
El humor, en teoría uno de los puntos fuertes de Gunn, aquí es un lastre. Los diálogos bordean lo absurdo (“¿Sabes quién tiene superpoderes? ¡Mis memes!”, suelta un Jimmy Olsen en modo Tinder). El tono “punk y gracioso” de Supergirl no casa ni con el drama ni con la épica que el personaje exige, y su versión borracha es un gag que rebaja cualquier intento de grandeza. La sensación constante es la de estar viendo una versión Saturday Night Live de Superman, pero sin la autoconciencia necesaria para funcionar.
La cinta está plagada de cameos (Supergirl, Krypto, incluso menciones a futuros miembros de la Liga de la Justicia) que no suman peso narrativo sino que funcionan como anzuelos comerciales para películas futuras que nadie ha pedido aún. Este Superman no arranca un universo cinematográfico: lo condena al cinismo desde su primer vuelo.
Pese a sus intenciones de modernizar al Hombre de Acero, Superman fracasa estrepitosamente en encontrar una identidad propia. Demasiado tonto para emocionar, demasiado caótico para impresionar y demasiado ansioso por complacer a todo el mundo, Gunn entrega un blockbuster que se siente hueco, sin alma y con la consistencia emocional de una broma de pub.
Salvas contadas por un Corenswet entregado y un Lex Luthor que logra escapar (por poco) de la caricatura, pero en conjunto esta nueva versión es un volantazo que deja a DC una vez más volando en círculos.