Reseña de la banda sonora por parte de MundoBSO. Se lleva un 8 sobre diez.
Michael Giacchino debuta en el universo Batman con la experiencia de quien tiene ya experiencia en poner luz a los aspectos más oscuros de personajes de toda índole. Y se desenvuelve de maravilla en un Gotham City donde predominan claramente dos colores: el rojo y el negro, en lo visual y en lo dramatúrgico. Son los dos colores dominantes también porque son las dos caras de la ciudad y del propio Bruce Wayne, en un filme que tiene mucho de cinéma noir (la voz en off del protagonista, los clubes nocturnos, los capos, las femmes fatales, los polis buenos y los polis malos...) y, también, algo de Se7en (95), por el macabro y asesino juego propuesto por Enigma.
Esta es la lucha de un hombre contra una ciudad controlada por la delincuencia organizada y la corrupción, pero Batman está casi completamente desbordado... lo que se plasma en la música. Giacchino enfatiza la dualidad entre Bruce Wayne y Batman mediante una música compleja, en parte hermosa dando luz al anhelo de superación y en parte apesadumbrada, resaltado su oscuridad y atormentándole. Es un tema magnífico que coexiste con el personaje, le explica y le complementa, pero que queda avasallado y casi ahogado por la existencia de otros temas y músicas mucho más sencillas y diáfanas. Una de ellas es la de Catwoman, una música grácil y sentimental que conoce interesantes transformaciones y que en momentos es algo edulcorada pero funciona bien como contrapunto de su aliado Batman.
El gran tema musical de este filme, el verdadero protagonista de la banda sonora aunque no por ello sea el tema principal, es el relacionado con Enigma, contratema absoluto y dominante. Es una música que no va realmente sobre él ni es para el personaje, aunque algo de eso sí haya, pero Enigma -el del rostro oculto- no necesita música para ser explicado o explicarse, a diferencia de Batman, Catwoman o incluso Pingüino, que también tiene un tema pero de inferior relevancia. La música vinculada a Enigma es también uno de sus juegos: un tema excelente de irresistible poder seductor, atrayente e hipnótico, que no genera rechazo sino ganas de seguir escuchándolo, de avanzar por el camino que marca para saber a dónde lleva. Ayuda mucho voces que son como los cánticos de sirena y una calculada ambigüedad que no muestra explícitamente su maldad pero sí un punto canalla, logrando normalizar su presencia, acostumbrarse engañosamente a ella... hasta que finalmente se muestra en todo su macabro esplendor y entonces ataca inmisericorde y brutalmente en una magnífica y épica escena.
Hay muchas más músicas, ya secundarias: para recrear los ambientes decadentes, crepusculares, para llenar el entorno de una cierta tristeza o para dar énfasis a lo épico, según los casos. También hay un par de canciones que, aunque no están del todo justificadas, no llegan a romper la unidad del criterio estilístico del resto del filme.
Y editorial complementario.
Michael Giacchino no es un compositor que levante pasiones entre la afición (aunque sí tiene ganado mucho respeto) pero también cuenta con detractores que, de alguna manera, le reprochan la falta de personalidad de su música. No andan desencaminados estos últimos pero ¿la personalidad entendida como firma propia y reconocible es un requisito mandatorio para hacer buena música de cine? Yo no lo creo. Puede que sea un aporte extra muy interesante que redunde en un mayor placer de quienes conocen y aprecian las firma propias y reconocibles, pero lo que hace buena la música de cine no es la personalidad sino la utilidad que tiene esa música en las películas.
Conocemos y amamos un buen número de compositores que han dejado casi siembre bien visibles sus firmas musicales: los Rózsa, Barry, Goldsmith, Mancini, Morricone, Iglesias, Zimmer, ¡tantos!, a la vez que reprochamos que un número incluso mayor de compositores no dejen rastro de su personalidad musical, o se limiten a participar en el Imitation Game en que se ha convertido la música industrial hollywoodiense, donde da igual el compositor e incluso da igual la propia película: todo es siempre lo mismo. Pero esto no es algo que pueda decirse de Giacchino, al menos sin cometer una gran injusticia. Es posible que sea más artesano que artista, pero es que hay artesanos que hacen mejores trabajos que los propios artistas. ¿Importa realmente que no se pueda identificar al menos claramente la autoría escuchando la música si esa música sí sirve para dar identidad a la película? Es exactamente a lo que se dedica, a mi juicio, Giacchino en su aportación al cine: crear, moldear, profundizar y enfatizar la personalidad de la película a la que sirve, y además no solo con buen oficio (y buena música, muy cuidada) sino con inteligencia.
Su banda sonora para The Batman (22), que se estrena hoy, es un derroche de talento, de oficio, de artesanía y sobre todo de inteligencia: no solo comprende y explica muy bien lo que es el universo Batman sino que aporta una enorme cantidad de matices que dan hondura a la dramaturgia de los personajes y a las emociones. Es posible que para los que no tienen memoria musical (yo carezco casi completamente de ella) luego no sepan atribuírsela a él si es presentada junto a otras músicas de similar calidad. Pero no es solo este Batman el que ha volado tan alto y tan a fondo gracias a su inteligencia. Son tantas las obras que se han beneficiado de su aportación que resulta injusto desconsiderarle por una falta de personalidad que a los efectos resulta ser algo poco relevante.