En la primera algo de eso hay. Me encanta la escena en la que va a visitar al mafioso ruso para tratar de comprar la libertad de la prostituta y se pone a ordenar su mesa ante el pasmo de los presentes. Y lo que hace es poner unas calaveras de cristal de adorno mirando hacia los que piensa matar.
Si ayuda a la chica en parte es porque su situación rompe el cuadro de Hopper en el que vive cada noche cuando va a leer a la cafetería abierta las 24 horas. Que la chica desaparezca por culpa de la paliza y las amenazas destruye su agradable y melancólica rutina. No puede con eso.
Es cierto que demuestra también algo de empatía, lo que le salva de ser un tipo aterrador del todo, pero su detonante, lo que le mueve a la acción, es que unos cabrones vengan a perturbar su universo cotidiano que controla casi minuto a minuto.




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