Gon, no creo que ofendas a nadie, porque te expresas con una corrección –tanto gramatical como de maneras– y una disposición a intercambiar pareceres, a intentar explicar tus posiciones y entender las de los demás, que, desgraciadamente, no son muy habituales ni en este ni en otros foros.
Así que espero que te tomes mi comentario de la misma forma, y que no veas en él intención alguna de atacar tampoco.
Dices que hay pelis que, al terminar la proyección, te dejan la sensación amarga de que te han tomado el pelo; la sensación, supongo, de que todo es pose y artificio para fingir una densidad de significado que tan sólo esconde el más pretencioso vacío.
La misma sensación, en suma, que hemos oído tantas veces formulada respecto al arte contemporáneo, en especial al abstracto y otros que no responden a patrones clásicos, que se los saltan o los transforman para expresar conforme a patrones nuevos.
Y te entiendo, y mentiría si te dijese que no he compartido más de una vez ese mismo sentimiento. Pero también tengo que decirte que, con el tiempo, y con el conocimiento adquirido en ese tiempo, esa sensación no sólo se ha ido mitigando, sino que a menudo es reemplazada por todo lo contrario: la sensación no de que no me han contado nada porque no he entendido nada, sino de que no he entendido todo lo que había por entender porque me han hablado con unos códigos que me superan, unos códigos que, por falta de conocimiento, de inteligencia, de sintonía, o por una mezcla de todo ello, no soy capaz de desentrañar. Y soy yo el que debe hacer el esfuerzo. Yo soy la pieza "defectuosa".
Simplemente, me han hablado en un idioma que no comprendo.
Paul Thomas Anderson creo que es uno de esos autores; simplemente, su mente y su creatividad funcionan en otra longitud de onda, en otras coordenadas. Él no puede crear ni contar de manera más convencional, más mascada, porque, como autor, dejo atrás esa etapa de su desarrollo hace ya tiempo.
Sí, yo también me quedé con la sensación de que no sabía muy bien lo que me habían contado al acabar de ver THE MASTER, de que no sabía muy bien lo que me querían contar; pero no pienso que sea un error de Anderson como cineasta, ni que deba ser menos críptico y hermético, que deba rebajarse a trabajar con los mismos patrones lineales y de relación directa entre significante y significado con los que trabaja la inmensa mayoría del cine actual, tan sólo porque los imperativos comerciales más voraces y la mentalidad hollywoodiense más simple lo han impuesto y convertido en lo normal. Ni pienso, ni mucho menos, que no me esté contando nada, que sea todo un artificio pretencioso. Que me estén tomando el pelo. En absoluto.
No puedo caer en la presunción de que todo lo que no entiendo está vacío, de la misma forma que no acusaría de ello a un libro escrito en japonés o a uno que versara sobre complicadas fórmulas matemáticas.
Soy yo el que, si me interesa, debo aprender a desentrañar los códigos de ese lenguaje que me supera, a comprenderlo para poder disfrutarlo.
Dicho todo lo cual... sigue habiendo películas que me dejan esa misma sensación de rechazo que tú comentas, y esas ganas de correr al director y/o al guionista a gorrazos.
Pero, curiosamente, cada vez me pasa más con películas completa y fácilmente inteligibles, pero que se me antojan tremendamente afectadas, fingidas y vacuas, precisamente porque se entienden perfectamente, porque se les ven las costuras por todas partes.
Recientemente me está pasando y de manera muy aguda con Woody Allen. Mi chica y yo estamos revisando su carrera entera en orden cronológico, en plan ciclo de "obra completa", porque a ella le encanta y hace tiempo que le regalé tres cajas con su filmografía en DVD (al menos hasta llegada una fecha) cuyo visionado teníamos pendiente. Vaya por delante que a mí Allen hace ya tiempo que me cae bastante gordo, como creador y como persona, por muchas cosas, pero sobre todo por ese empeño manifiesto y esgrimido con orgullo de rechazo a lo moderno, al cambio y al apartado tecnológico. Ese apego casposo ya al jazz más tradicional, esa manía de repetir prácticamente la misma tipografía en todos los créditos de sus películas, esa forma de rodar casi "a la española", en plan "¿Estamos todos en cuadro? ¡Pues vale valiendo!". Que ya, que ya sé que no es tan así, que lo estoy exagerando para que se me entienda... pero no tanto.
Bueno, pues el caso es que se me está cayendo aún más por los suelos. Y se le entiende perfectamente. Demasiado perfectamente.
Toda su misoginia, todo su desprecio a todo lo que no es él mismo, toda su cerrazón cultural e intelectual, y todo ello disfrazado de autocrítica mordaz, pero, en el fondo, justificándose hasta la saciedad, sin cuestionarse nada de sí mismo, encantado de haberse conocido.
Y con los mismos tics, todos esos diálogos pretendidamente ingeniosos, tan envarados, tan elitistas, tan autoindulgentes, tan reiterativos, tan recocinados, tan agotados y agotadores, tan hipócritas, tan... tan vacuos.
(como nota añadida, lo de MANHATTAN, que muchos consideran su obra maestra, pináculo de su forma de hacer cine... es de traca; empieza con el propio Allen recitando varias introducciones escritas en diferentes tonos, hablando de Manhattan desde diferentes enfoques literarios, sobre un montaje de imágenes de las calles, sus gentes, sus rascacielos, como anunciando un canto al corazón de la ciudad de New York, como si fuera a destilar su esencia a lo largo del metraje... y luego la historia transcurre toda en ese mismo microcosmos que constituye todo el Universo Allen, sin retratar para nada la ciudad, sin convertirla nunca en parte del relato, sin que importe lo más mínimo si sucede allí, en Brooklyn, New Jersey o Los Ángeles; y todo, como siempre, para contarnos una historia donde su personaje, trasunto declarado de él mismo, acaba perfilándose como superior al resto, con algunas de sus miserias expuestas en parte, sí, pero sólo para convertirlas en "guiños a la condición humana" y justificarlas)
THE MASTER, en cambio, todavía reverbera en mis retinas, mis oídos y mi cerebro, tan majestuosa en la forma, tan singular en lo visual, tan bella sin caer en la composición de postal simplona, con esa poderosa partitura que cuenta en lugar de dedicarse a subrayar enfáticamente lo contado... Una película toda tan particular, tan personal... Tan memorable. Tuve la suerte de verla en copia de 70mm en un cine cojonudo cuya decoración imitaba un poco el sabor del legendario Chinese Theatre, con una pantalla inmensa, y te juro que me impactó físicamente desde el primer fotograma como no recuerdo en mucho, mucho tiempo. Sé que me estoy poniendo cursi y estupendo, pero no te miento si te digo que casi se me saltaban las lágrimas en más de un momento del metraje, y no tanto por la peli en sí sino por la sensación de estar percibiendo, absorbiendo, disfrutando la esencia misma del cine, el poder de esa mezcla tan única de imagen y sonido, ese fenómeno en última instancia tan extraño y complejo que es el cine.