Antes de esta, de Winding Refn (me niego a llamarlo NWR) sólo había visto “Drive” (2011), y como a la inmensa mayoría, me gustó mucho.
En “The Neon Demon”, el género escogido (terror) para la temática (el culto a lo superficial en el mundo de la moda) parecía interesante, y las imágenes promocionales avanzaban la importancia de una puesta en escena tan cuidada como ostentosa.
La película abre con un cuadro, o más bien un poster, con la excusa de ser el montaje preparado para una sesión fotográfica. Belleza, neón y sangre, nada casual. Enseguida Elle Fanning se muestra cándida hasta el paroxismo, y Jena Malone una víbora de manual. Sus personajes, como todos los de la película, son paradigmas sin matices propios del cuento universal de engranajes básicos que quieren vendernos. Sin embargo, son estas dos actrices lo mejor de la cinta, en un reparto donde lo masculino es secundario. Ellas ciertamente cautivan, y nos llevan de la mano a través del placer culpable de unas imágenes tocadas siempre por una irrealidad onírica, la metáfora de trazo grueso, y un “in crescendo“ de provocación violenta.
La estética le debe todo a la fotografía publicitaria moderna, a menudo con fuertes dominantes de color (el neón cuasi omnipresente), concretamente de aquella que evoca la moda, los perfumes o cualquier imagen de marca que pretenda el lujo. Los encuadres y las luces de Natasha Braier juegan a ser no solo el vehículo sino también la mercancía en sí misma, como si la tipografía formase parte intrínseca del escrito. Y la música de Cliff Martínez (Drive, Only God Forgives), electrónica e hipnótica, inquietante y siniestra casi siempre, se fusiona con el resto de instrumentos cinematográficos para orquestar una experiencia compacta y hermética.
Las secuencias icónicas, las composiciones milimétricas, y el exceso desmedido en lo que vemos y escuchamos se suceden, y asistimos abrumados y tan seducidos como sonrojados. Sonrojados porque los diálogos y las situaciones no temen el ridículo, el simbolismo es forzado y peca de obvio, y la intencionalidad perturbadora olvida la prioridad que debiera tener la trama. Al menos esas son mis sensaciones.
En la primera mitad se mantiene el interés, y el extraño micro universo presentado despierta cierta fascinación por momentos, a pesar de otros en los que es la incredulidad, la incomprensión, o directamente el disgusto lo que llama nuestra atención. El personaje de Jesse (Fanning), nos exige no cuestionar el poder de su hermosura sobre cualquier persona, y esto es muy discutible, pero innegociable para entrar en la historia. Algunas reacciones ante su belleza me hacen preguntarme si no hubiera sido mejor ser más sutil en el guion y en la interpretación. El menos afectado por esto resulta ser Keanu Reeves, en su breve papel de hombre hosco y amenazante, el único personaje que escapa de la dinámica.
Pero es al avanzar el metraje, cuando la frecuencia con la que levantas una ceja sin saber muy bien que pensar, se acelera y lo que era esporádico se hace con el control total de la función, sin espacios ya para lo convencional, o lo sencillamente conexo. Esto sucede a la mitad, traspasando todo límite en el último tercio. El desarrollo se vuelve atropellado, cada secuencia se recrea en el poder de la imagen como catalizador de sensaciones propias de videoclip musical, la historia se vuelve una constante “entre líneas” donde todo se ha de interpretar como alegoría facilona y pueril, y la narrativa se diluye rompiendo con las expectativas creadas a favor de un esteticismo vacuo y vulgar. La moraleja es explícita, y su exposición llega a lo vergonzante. Finalmente, la película acaba reiterando esa relación, ya sobradamente expuesta, entre el mundo profesional del culto a la imagen, la antropofagia ética, lo efímero y lo accidental. Amén del envase cosmético autoindulgente y la arrogancia agresiva de la obra y su autor.
Con los créditos finales, una buena canción de Sia, y un enfado mayúsculo por sentirme estafado. Y es que queda claro que de “Drive” a “The Neon Demon” hay un mundo insalvable, y que las cualidades de la primera no se deben tanto al director, al que se le encargó, como al conjunto de talentos que coincidieron para filmar un buen guion. “The Neon Demon” es cine de autor, altivo, de vocación provocadora no tanto por la necrofilia como por la rareza justificada en la puesta en escena. Lo que esconde, un exceso metafórico accesible por ingenuo, no alcanza su meta intelectual y resulta un intento desesperado por alcanzar la sublimación artística.
Es comprensible encomiar la propuesta por estimulante y extraña. Por alejarse de los cánones, por su logro visual y por la reivindicación pertinente. Sin embargo, la segunda mitad del film resulta caótica en el peor de los sentidos, y sus numerosos fallos resultan desasosegantes de una manera diferente a la pretendida. Podría haber sido interesantísima, pero se pierde en la megalomanía sin filtros, en la desnortada amalgama de referencias cinéfilas de mayor prestigio (se nombra mucho a Lynch por lo surreal y a Argento por el giallo), pero nunca escapa de lo kitsch.
Algunos han subrayado el paralelismo entre lo superficial del mundo criticado y el de la película en sí, estableciendo un nexo razonado. La idea es lógica pero no me termina de cuadrar. ¿Hacer una película vacía para incriminar el vacío? Es como acabar con media selva amazónica en una película, para exponer los peligros de la deforestación.
Quizás como experimento, como “rara avis” y como hallazgo visual tenga suficiente valor para disfrutarla y perderse en ella, para adquirirla incluso. Porque para gustos los colores, y aquí hay muchos.
Spoiler:
Un caramelo que sabe a rayos. Aunque admito que la próxima de “este creído” la veré también, porque no deja indiferente, y porque tal vez vuelva a sonar la flauta (aprenda a escribir guiones o a escoger guiones de otros).