Acabo de terminar El demonio, que leí anoche de un tirón, y aun estoy en éxtasis . Qué maravilla, sólo lamento no saber ruso para haberlo leído en la versión original (no sé hasta que punto la traducción en verso al español es fiel o se inventa cosas).

A Lermontov se lo ha considerado un poco desdeñosamente un imitador de Lord Byron ruso; en España es poco conocido, poco leído y poco traducido, pero lo poco que he ido viendo, me hace considerarle uno de los más grandes autores del siglo XIX en Rusia (y hubo unos cuantos grandes autores); veo una profundidad existencial en sus obras que no veo en las más nihilistas de Byron y un toque de exotismo (aunténtico, que no de pandereta, como pasa con muchos autores del S. XIX), que deben de ser genuinamente rusos, y que le confieren un atractivo, por lo menos para mí, irresistible. Quizá el papel que corresponda mejor a Lermontov sea el del gran continuador del estilo de Pushkin, cuya vida, además, se asemeja inquietantemente a la suya, y al que admiraba rendidamente. Las imágenes que sus versos evocan en mi mente son ágiles, vivas, sin demasiados detalles, pero llenas de espíritu, fuerza y brillantez, casi como un cuadro impresionista en movimiento. La historia que cuenta el poema es relativamente sencilla, y parece inspirarse en el relato bíblico de Sara, la prometida de Tobías, a la que deseaba del demonio Asmodeo, y a cuyos pretendientes éste asesinaba en cuanto intentaban subirse al lecho de la joven. Un demonio, que anda vagando errabundo y solitario por la tierra, contempla a Tamara, hija de un noble circasiano, bailando, y se enamora de ella. Mata al prometido de la joven, un príncipe oriental, haciendo que la caravana donde éste viaje sea asaltada por bandidos; Tamara se retira a un convento tras ésto, donde el demonio la visita e intenta seducirla; la chica se rinde finalmente, pero en el momento de tomarla el demonio entre sus brazos para hacerla suya, ella muere; un ángel se lleva al paraíso el alma de Tamara y el demonio vuelve a quedar solo en este mundo y lleno de desesperación.

Había algunos precedentes de este tema, más notablemente Los amores de los ángeles, del poeta irlandés Thomas Moore, que ignoro si Lermontov conocía; y por supuesto, el Fausto de Goethe y El paraíso perdido de Milton. Pero el demonio presentado por Lermontov está muy lejos tanto del tentador embaucador Mefistófeles como del altivo rebelde Lucifer. Es un ser solitario y condenado, que parece víctima de la peor de las maldiciones, alguien inquieto y perpetuamente insatisfecho que deplora su condición de la que no puede salir, y que parece hacerse las mismas preguntas que nosotros. Muy cercano a esos villanos marginados que pueblan la literatura del siglo XIX. Las ilustraciones de Mijail Vrubel (un interesantísimo artista cuya obra se suele encuadrar en el simbolismo, poco popular en Rusia, no demasiado conocido en occidente, y también desaparecido de forma prematura y trágica) son la traducción perfecta en imágenes del poema de Lermontov:











¡Qué distintas de la polimorfa, casi lovecraftiana repulsión de un Brueghel el Viejo


, el feísmo recalcitrante de un Martínez Montañés,


la convencional inquietud de un Guillaume Geefs ,


el grito románticamente rebelde y contorsionado, pero a la postre, castigado, de un Ricardo Bellver,




el desasosiego con el convencionalista barniz del clasicismo miguelangelesco de un Blake,

,

la perversión disfrazada de gazmoñería de un Zichy Mihàly,



o la fríamente perturbadora belleza de un Daniel Chester French,

.

El angel caído de Vrubel, como el de Lermontov, es mucho más fascinante que el tradicionalmente repulsivo diablo; tiene el toque justo de perversidad, es de una melancolía y un poder miguelangelescos y casi tan difícil de descifrar como el extraño mundo a que ha sido arrojado, no sabemos muy bien por qué. Sueña con un estado de beatitud imposible que sabe que ya no volverá a alcanzar.