Creo que el autor se fue a escribir al campo con la idea de estar tranquilo y se topó con alguna familia de domingueros que le fastidió el plan y eso le dió pie para escribir este libro, porque si no no se explica tantas toneladas de bilis vertidas en sus páginas. Hablo de párrafos y párrafos llenos de insultos (algunos ingeniosos, eso es cierto) hacia ese tipo de clanes domingueros que el autor denomina "La Mochufa", que interrumpen el retiro espiritual del protagonista en un pueblo abandonado donde se ha de refugiar porque al angelito no se le ocurrió otra cosa que clavarle un destornillador a un antidisturbios.
En lugar de irse por patas en busca de horizontes nuevos y solitarios, el protagonista se queda en una casa que ha ocupado sin permiso de nadie y amargándose ante la periódica visita de sus vecinos domingueros. Tanta mala sangre se hace, que un dia se cuela en su casa y se la sabotea entera, incluida trampa para que arda la casa y que un niño se despeñe por una barandilla, amén de todo un apéndice de putadas varias.
Pero un dia es descubierto y el muy torpe se corta con un hacha mientras partía leña, a partir de ahí, con su tapadera descubierta, se ve obligado a volver a la ciudad para curarse.
Finalmente,, gracias a los esfuerzo del tio del prota (que es el que ejerce de narrador), se queda con la casa que previamente habia saboteado, total, para acabar desapareciendo como una especie de eremita.
Se supone que debemos empatizar con el protagonista, ser asocial que tras cometer un hecho punible, lejos de dar la cara, se escapa al campo (al parecer la España vacia es una mina para personas así). En plena naturaleza entra en comunión con esta, a pesar que necesita que su tio le haga un pedido mensual al Lidl. Como he dicho antes, una familia de domingueros se la instala al lado y su vida se transforma en un infierno porque al parecer es incapaz de irse a otro lado. Finalmente todo se le pone de cara y el acaba fúndiéndose con el entorno como un tranchete.