Bueno, imagino que después de cuatro páginas, a Katsukei ya se le ha pasado el calentón y hasta se ríe y todo, de ver la que se ha montado.
El problema de estos casos es que, aunque no asesines a nadie, se te queda el trauma para los restos, y de alguna forma influye tu forma de sentir y, por tanto, relacionarte con los autores de la fechoría, por muy superior intelectualmente que seas. En mi familia hay dos casos, y después de cuarenta años, todavía surge el tema![]()
Aunque yo creo que la pérdida de los objetos no es sino la excusa para poder odiar (o despreciar, o simplemente, pasar) sin que te tachen de antipático.
Aunque también habría que estudiar el punto de vista del que tira: ¿tan ciegos están unos padres que no saben cuándo a su hijo le ilusiona un objeto? ¿No será que aprovechan el aparente desinterés de éste para desprenderse de algo que ellos consideran nocivo o de mal recuerdo?
A mí, mi madre me tiró una camisa hawaiana (bromistas abstenerse) y sé (no sólo ahora, con el paso de los años, sino entonces incluso) que el sentimiento con que la tiró era incluso más doloroso que para mí su pérdida. No sólo los hijos jóvenes tienen sentimientos.
Pero jamás se lo reproché: entonces, porque el tema que rodeaba todo el asunto era un tanto tabú, y ahora porque ya murió hace tiempo, y sólo ahora me doy cuenta de que habría cambiado todo mi vestuario e incluso mis libros y escritos por haberla tenido diez años más.
Pero esa es otra historia.
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